Sofía Ortiz es una joven tucumana de tiene 24 años, hace un par de días se encontraba en Mar del Plata y fue con su grupo de amigas al boliche “Bruto”. Aun teniendo reserva, dejaron pasar a sus amigas pero a ella no. El motivo de esta práctica discriminatoria fue su cuerpo gordo.
La puerta del boliche se transforma en una suerte de prisma donde se ven cuáles son los aspectos socialmente aceptados y cuáles no, los criterios de belleza hegemónica y de clase, en resumen, la puerta que marca de modo brutal el status quo. Lamentablemente el episodio que vivió Sofía no es un hecho aislado y forma parte de las múltiples formas de violencia que se ejercen sobre los cuerpos gordos.
Allí, generalmente un patovica imparte el criterio de los dueños de los locales, ser gordo está mal visto y se relaciona con lo negativo. El rechazo que se hizo durante décadas muchas veces queda en silencio y al parecer funcionó, porque mientras más se rechaza más exclusivo parece el lugar y más personas quieren concurrir. Y en esto debemos ser claros: el criterio de exclusión lo comparten también quienes pasan al lado de la persona que está en la puerta y miran para otro lado.
Sofía y sus amigas se retiraron del boliche luego de esperar más de media hora en la puerta y de recibir excusas para no dejarla ingresar. La joven modelo hizo un descargo en sus redes sociales y realizó la denuncia ante el INADI. Discriminar por el aspecto físico no puede seguir siendo una política de las empresas.
La obesidad es considerada una patología por la OMS y además es representada históricamente desde la burla y estigma en los medios de comunicación. Pero en la era fitness, de crossfit y dietas, de talle único y abdomen marcado, surgen también voces disidentes. La idea de que una persona gorda es solo objeto de análisis para la medicina y de burla para los medios está siendo cada vez más cuestionada: somos sujetos de derechos.
El índice de masa corporal (IMC), tan popular en el sentido común, es solamente un criterio matemático para calcular los cuerpos, desarrollado en el siglo XIX por Adolph Quetelet, y ya fue cabalmente cuestionado y criticado por su arbitrariedad e insuficiencia. La salud en el siglo XXI no puede determinarse mediante un solo indicador y mucho menos mediante un cálculo.
Nada sabemos de la salud de una joven que pesa 180 kilos, como tampoco lo sabemos sobre aquella que pesa 50 kilos. La suma de nuestros prejuicios y una mirada patologizante es la que juzga al cuerpo gordo y venera como ideal de belleza al cuerpo flaco.
Lo que sí sabemos es que la discriminación continua y sistemática vulnera derechos. Cuando una persona gorda va al médico por un esguince de tobillo producto de un tropezón, y antes de revisar y pedir estudios, el médico le dice que tiene que bajar de peso. Cuando un niño gordo durante todo el verano no quiere ir a la pileta porque sabe que será burlado y criticado. Cuando una joven deja de practicar un deporte o una danza porque el profesor le dice que sí o sí tiene que bajar de peso, aunque solo sea una actividad amateur de dos veces a la semana. Cuando un joven de 20 años acude al centro comercial y en todas las tiendas de ropa le dice “para vos no hay talle”. Cuando quieren cobrar dos pasajes en micro o en avión a una persona solo porque las butacas están hechas para personas flacas. En todas estas situaciones se vulneran derechos: a practicar deporte, a vestirse, a vivir una vida libre de violencia.
El mensaje que levanta Sofía nos dice que la vida de verano no puede seguir siendo un privilegio para las personas flacas.
El INADI tiene la oportunidad, una vez más, de tomar el asunto y trabajar para que esto deje de ser moneda corriente. Es necesario superar el caso, la lógica punitivista y la hipocresía. No se soluciona nada pidiendo simplemente que cierren o multen al local, a fin de cuentas Sofía quería ir a bailar con sus amigas allí.
La respuesta ante la discriminación naturalizada viene de la mano de políticas públicas concretas. Generando capacitaciones, formación y difusión de una mirada inclusiva para todos los locales comerciales. Mostrar cuerpos gordos, hacer visible la diversidad y poner en cuestión ese ideal de mercado de cuerpo tallado, siempre joven, blanco y de piel lisa, debe ser parte de una política antidiscriminatoria.