Este año, La Sodería Casa de Teatro cumple 30 años de albergar y dar refugio a la cultura independiente de Tucumán. Fue el grupo Marfil Verde, en busca de tener un lugar para mostrar sus obras, quienes rescataron un viejo taller de soda ubicado en la esquina de Juan Posse y el Pje. 1° de mayo.
Te acercamos un adelanto de “Archipiélagos del deseo: Una vida de Tere Guardia”, la biografía novelada de Patricio Dezalot, de próxima aparición. La venta anticipada se largará pronto. Anotate en la lista contactándote al Instagram de La Cascotiada Editorial o enviando un mensaje al Whatsapp de la editorial.
Tere fue una de las fundadoras, junto a Roberto Contino, Coqui Méndez, Graciela Cárdenas, Teresita Guardia, Fernanda Córdoba y Marcela Martinez.
Capítulo 8
Brilla el Marfil Verde
Buscando un lugar
En el ‘91 me llama la Qoqi Méndez empezamos a juntarnos con ella y con la Graciela Cárdenas (…) armamos ahí el grupo Marfil Verde, al que se sumó después Roberto Contino. Empezamos a pensar en un espacio, pero pasó mucho tiempo antes de que se hiciera realidad. En esos años siempre andábamos buscando nuevos lugares para ensayar y trabajar.
(…)
Era 1994 y, para variar de nuevo no teníamos lugar. Un día llega Roberto y nos habla de una casa muy vieja en el corazón de Villa 9 de Julio. Era de su familia, pero estaba abandonada hacía 38 años. Había sido la vivienda de su abuelo, pero hacía años que estaba desocupada. Como nadie lo cuidaba, todo era un yuyaral alto y se había convertido, básicamente, en el basural del barrio. Nadie quería ni pasar por la vereda y la gente esquivaba la propiedad, tenían que bajar y caminar por la calle. Tanto por afuera como por adentro era infernal.
La primera vez que llegamos nos topamos con todo eso. El edificio sufría todas las marcas del tiempo que uno se pueda imaginar, los yuyos eran más altos que yo, y le colgaba un cartelito que decía “En venta”, pero no se vendía. Después nos enteramos por qué era que no se vendía… además de estar llena de deuda de impuestos, multas y resulta que al Municipio le llovían las denuncias de los vecinos y ya habían advertido que ponto el predio sería rematado por el estado de abandono en el que se encontraba. Y era de no creer, porque estaba a treinta metros del Club Esportivo Guzmán y a otros treinta de la Capilla del Barrio y a dos cuadras del Parque. Además, en esta casona ochavada en la esquina de Juan Posse y Pasaje 1ro de Mayo, había funcionado en los años 20 del siglo pasado una de las primeras soderías de la ciudad. Es decir, era un lugar que realmente era emblemático, pero se había transformado en un tiradero.
Como nosotros queríamos estrenar una obra y no teníamos lugar para ensayar, Roberto habló con su familia y llegamos a un arreglo. Nos dijeron “bueno, ustedes limpian y ponen en condiciones el lugar, y nosotros se lo prestamos, lo cedemos en comodato hasta que se venda”, y así fue que comenzamos a trabajar. Me acuerdo de todo muy vivo, porque en noviembre de ese mismo año muere mi mamá y en diciembre fue cuando comenzamos a hacernos cargo del espacio. Para mí, La Sodería nació en el medio en ese duelo, de esa herida, y con esa fuerza que a veces te da el dolor y que te hace ir para adelante.
En ese tiempo se nos sumó al grupo la Marcela Martínez, que lo trajo también al novio, Héctor Valera Pol, que era actor, y con los chicos empezamos a desmalezar y limpiar. Afortunadamente en ese momento estaba todavía la Graciela Cárdenas, que es agrimensora, y habló alguien de la DAU (Dirección de Arquitectura y Urbanismo) y ellos mandaron una cuadrilla de ocho peones con camión para que saquen la basura de adentro. Estuvimos dos días y llenamos tres camionadas de basura. Me acuerdo de que se estaban yendo y les pido que paren porque habían dejado el cadáver de un perro muerto todo agusanado que seguramente habían revoleado por la tapia, “No, no, eso ya no”, nos dijo, y se fueron. Así que a Nelson se le ocurrió quemarlo, pero como no teníamos kerosene agarró y le echó nafta. Cuando le tiró el fósforo eso explotó, ¡casi se cepilló los dientes con la explosión! Y es que no sabíamos que eso estallaba. Yo era lanzallamas, pero no a ese nivel. Ya después comenzamos de a poco a pintar, voltear paredes, reciclar puertas. Comenzamos a pagar un par de impuestos, pusimos la luz, el agua, el gas… una cantidad de cosas que no son parte del teatro en sí, pero que a la vez nos fortalecieron.
¡Aquí no sacrificamos pollos!
Como todo en esta vida, lleva tiempo acostumbrarse a los cambios. Y a los vecinos les costó mucho acostumbrarse a nosotros. En este barrio, donde poco y nada se conocía sobre la creación artística, nos veían con mucha desconfianza. Como éramos gente medio que se vestía raro y estábamos casi siempre de noche, comenzaron a asustarse al escuchar algunos gritos que dábamos durante los ensayos. Uno de esos días, en medio de un ensayo, comienzan a golpear la pared. Como había un agujerito, se podía ver para adentro y un hombre comienza a decir “¡Señora Guardia, salga por favor!”. Me pareció extraño, yo no sabía quién era, así que paramos y salí descalza a ver qué pasaba. Cuando abro, ¡toda la ochava llena de policías y alrededor todos los vecinos mirando! Había hasta prensa, ¡nunca en mi vida vi tanta gente en La Sodería como en ese operativo!
Resulta que el cana que nos había tocado la puerta, ya me conocía. Era uno de los que hacían de vigilantes cuando ensayábamos en el hall de Obras Sanitarias. ¡Claro! Él vio por el agujerito y supo en ese momento qué estábamos haciendo ahí. “Señora Guardia, disculpe, pero tenemos orden de allanamiento”, me dice, y en ese momento se acerca un camarógrafo, el cura párroco con la biblia el agua bendita, y la presidenta del centro vecinal, doña Fanny, que todavía vive, es un amor. “¡¿Qué hacen ustedes ahí adentro?!” nos dicen, y nos clavan los ojos. Estaba yo que los dirigía y los cuatro actores con los cayos al aire, adentro no teníamos nada… es que hacíamos teatro pobre, no sólo por la pobreza, sino porque la obra estaba desprovista de cualquier artilugio. “¡Estamos ensayando!” les respondo. “¿Y qué están ensayando?”, “¡El deseo atrapado por la cola!”. Y abren los ojos grandes, ¡claro, con ese nombre! Ellos pensaban que éramos una secta satánica, que estábamos haciendo orgías, sacrificios de niños o de pollos, no sé… pero en realidad estábamos ensayando esa obra poco conocida de Pablo Picasso, que la escribe enclaustrado durante semanas en un departamento de París cuando los Nazis ingresaron. Entonces nosotros la tomamos a la obra como un emblema de lo que nos estaba pasando, porque habíamos pasado la dictadura y estábamos con un genocida que se postulaba a gobernador.
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Mientras arreglábamos el lugar, ya estaba presente la idea del nombre que le queríamos dar al espacio. Queríamos recuperar la memoria del edificio y por eso le pusimos “La Sodería”. Pero bueno, abrirlo al público ya era otro cantar, y eso nos tomó muchos meses de trabajo. Era una tarea difícil, ¿quién va a ir a un lugar que nadie conoce?
(…)
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