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En primera persona, el autor de la nota recorre lo que el activismo gordo llamó “la industria de las dietas”. Controlar el consumo de comida y bebida forma parte de un complejo entramado social para normalizar los cuerpos. ¿Cómo impacta en nuestros cuerpos y en nuestras subjetividades?
Si escribimos la palabra dieta en el buscador de internet, encontraremos 225 millones de entradas. Vivimos rodeados de propaganda sobre la dieta, de productos dirigidos a aquellos que hacen dieta, y por supuesto, de personas que en una reunión entre amigos liberan la frase “no puedo, estoy haciendo dieta”. Controlar el consumo de comida y bebida forma parte de un complejo entramado social para normalizar los cuerpos. La estética, la salud, la crianza y el dinero necesario para comprar comida se mezclan en estas prácticas, haciendo de la dieta, un asunto mucho más complejo de lo que pensamos.
En el libro “Cuerpos sin Patrones. Resistencias desde las geografías desmesuradas de la carne”, Lux Moreno pregunta: “¿A qué edad hiciste tu primera dieta?”. Millones de personas en el mundo empezaron una dieta a temprana edad, porque desde la primera infancia aprendemos cuales son los registros de los cuerpos aceptables, y de aquellos que no serán tomados como válidos, bellos ni funcionales.
En un intento por exponer algunas aristas de lo que desde el activismo gordo se llamó “La industria de la dieta”, expondré mi propio recorrido por ella.
Adolescencia Gorda
Desde que tengo recuerdos percibí mi cuerpo como demasiado grande. Fui uno de los chicos más altos el grado durante toda la primaria, la ropa me quedaba chica siempre y reiteradamente me decían gordo.
Sin embargo, no fue hasta la pubertad que ese dato formó parte central de mi vida. Ser gordo estaba mal, era sinónimo de no ser deseado, de quedar atado a una serie de estereotipos ya conocidos por todos. El gordo estudioso, el gordo simpático, el gordo buen amigo de aquellas personas de las que quería ser más que amigo. Ese escenario aterraba. Y también me aterraba el local donde compraba la ropa. Las mejores remeras siempre venían hasta el talle L, y yo a los 13 años ya era XL, sea cual sea la marca de ropa que me probara.
A principios de los 90 mi padre supo encarar “una batalla contra la obesidad” a la edad de 30 años. Por este motivo, cuando pregunté seriamente qué podría hacer para dejar de ser gordo, mi madre me comentó de la existencia de este grupo: ALCO: Asociación de lucha contra la obesidad. Años después me enteré que surgió en 1967 de la mano del doctor Alberto Cormillot.
A los 14 años, me encontré asistiendo semanalmente a un grupo de jóvenes de la asociación de ALCO.
Recuerdo esos momentos con una extraña claridad. La rutina del lugar tenia pasos tan marcados que parecía una práctica espiritual. Llegábamos, nos quitábamos las zapatillas para restar 1,500 kl de nuestro peso. Nos pesábamos, y anotábamos en la libreta el peso inicial.
Me dieron una libreta personal hacerlo, y semana a semana anotaba ese número que me otorgaba la balanza. Mis avances o retrocesos tenían que ver con los gramos de más o menos que mi cuerpo evidenciaba.
Luego de pesarnos nos sentábamos en ronda, compartíamos los pormenores de nuestra lucha contra la obesidad, lo cual significaba una lucha contra la comida y contra nuestros cuerpos.
Al concluir la reunión, recitábamos en conjunto una “Oración de Serenidad” que según recuerdo, era más o menos así:
Señor, concédeme…
Serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar
Valor para cambiar aquellas que puedo
Fortaleza para alejarme de lo que no puedo cambiar ni aceptar
Y sabiduría para reconocer la diferencia entre las tres
El espacio estaba conformado por personas muy buenas. Realmente encontraba tranquilidad, esa que aparece cuando compartimos espacio con pares. Pero el costo de esa tranquilidad tenía que ver con aceptarme enfermo, con pensarme desde el lugar de persona que padece una enfermedad que se llama obesidad, a también representarme como adicto.
“A diferencia de los adictos a las drogas, nosotros jamás podemos dejar de comer, por eso es muy difícil esta lucha”. Esta frase la escuche cientos de veces, alguna vez incluso en la TV por algún doctor.
A los 14 años me asumí gordo, enfermo y adicto. Bajé 11,600 kl, el número quedó en mi memoria bajo la categoría de los recuerdos del “éxito”. Fueron meses de lucha, de aprendizaje sobre el valor nutricional de una manzana. Meses de hambre, ansiedad, culpa y de deseos que no podían concretarse nunca.
Al llegar a los 8 kilos, las personas que me rodeaban empezaron a reconocerme. El éxito me abrazaba como nunca antes, y aunque seguía sin gustarme mi cuerpo, tenía un reconocimiento social que parecía valer todo el esfuerzo.
Juventud Gorda
Cinco años después de haber bajado 11,600 kl, encontrándome ya en la universidad, mi peso era similar al de aquel adolescente pre-dieta. Lejos de brindarnos una solución, la industria de la dieta nos crea un falso problema y nos tiene toda nuestra vida atados a ella, luchando contra él.
Inicié una segunda lucha contra mi obesidad, esta vez en soledad, consciente de que había adquirido la independencia para hacerlo solo, sin grupo de pares. Bajé 18,500kl, y otra vez el entorno social empezó a reconocerme.
Compraba la línea verde de comidas. Ya a esa edad todo tenía el nombre del doctor que supo ser mentor del grupo de pares. Pesaba cada alimento antes de cocinarlos, calculaba estratégicamente la sal, y buscaba la versión light de toda la comida clásicas de la región.
Durante casi dos años viví una vida ajena a mis deseos, pero con el éxito de tener un cuerpo que era más cómodo de portar. La exigencia para tener un cuerpo atlético, siendo una persona de clase trabajadora con intereses en formación en filosofía, se fue convirtiendo en algo económicamente inalcanzable.
Cada vez que subía algunos kilos, algún compañero de la facultad o algún docente me comentaba al pasar “¿estás más gordo?”, “dejaste el gym”, o “estabas muy lindo, no dejes de cuidarte.” Entregar mi cuerpo a la industria de la dieta, significaba también entregarlo a la opinión pública. A ser juzgado, evaluado, alentado y desalentado sobre los designios de mi cuerpo, por todo aquel/la que quiera dar su parecer.
Desertor
Hace unos años dejé de intentar hacer dietas. Y empecé a vincularme con la comida desde el deseo de disfrutar, de compartir con amigos/as, de vivir todos los momentos que la comida supone sin pensar que la versión ligth también puede estar rica. Ni pensar cuantos kilos tengo que bajar para “estar bien”.
De la filosofía occidental aprendí que los ideales de belleza fueron cambiando a lo largo de la historia. De mi propia experiencia aprendí que la industria de la dieta es una cara más de un modo social de organización que patologiza los cuerpos y nos pone a todos y cada uno a trabajar para encajar.
El cuerpo que tengo me duele a veces, me hace feliz otras, pero nada de eso tiene que ver objetivamente con el peso.
Con la excusa de “es por salud”, dejamos que se monte un show de burlas y humillación hacia personas con cuerpos disidentes de la norma. “Cuestión de peso” decía ser un programa sobre la salud, y era más bien un escenario en donde se reforzaban todos los estereotipos sobre “el gordo” y “la gorda”. Porque nos ponen a pensar que 10 kilos más de lo que indica el famoso “índice de masa corporal” , debe preocuparnos todos los días, pero el hambre que se vive el mundo no es un problema. Nos invitan a trabajar por alcanzar “el mejor cuerpo posible”, pero el Estado deja en manos del mercado la alimentación y la salud de su pueblo.
No hay un solo camino en el vínculo con nuestros cuerpos. No podría jamas decir qué debe hacer una persona con el suyo, sí puedo decir que no cada vez que aparece un “gurú” con una nueva propuesta. Detrás hay un mercado que busca formatear nuestra subjetividad para el consumo. Incluso aquellos que “destapan” lo que sucede con la industria alimenticia y no cuestionan este binomio de deslgadez/gordura, están dentro de la misma lógica mercantil.
Nuestros cuerpos trabajan, comen, aman, viven y desean de modos más diversos que los que nos quieren imponer, y toda esa diversidad de experiencia no debería ser el problema, sino un camino más para encontrar la posibilidad de vivir una vida libre de violencias y discriminación.