Bruno Bazán

La ciencia frente al odio, mentiras y narrativas antivacunas

Salud

Hace unos años me obsesioné con una cita de Jacques Rancière sobre la democracia. La repetí muchas veces, en algunos textos académicos, en notas y también en charlas con amigos. La cita en cuestión está al final del ensayo El odio a la democracia y dice así:

“La democracia está desnuda en su relación al poder de la riqueza como al poder de la filiación que viene hoy a secundarla o desafiarla. No está fundada en naturaleza alguna de las cosas ni garantizada por ninguna forma institucional. No está sostenida por ninguna necesidad histórica y no sustenta ninguna. No está confiada más que a la constancia de sus propios actos.”

Recuerdo que me maravilló la claridad con la que se explica de modo vital lo que es la democracia, y también explica por allí algunas razones del odio a esta forma de vivir. Hoy creo que también se puede usar la misma frase si cambiamos la palabra “democracia” por “conocimiento científico” o “saber”.

Cuando leí el libro hace años me maravillaba el hecho de formar parte de una generación que vivió toda su vida bajo un sistema democrático, esperaba mucho de esa realidad y creía, con inocencia, que ciertos debates históricos no iban a repetirse.

Pero aquí estamos, transcurriendo el primer cuarto del siglo XXI, dando viejos debates todo el tiempo, incluso aquellos que cuestionan la forma del planeta tierra o la creencia de que las vacunas en sí son algo malo para la población.

La Sociedad Argentina de Pediatría advirtió una baja histórica en la vacunación de niños y el peligro para la población que esto conlleva. El informe epidemiológico de Salud muestra que fallecieron 7 niños menores de 2 años por tos convulsa o coqueluche durante el 2025. Y en lo que va del año fueron 627 casos confirmados.1

A veces me gusta pensar —solo como ejercicio mental— que el 2020 fue una suerte de aceleradora de problemas y que la experiencia de encierro de la población hizo crecer los fanatismos, los fascismos y los discursos rimbombantes en redes. Claro que es solo un ejercicio.

El descreimiento o negacionismo sobre las vacunas tiene orígenes diversos y antiguos, pero luego del COVID-19 hubo un crecimiento de discursos de odio y una unión de creencias que conforman prácticamente un dogma. Ser anti feministas,  terraplanistas y antivacunas son aspectos que unen a usuarios en redes y también a un sector político en las calles.

La democracia y el conocimiento científico comparten la misma fragilidad: solo existen si se ejercen colectivamente y si se defienden de los discursos del odio. Desde hace décadas se vienen estudiando y monitoreando los derechos humanos en la investigación y atención sanitaria, con un marco normativo y corpus teórico propios.

La bioética, como disciplina específica que surge para abordar temas complejos referidos a la salud y los derechos humanos, tiene un recorrido sobre el asunto de las vacunas. Lo primero es que la evidencia científica e histórica muestra que funcionan. La enfermedad de la viruela, por ejemplo, fue erradicada del planeta gracias a la vacunación masiva.

Se llama “inmunidad colectiva” o “inmunidad de rebaño” a la protección de la población que se genera cuando la mayoría del grupo está vacunado. Las vacunas, como dispositivo médico, necesitan ser masivas, llegar a la mayoría de la población para ser efectivas. No se trata sólo de decisiones individuales sino de acuerdos colectivos. Por eso también deben ser consideradas un bien público y no una mercancía privada.

La búsqueda de vacunas, las peleas entre grandes marcas privadas por sacar al mercado y vender primero a los países, los porcentajes de efectividad y algunas imprecisiones generaron una serie de discursos antivacunas que hicieron crecer la desconfianza de la sociedad. Al punto tal que millones de padres, madres y tutores dejaron de considerar fundamental inmunizar a sus hijos: se negaron a colocar vacunas probadas, testeadas y con eficacia garantizada.

Ya no se trata sólo de cuestionar las del COVID-19, sino aquellas que permitieron proteger a la población contra la hepatitis B, la tuberculosis, la difteria, el tétanos, la tos convulsa y una extensa lista de patologías que, por suerte, no representan un problema en la actualidad.

¿Los padres son dueños de inmunizar o no a sus hijos?

La respuesta es clara: los padres o tutores no son dueños de la decisión sobre la salud de un bebé respecto a las vacunas. Padres, madres y tutores tienen derecho, como familia, a criar según las creencias que consideren pertinentes pero también el Estado debe bregar por la salud de los más desprotegidos.

Una prueba reciente de esto se dio en un fallo analizado por Maximiliano Etchegoin2, en el cual se desglosan los argumentos en una sentencia a favor de vacunar a un niño recién nacido en contra de la decisión de los padres. Esta causa comienza con un pedido de intervención de la Justicia de Córdoba por parte del médico pediatra al recibir la negativa de la familia para colocar al bebé las vacunas estándar según el Calendario Obligatorio de Vacunación.

El juez dictaminó que si bien existe derecho a la intimidad por parte de la familia y responsabilidad parental en la crianza, estos tienen límites en cuanto a la salud de los niños y niñas. Y ese límite está precisamente en el acceso a la salud como derecho universal de todas las personas, aún más cuando se considera un asunto de salud pública:

En virtud de ello la vacunación se erige como una forma de garantizar su interés superior, que constituye una de las directrices fundamentales del ejercicio de la responsabilidad parental (…) ante el supuesto de objeción de conciencia relacionado a la vacunación (…) tiene preeminencia el derecho a la salud de aquellos.” (p. 326)

Resulta entonces una obligación de todas las personas que aquellas patologías que están extintas o próximas a extinguirse gracias a la vacunación colectiva sigan en ese camino.

Existe un criterio dictaminado  por Ley 27.491, de control de enfermedades prevenibles por vacunación, en la cual se declara la vacunación como política de salud pública esencial y con un interés nacional estratégico, en el texto se establece garantizar la gratuidad, equidad y acceso universal a todas las vacunas del Calendario Nacional. Las leyes sobre salud pública son una herramienta fundamental para dar transparencia y seguridad a la sociedad en general y evitar escándalos que afecten la salud de la población.

El mito del autismo y las noticias falsas en la red

Uno de los argumentos más reiterados en redes sociales y en voces de activistas antivacunas son los supuestos efectos secundarios para la salud de las infancias provocados por las vacunas. Se sostiene que la aplicación de vacunas en bebés incrementó el número de diagnósticos de autismo. Este mito se basa en un escándalo de divulgación científica sucedido en 1998.

En aquel momento, un artículo fue publicado por la revista The Lancet bajo la dirección de Andrew Wakefield. En ese artículo se aseguraba contar con evidencias para demostrar que la vacuna triple viral (sarampión-paperas-rubéola) se vinculaba con un “síndrome” similar al diagnóstico de autismo. La investigación tuvo mucha repercusión porque The Lancet es una de las revistas más antiguas y prestigiosas de divulgación científica.

Luego de una exhaustiva investigación se descubrieron datos alterados, un muestreo basado en sólo 12 casos y un conflicto de intereses entre Wakefield y un grupo de abogados que buscaban demandar a las farmacéuticas. La investigación fue retirada y Andrew Wakefield perdió su licencia para ejercer la medicina.

Hubo efectivamente aumentos de diagnósticos de autismo, pero diferentes estudios demostraron múltiples factores para explicarlo, entre ellos el cambio en las prácticas diagnósticas3. La realidad de la salud no se explica con una sola causa ni en dos o tres palabras, quizás por eso las noticias de los propagadores de odio tiene éxito, su sencillez transiente el absurdo con la repetición y se vuelve una explicación llana, que nos impregna por su aparente solidez. 

El escándalo de la falsa investigación significó una vergüenza para la revista y alertó sobre la necesidad de reforzar los estándares para publicación de investigaciones. Pero el tema y su argumentación, los comentarios de boca en boca y la reproducción incansable de la idea falsas, generaron un mito difícil de erradicar.

Veintisiete  años después, y en Argentina, en el Congreso de la Nación un grupo de personas militantes antivacunas llevaron a un hombre que dice estar “imantado” producto de la vacuna AstraZeneca del COVID. Hay registros del mismo hombre participando con la misma “actuación” en el programa de Guido Kaczka antes de la pandemia. “El hombre imán” está más cerca de un show de circo que de un caso serio a ser analizado por especialistas en salud.

Es incontable la cantidad de personas que pueden, por un video de segundos, formar una idea falsa sobre las vacunas del COVID en particular o sobre las vacunas en general.

No alcanza con que, como población, hayamos sobrevivido y erradicado enfermedades gracias a las vacunas: el conocimiento científico en esta era necesita ser también un ejercicio constante, una recorrido  que se hace, se replica y se difunde, para que podamos hacer contrapeso al festival del delirio que propone el fascismo. Detrás del show siempre está el ansiado deseo de  destruir algo tan preciado para nuestro país como la salud pública y el Calendario Nacional de Vacunación.

En un mundo sin esencias, con la promoción del odio y las noticias falsas como herramienta política, la educación y la divulgación científica recobran una importancia sin igual. Por el futuro de nuestra especie, por la salud y el bienestar de nuestras infancias y adolescencias y, sobre todo, por la necesidad de construir otra vez un horizonte posible de vida feliz. 

  1. Ministerio de Salud de la República Argentina, Dirección de Epidemiología. (2025). Boletín Epidemiológico Nacional N°783, SE 46 ↩︎
  2. Etchegoin, Maximiliano. “La vacunación como garantía del derecho a la salud en su plano individual y colectivo, y del interés superior del niño.” Revista Derecho y Salud, vol. 9, no. 10, 2025, pp. 315–327. DOI: 10.37767/2591-3476(2025)23. ↩︎
  3.  King, M., & Bearman, P. (2009). Cambio diagnóstico y el aumento de la prevalencia del autismo. International Journal of Epidemiology. ↩︎
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1 comentario

  1. Excelente nota que muestra una gran ignorancia
    Tema extraño porque los argentinos siempre nos vacunamos y mantuvimos obligatoriedad de cumplir con la agenda de vacunaciones
    Es indudable que la impronta negacionista avanza mientras la defensa de derechos pretende consolidar la democracia

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