Hilda Gerrero de Molina, el nombre que reivindica la lucha

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El 12 de enero de 1967 la militante peronista de la rama femenina de Tucumán era asesinada de un disparo en la cabeza por parte de la policía en una manifestación en la ciudad de Bella Vista. El legado de una lucha que sigue vigente. 

A principios de 1967 Tucumán estaba inmerso en una grave crisis económica y social desde que se instauró la nueva dictadura en 1966 con Juan Carlos Onganía quien había decretado el cierre de 11 ingenios azucareros, actividad productiva que movía los hilos de la economía de Tucumán. Como consecuencia de ese desguace, 40.000 tucumanos se quedaron sin trabajo y aproximadamente 200.000 trabajadores desocupados debieron emigrar hacia otras provincias.  

Sin embargo, los trabajadores Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera (FOTIA) había dispuesto un plan de lucha a mediados de 1966 con resistencia por parte de los trabajadores que reclamaban el atraso en el pago de sueldos y los despidos de los obreros. 

El ingenio de Santa Lucía ubicado en Monteros, era el que concentraba la actividad económica de la localidad y estaba por desaparecer por el decreto firmado por el dictador Onganía. En esa ciudad vivía Hilda Guerrero, esposa de Juan Molina trabajador del azúcar con quien tuvo cuatro hijos. Junto con otras mujeres formaban la rama femenina del Partido Peronista y se dedicaban a organizar ollas populares para paliar el hambre y afrontar la pobreza que sufrían los pobladores del lugar. 

En 1967, como parte de la primera etapa de un plan de lucha para hacer frente a la grave crisis, el 10 de enero en Santa Lucía los trabajadores hicieron una asamblea y decidieron marchar por una de las avenidas cercanas al ingenio. Frente a esa situación, el 12 de enero la policía se había desplegado por toda la provincia para impedir que los trabajadores llegaran a la capital provincial bloqueando la ruta 38. 

Pese a ese accionar, los trabajadores encontraron la forma de marchar para ejecutar la segunda parte del plan de lucha que tenía como objetivo llegar a San Miguel de Tucumán. Ante el bloqueo policial, decidieron emprender camino cruzando cañaverales y ríos. Hilda era una de las que formaba parte de ese grupo de personas, que después de caminar muchas horas durante la noche, lograron arribar a Bellavista.

Allí decidieron tomar un descanso para seguir camino a la capital Tucumana, pero los trabajadores y sus familias fueron reprimidos por la fuerza policial con gases lacrimógenos y balas. Uno de los proyectiles impactó en la cabeza de Hilda Guerrero lo que le causó la muerte a las pocas horas.

Su asesinato causó tanta conmoción que generó una pueblada donde la fuerza de los trabajadores unida a la de los pobladores de Bellavista, lograron que la policía se repliegue y de esta manera, por unas horas, la localidad estuvo en mano de los trabajadores.

Este hecho sentó un precedente para dar lugar a una modalidad de lucha y protesta que se iba a replicar en el país como el Cordobazo y el Tucumanazo.

El velorio de Hilda Guerrero de Molina se realizó en su casa en Santa Lucía donde participaron miles de personas de Tucumán y de distintos puntos del país. Tanta fue la conmoción que una de las coronas que llegó, cuenta la historiadora Julia Rosemberg, llevaba el nombre de Juan Domingo Perón. 

A pesar de la lucha de los trabajadores y del pueblo en general, el ingenio de Santa Lucía cerró en 1968 y durante la última dictadura funcionó en 1976 como centro clandestino de detención. 

A 56 años de su asesinato, el nombre Hilda Guerrero prevalece como la representación de lucha de aquellos que sufren las injusticias y le ponen el cuerpo a un sistema que excluye permanentemente a los sectores vulnerables. Y, además, es un símbolo de fuerza para las mujeres que creemos que la lucha a través de la política es necesaria para generar cambios en nuestra sociedad.  

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