Ayer se realizó una multitudinaria movilización para exigir justicia por los femicidios de Abigail Luna y Abigail Riquel. Fue la movilización más grande desde que se declaró el aislamiento social, preventivo y obligatorio por la pandemia.
Hace 5 años, desde el primer Ni Una Menos las mujeres gritábamos Justicia, bajo ese lema que repetíamos casi como un mantra. Un mantra que nos interpela, que llevamos en el corazón, en los pañuelos y en las gargantas que quedan rojas de gritar que “Vivas nos queremos”.
Desde la primera marcha nunca se vio algo parecido a lo que cientos de personas vivieron en la Plaza Independencia el día 21 de octubre.
No es menor el contexto: plena primavera pandémica. Airecito fresco, como de otoño. El reloj en los celulares marcaba las 18hs cuando la Plaza de las manifestaciones masivas en Tucumán se empezó a llenar de periodistas feministas, madres, hijas, educadoras, militantes de casi todas las banderas (no había ningún antiderecho).
Los carteles de la marcha tenían consignas claras: “Justicia por Abigail”, “Ni Una Menos, vivas nos queremos”, “No estamos todas, nos falta Abigail”. Las caras cubiertas de barbijos, pálidas de emoción de ver tanta gente junta en plena pandemia.
La marcha por pedido de Justicia por Abigail Riquel y por Abigail Luna fue la más masiva desde el 22 de marzo, cuando declararon el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio. Además, fue la marcha en la que más presente se sintió el dolor. El dolor popular, corazones fragmentados, los ojos llorosos de las mujeres que no se cansaban de gritar, de madres con la angustia en el pecho y en las bocas, hermanas con un dolor inexplicable en las mentes.
Todas unidas en un pensamiento colectivo: los femicidios están cerca, son cada vez más, somos la 3ª provincia en el país con más casos de mujeres muertas en manos de varones.
Eran las 18.30 y nadie sabía lo que iba a ocurrir, algo histórico. De repente, se abrió paso entre la gente una columna con carteles diferentes: eran docenas de fotos de una niña. Abigaíl disfrazada en un acto escolar, Abigaíl con el delantal de la escuela, Abigaíl con un vestido verde de princesa.
Esos carteles estaban levantados por niños, niñas y adolescentes.
A más de una persona se le debe haber puesto la piel de gallina al ver llegar a esos sujetos políticos: niñas y niños, amigas y amigos y vecinos de Abigaíl, que fueron, sin saberlo tal vez, las protagonistas de aquella columna que avanzaba sin cesar por la calle 25 de Mayo. Un momento, realmente histórico.
El padre de Abigaíl tomó la palabra y parecía un líder político de otras épocas. Agradeció a los y las vecinas que habían asistido, al pueblo que lo acompañó y con una firmeza en la voz, no titubeó al exigir Justicia. Dijo: “Hagamos ruido, aunque seamos pobres.”
Lxs asistentes lagrimearon, lo corearon, lo animaron, le gritaban que debía seguir adelante con la lucha, que no estaba solo, que el pueblo estaba con él. Una lucha que recién empieza.
Las compañeras de Ni Una Menos habían debatido, con ahínco el documento que se leería después de que la familia Riquel tomara la palabra. Exigieron una vez más que la Justicia deje de ser patriarcal, que el presupuesto para la violencia de género en la provincia se incremente, gritaron para que el Ministro de Seguridad Claudio Maley renuncie, para que no haya más muertas por violencia machista.
Así tal como lo estás leyendo ahora, sucedió lo más increíble. Se empezó a correr el rumor: habían encontrado al culpable, al violador, al asesino, al femicida.
Desde el domingo fatídico en que empezaron a buscar a Abigaíl, las familias del Villa Muñecas no duermen, no comen, están en la calle. Llenos de rabia, de palabras de contradicciones. Llenos de lucha.
Como en un estado de shock, los correteos empezaron otra vez. El padre de Abigaíl subió escalón por escalón de la explanada de Casa de Gobierno, que parecía sólo de él. A su paso, retrocedía la policía que había formado un cordón de protección al edificio que alberga a la dirigencia del Poder Ejecutivo. La hermana y la madre de Abigaíl miraban al cielo, como agradeciendo. Como si aquel cielo nublado y con olor a lluvia, les trajera algo de alivio, la punta de algún hilo que pudiera traer un pequeño rastro de verdad.