Gonzalo Calzada: “El terror está en nuestro ADN, uno nace llorando, no riendo”
Por Sofía Lancioni. Esta nota fue escrita en el marco de la materia Entrevistas de la carrera de Periodismo y Producción de contenidos de Escuela de Comunicación Eter.
Conocido por su trayectoria en el cine de terror, Gonzalo Calzada es director, productor y docente. En esta conversación abre el cajón de los recuerdos para evocar escenas de su infancia, las experiencias que forjaron su personalidad y los momentos que dieron forma a su mirada sobre el cine, el miedo y el éxito.
–¿Cómo fue tu infancia? ¿Qué recordás de ella?
–Nací en Comodoro Rivadavia, Chubut, en 1970. Era otro mundo. Tuve una infancia feliz, pero extrema. En lugares extremos, con situaciones fuertes, pero también con una gran unión entre hermanos. Vivíamos en una zona muy desértica, muy ventosa, fría y cruda; al mismo tiempo, salvaje. Eso, definitivamente, te va formando.
Cualquier cosa que llegara a Comodoro Rivadavia era un evento. Era un lugar perdido en el viento. Una ciudad chica, pero grande para lo que era la Patagonia. Un centro petrolífero del país, una ciudad industrializada. Íbamos a la playa; era rocosa, y el mar estaba siempre empetrolado, con un olor muy fuerte. El petróleo se te pegaba en la piel, en la ropa, y no te salía por días. Todo eso, combinado con el viento y el frío, lo transformaba en un
espectáculo natural que se te queda en la memoria. Como decía mi vieja: “El viento puede volverte loco”. Ella era docente y, a veces, por necesidad de que entrara más plata, daba clases en internados de niños en el sur. Nos llevaba con ella, y nos encontrábamos conviviendo en pabellones con chicos en situación de vulnerabilidad, muy de novela de Dickens.
–¿Cómo eras de niño?
–Era muy observador y, desde muy chico, sentí que tenía el don de crear una otredad, un alter mundus en el territorio de la fantasía. La disociación se volvió un recurso: si no me gustaba la realidad en la que estaba, podía inventar una propia. Tenía ese don: escribir y contar cuentos a mis compañeros. Siempre estaba fabulando. Me fascinaba la posibilidad de lograr que el otro, aunque fuera por un momento, también entrara en ese lapsus y su realidad quedara suspendida. Que pudiera respirar, por un instante, de aquello que lo asfixiaba.
–¿Recordás algún disparador o experiencia en tu infancia que anticipara a lo que terminarías dedicándote? ¿Quién era tu referente?
–Recuerdo que con mis hermanos dormíamos en una pieza que tenía una pared de chapa. Estábamos muy pegados a lo que era el afuera. De noche, se escuchaba mi triciclo que andaba solo, y mi hermana —que dormía arriba— me decía: “Está andando el triciclo otra vez”. Y lo único que había que hacer para saber si efectivamente lo movía el viento o un nene era subirse a la ventana y observar. Nadie lo hizo. Eso era un disparador clásico del mundo del terror.
Uno, de niño, tiene la virtud de encontrar en el espacio que le toca su refugio, su lugar mágico. Mi infancia me recuerda a las películas de Miyazaki: la exploración del mundo a través de los ojos de los niños, y lo que prima ahí es el asombro. A uno le preguntan: ¿Cuáles son tus referencias? Y la realidad es que, cuando vas madurando los procesos, te das cuenta de que tus verdaderas referencias son tus primeras impresiones.
–Cuando eras chico te mudaste a Córdoba. ¿Creés que el misticismo de la provincia te influyó?
–Empecé a conectarme con esa misticidad recién a los 17 años. Como me gustaba lo sobrenatural y lo fantástico, cualquier nexo que me permitiera abrir esos mundos, explorarlos y descubrir esos límites imprecisos entre la realidad y la ficción, me interesaba profundamente. Porque uno, a esa edad, está hambriento de experiencias, de conocimiento, de ir probando cosas para entender qué es real, qué no, e incluso qué te estimula la imaginación.
–¿Cómo nace una idea en vos? ¿De dónde surgen tus historias? –Creo que, desde que tengo memoria, siempre fue así: las ideas aparecen de manera constante. Algunas se dejan ir, otras quedan anotadas y después resurgen. También están las que nacen de una situación particular: meditando, viendo una película o incluso bañándome. Me siento una persona muy rica y agradecida, porque vivo este proceso como un don: disfrutar de la imaginación sin censura, como un estado de enamoramiento permanente. Ese vínculo con lo imaginario nació como un mecanismo de defensa en la infancia y me permitió transitar de un mundo a otro sin caer en la locura. Se dice que la mejor droga es el arte, porque canaliza lo que de otro modo podría estallar de manera nociva. La imaginación surge, entonces, como una necesidad: vomitar lo que oprime, estallar en forma de creación, tender un puente. No existe una regla. Ningún artista debería encasillarse en normas, porque el proceso es misterioso: crece, cambia y se convierte en enigma. Así llegan las historias.
–¿Por qué nos gusta el terror?
–El terror viene del miedo, la primera emoción. Es la que nos ayuda a sobrevivir. Está en nuestro ADN. Uno nace llorando, no riendo. Las primeras sensaciones son confusión, vértigo, miedo. El miedo también se transforma en un juego: el tren fantasma y la adrenalina. Sabés que no te va a pasar a vos, pero necesitás verlo. El cine de terror es catártico: libera tensiones, nos recuerda que vamos a morir, nos alerta. Siempre genera atracción o rechazo, pero nunca indiferencia. Por eso hay tantos festivales de terror. Como decía Lovecraft: el miedo es la emoción más antigua.
–¿De tus películas, cuál tiene un lugar especial en tu corazón?
–Todas, uno atraviesa lapsos de vida muy fuertes grabándolas, no se trata solo de la película en sí. A todas las quiero, tocan lugares distintos en mí.
Soy muy crítico de las mías, siento que las películas tienen un problema: envejecen demasiado rápido y, en el caso del cine de terror, esto se acentúa. Los trucos y los efectos terminan por notarse, y si no fueron hechas con cierta poesía y pasión, lo que queda es una cáscara fría, sin vida. No creo que eso ocurra con las mías, cada película fue muy trabajada y cuidada. Tienen cuerpo y alma.
–Ví que grabaste bastante en el norte. ¿Hay algo cautivador para vos ahí? ¿Conocés el ciclo de terror que se está creando en Tucumán?
–Mi conexión con el norte tiene raíces en mi niñez. Encontré en la Puna y en el norte mi segunda Patagonia. Ahí, revivo el desierto.
Creo que está bueno porque este crecimiento del terror viene de una maduración de viejos directores —me incluyo— que al principio seguíamos las modas norteamericanas, pero con el tiempo cada uno fue encontrando elementos propios. No es que uno abandone sus gustos, sino que empieza a encontrar una voz autoral. Y esto también se traslada a lo que la tierra tiene para contar en cada región. No quiere decir que para hacer cine auténtico tengas que narrar un mito regional: podés contar algo universal. Pero si estás en Tucumán y contás una historia de hombres lobo, quizás te perdés del mito del Familiar, que está a la vuelta de la esquina.
–¿Cuál es tu definición de éxito? ¿La taquilla, los comentarios o la repercusión? –Para mí el éxito es que lo que hayas querido hacer, estéticamente, no te haya traicionado. Que en el producto final se vea la esencia de lo que querías transmitir. El resto es azaroso. No creo que el éxito sea tener espectadores: eso es cantidad, no calidad. Y la cantidad no significa nada. El éxito verdadero es no traicionarte. Seguir tu búsqueda, tu estética, aunque no sea comercial. Si fluye naturalmente y además atrae, fantástico. Si no, no importa. Hacer algo por especulación nunca es éxito.
–Estás a full con La trenza, tu última obra. ¿Cuándo será el estreno? ¿Qué podés contarme de ella?
–Probablemente en 2026 o 2027. Ya hay un primer corte, pero falta el proceso técnico, que es caro. Ahora estamos en la etapa de festivales.
La película habla de los miedos infantiles, que tienen distintas máscaras. El miedo macabro, por ejemplo, vinculado al cuerpo en descomposición. El miedo a lo siniestro, como lo definía Freud: lo familiar que de golpe se vuelve extraño. La infancia y la pubertad son momentos clave para descubrir que tus padres no son lo que creías. Sobre eso va el relato.



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