El aislamiento social preventivo y obligatorio decretado por el Poder Ejecutivo Nacional por la pandemia del coronavirus, modifica el paisaje cotidiano en todo el territorio nacional. ¿Cómo se vive este momento en una de las ciudades más turisticas del país como Mar del Plata? Nuestra cronista Betania Alvarez Araoz viajó hasta allí para registrarlo.
Es martes, son las 6 de la tarde y parece imposible salir de aquí. Abro una pestaña de google y busco: pasajes online. La popular plataforma responde: “no se ha encontrado la información que solicitas”. Insisto. El último servicio disponible es para el viernes 20/03 a las 03:45 am. Tendré que irme antes. Los foros de alquileres, normalmente llenos de mensajes brillantes y amorosos para captar huéspedes ahora gruñen: “no vengas, no son vacaciones”. Sin dudas, no son vacaciones, pero algunos decidimos ir igual, no a hundir los pies en la arena sino a intentar contar cómo se vive la primera pandemia de este siglo en una de las ciudades más turísticas del país: Mar del Plata.
El camino hasta Retiro fue solitario: tren, subte y colectivo te arrojan al estacionamiento de la popular terminal de ómnibus, un edificio rodeado de trabajadores del día a día, vendedores ambulantes y caza turistas desprevenidos. En los pasillos hay viajeros haciendo tiempo. Sentados sobre sus bártulos y sumergidos en sus teléfonos son incapaces de registrar a quienes caminan a su lado. Los pocos que hablan, hablan del virus. El chofer del 28 del que me acabo de bajar, dice que las cifras son falsas, que él conocía a alguien que le había contado que la pandemia ya era imparable, que solo era cuestión de tiempo y que los intentos del Gobierno solo eran para contener el desborde social.
Sin embargo, adentro, en los andenes, todo parece normal. Solo unos cuantos llevan puesto barbijos, el resto habla por teléfono o conversa mientras espera impaciente la llegada de su micro. La mayoría regresa a sus casas, algunos vuelven a Córdoba, Tucumán, Rosario oBahía Blanca. En el asiento de al lado una madre le ata el barbijo detrás de la oreja a su hijo de apenas tres años, vinieron hace siete días a una consulta en el Hospital Garraham, el nene tiene una enfermedad rara, de esas que le produce una descamación en la piel y por lo tanto una fragilidad de cristal, nada tiene que ver con el virus mediático, pero debieron marcharse de apuro porque después nadie sabe bien lo que puede pasar.
Nadie saluda, nadie habla, nadie sonríe
El camino a Mar del Plata fue silencioso. Arriba del micro solo hay cinco personas, todas con dos o tres asientos de distancia. Al llegar, una lluvia molesta cubre de nostalgia la terminal desierta, aunque en las afueras todavía hay esperanzas y están quienes intentan aferrarse al último provecho de un día normal: cuida coches, puestos de comida para llevar, vendedores de paso.
En menos de una semana las cosas cambiaron por completo, saludarnos con un beso ya no es un gesto de orgullo nacional, sino que una clara amenaza contra nuestra propia existencia. El saludo de codo, aunque ridículo, se propagó con la misma rapidez que el miedo. Lo normal es el aislamiento y las consecuencias de su incumplimiento es la enfermedad. Se debe cumplir la cuarentena a costa de lo que sea, incluso de la violencia.
Solos, aislados y en el mejor de los casos recluidos en nuestras casas recibiremos el otoño a través de la televisión.