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La pintora tucumana Ana Won concentra su trabajo alrededor de una narrativa abstracta que, por momentos, es constituida en el contexto de un taller experimental destinado al público en general, lejos de un conocimiento pictórico previo y mucho menos académico. “Pensar lo abstracto va más allá de lo artístico”, señala.
“¡Pintá por favor!, en todo lo que producís hay pintura, Ana, ¡ahora pintá!”, le dijo el reconocido artista y gestor cultural Raúl Flores a Ana Won –o Benedek, en realidad– en una clínica para artistas que coordinó varios años atrás. Won, que por estos tiempos se reconoce como pintora, asegura que aquella experiencia fue algo decisiva para volcarse por completo en esa dirección. Pronta a terminar el programa para artistas de la Universidad Torcuato Di Tella en Ciudad de Buenos Aires, la joven tucumana indagó previamente en otros terrenos de las artes, representaciones visuales y escénicas, tales como el teatro, la fotografía, el dibujo y la escultura.
Entre sus exposiciones en la provincia se destacan dos de ellas. Por un lado, realizó en noviembre de 2017 –y bajo la curaduría del platense Juan Cruz Pedroni– y con la colaboración del grupo de gestión autónoma de artistas locales Lateral (integrado por Gaspar Núñez, Florencia Sadir y Hernán Aguirre García), la muestra individual Lateral Nº 9: Episodios de la pintura. “Esta exposición es el ápice de un proceso impredecible resuelto en un tiempo acotado”, señaló Pedroni en aquella oportunidad para La Nota. “Las pinturas de Ana fueron presentadas de un modo teatral y dramático, lejos de las paredes e invadiendo el espacio por completo. Ella trabaja desde la abstracción y con una poética relacionada a lo artificial, a la máquina”, destacó el curador, licenciado y profesor de Historia de las Artes de la Universidad de La Plata.
Anteriormente, en octubre de 2017, Won participó de una muestra colectiva, bajo la curaduría de Guastavo Nieto y Bruno Juliano, llamada Arte abstracto en Tucumán: Espectros en Espacio Cripta.
Pese a las referencias que operan en la conciencia colectiva alrededor de la abstracción en el arte, ésta no es, de ninguna manera, un patrimonio exclusivo de la pintura. De hecho, más bien se trata de un lenguaje que empapa un sinfín de obras materializadas a partir de dispositivos que van más allá del lienzo y el caballete y de las poéticas modernas de producción dentro de las artes visuales. “En mi relación con la pintura me siento casi una extranjera, un instrumento, porque me encuentro en una búsqueda que combina fuertemente lo experimental con lo afectivo, lo formal y lo intuitivo”, reflexiona Won.
Angustia moderna
De acuerdo a lo planteado por el filósofo y crítico de arte Arthur Danto, en su texto Después del fin del arte (1996), la experimentación fue el motor que impulsó a la modernidad a correrse de la figuración imperante en los dominios del arte hacia la tercera parte del siglo XIX. Sin embargo, a pesar del amplio recorrido que lleva la abstracción como lenguaje y narrativa discursiva (visible a partir de las primeras décadas del siglo XX), las obras denominadas abstractas –aunque ya no se presenten como experimentales– siguen desestabilizando el piso de referencia de gran parte del público de arte que se sirve, cada vez menos, de la complacencia de la figuración, las retóricas visuales y las vinculaciones más evidentes con el lenguaje literario.
La abstracción: la punta de un iceberg
Aunque la abstracción en la pintura es sólo una de las poéticas del sistema actual del arte contemporáneo, Won es consciente del dominio figurativo con el que crecimos, la mayoría de las personas, creyendo que el arte es sólo aquello que se corresponde a la destreza de una disciplina entendida –en términos de semejanza– desde la pintura, la escultura, el grabado y, entre otras, la fotografía. Sin embargo, dejamos de lado el hecho de que esa construcción (que se parece más a un dogma reproducido por los museos más antiguos, algunas películas, y series televisivas), se corresponde con un momento histórico de más de 400 años de antigüedad, con obras como El nacimiento de Venus de Botticelli o a La Piedad de Miguel Ángel.
Este imaginario, que, ciertamente, poco tiene que ver con el sistema narrativo que determina actualmente la circulación social de las obras de arte, se nutre, según autores como Leo Steimberg en su texto El arte contemporáneo y la incomodidad del público (1972), de un enorme y complejo sistema de referencias que involucra a la crítica de arte, la historia y la teoría del arte, la curaduría, el mercado y los museos.
En este sentido, la pintura abstracta representa algo así como uno de los primeros incisos de un largo preámbulo artístico, que se desarrollará hasta los sesenta y continuará con diversos procesos hasta el presente, alrededor de otras poéticas, géneros y dispositivos a los que, claramente, los espectadores y espectadoras continúan ajustándose; se trata de los nebulosos terrenos teóricos y conceptuales del arte contemporáneo que, dependiendo de sus periodizaciones (límites cronológicos) y características atribuidas por distintos autores y autoras, será, por ejemplo, moderno, posmoderno y altermoderno (según Bourriaud ), o mimético, moderno y poshistórico (según Danto), entre otras.
Experiencias abstractas
Con el ánimo de deconstruir ese imaginario figurativo, Ana Won inició la coordinación de un taller llamado Experiencias abstractas, primero en Buenos Aires, y luego en San Miguel de Tucumán. El desarrollo de dicho taller tuvo su origen a partir de una invitación de Mercedes Viegas, la Directora de Cultura de Espacio Tucumán en Buenos Aires, para participar de Proyecto Maresca en el dictado de clases en la Escuela Nº 43 en Buenos Aires. “En el taller guío a los participantes con ejercicios que recorren tres de los elementos básicos de la pintura: el color, la forma y la línea”, detalla. “A través de una experimentación corporal, presente y consciente, fuimos generando situaciones de acción y estirando los límites del trazo”.
En una segunda instancia, Experiencias Abstractas se dictó en San Miguel de Tucumán con el apoyo de Espacio Tucumán y del grupo de pintores y pintoras Bombo. “En este caso se abrió una inscripción y se armó un grupo de doce personas para participar de una versión intensiva del taller”, señala.
El lugar elegido por Won en marzo de 2019 para desarrollar el taller en los dominios de la capital tucumana fue el Centro Cultural Rougés de la Fundación Miguel Lillo. La joven pintora planteó un diálogo, un experimento narrativo contemporáneo con el señorial y clásico edificio que encierra más de un siglo de historia y reviste uno de los pocos ejemplos arquitectónicos de estilo francés de fines del siglo XIX. “Quise que el Rougés sea habitado -y el mejor de los casos apropiado- por personas jóvenes, porque tengo la sensación de que se trata de un lugar transitado mayormente por generaciones anteriores a las nuestras”, reflexiona, y, en efecto, la institución alberga un importante acervo histórico constituido por documentos producidos alrededor del primer centenario del país, entre los que se destacan las bibliotecas de Ernesto Padilla (1300 volúmenes de derecho, filosofía, literatura, teología, historia y educación), la de la familia Rougés (1200 cartas de personalidades desde 1905 a 1941), la de Jorge Rougés (500 volúmenes), la de David Lagmanovich (8000 obras especializados en el campo de las letras) y el legado de María Eugenia Valentié (documentos de la filósofa, traductora y ensayista).
“Propuse a los y las participantes, por ejemplo, un ejercicio que consistió en recorrer íntegramente el edificio para dibujar objetos que les resultaran llamativos. Los elegidos fueron desde detalles del baño hasta pinturas de la colección patrimonial”, recuerda. En este sentido, el revestimiento original y de estilo francés centenario, encarnado en la mampostería, los paneles de las paredes y el piso, dialogan con una práctica que pretende desacralizar la mímesis narrativa de la que da cuenta Danto.
Si bien la mayoría de los y las asistentes en San Miguel de Tucumán fueron estudiantes de la FAUNT (Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán), también se presentaron algunas personas que expresaron una cuenta pendiente con el arte. Lo que sí fue un común denominador es el interés por entender ‘lo abstracto’.
Won afirma que ambas experiencias –la de Proyecto Maresca y el Rougés- fueron muy gratificantes y significaron un gran desafío que la llevaron a compartir su manera de pensar y trabajar lo abstracto. “Además, me sirvió para deconstruir también la verticalidad vinculada a la docencia, porque la dinámica se manifestó en una suerte de juego, sujeta al comportamiento, la imaginación y la confianza de todos y todas las presentes”, agrega.
“Tanto en mis clases con adolescentes como con adultos me di cuenta de lo difícil que es comprender lo abstracto y salirse de lo figurativo, sobre todo a la hora de plasmarlo y de tener consciencia de todo lo que esas líneas o formas pueden significar”, sostiene. “Ahora tengo la sensación de que es un ejercicio casi espiritual; lo abstracto implica algo que va mucho más allá de lo artístico en sí, es captar e interpretar mejor aquello que nos resulta incomprensible, es aprender a mirarnos a nosotros y a nuestro entorno desde otra perspectiva, desde una propia respecto a qué le damos valor y por qué”, concluye.