Diva: 25 años de noche, deseo y resistencia
En los años 2000 el mundo no se acabó como se vaticinaba con paranoia; por el contrario, se encendieron las luces de una noche que aún hoy sigue vigente: Diva cumple 25 años, convirtiéndose en uno de los boliches LGBT más antiguos del norte argentino. Fue antecedido y contemporáneo de otros espacios como Madonna, Margarito, DLC, ONE, Club Mix y un sinfín de fiestas, previas y afters que se organizaron en este nuevo milenio.
Nuestra realidad era muy distinta a comienzos de los 2000: sin marchas del orgullo, sin espacios visibles de comunidad y con la costumbre de la represión militar todavía presente. El estigma y la discriminación en Tucumán hacían de los “boliches gay” un único lugar de encuentro, más parecido a un club de barrio para desviados de la norma que a un simple sitio de baile. Las comillas en “boliche gay” responden a que ese era el nombre que se usaba para todos los antros y, por extensión, para toda la diversidad. Había algo ajeno a nuestra cultura, pero a la vez accesible y divertido: gay tenía un poco de burla implícita en su evocación.
Antes de las siglas, los derechos y la posibilidad de habitar otros espacios, un ejército de mariquitas construyó comunidad, arte, amores y desamores en la Rivadavia al 1300.

Hace veinte años muy pocas personas querían aceptar que iban a ese antro. Llegar al lugar requería cierta logística: muchas llegaban caminando con ropa discreta y una mochila llena de prendas que contenía un look especial para la noche, o incluso la identidad entera de una persona que solo podía ser en ese espacio. “A mí me decían: ‘Che, no quiero hacer cola porque no quiero que sepan que voy a Diva’”, recuerda Gaston Tripolone, propietario del local. Algunos dejaban el auto a cinco cuadras para que la gente no los viera, o llegaban con capuchas y gorras para no ser reconocidos en la entrada. Con los años se hizo costumbre habitar la entrada y salir en manada caminando hacia la avenida.
La primera vez que fui a Diva sentí una comodidad particular, un sentido de pertenencia que no tenía que ver con ser del mismo barrio ni con bailar la misma música, sino con poder explorar el deseo de un modo un poco más libre. Chongos en motitos de toda la provincia llegaban descarados e impunes en su búsqueda de sexo; parejas heterosexuales curiosas de la fiesta, mariquitas nuevas que siempre están llegando y un staff de clientes que habitaban el lugar como los viejos heterosexuales habitaron los billares.

En el viejo Diva había un túnel, que nunca tuvo forma de túnel ni sucedió nada tan terrible como los chismes quisieron hacer creer. Pero sí, había un espacio laberíntico, muy poco iluminado, donde uno podía entrar y chocar con otros cuerpos, con otros deseos y, a veces, incluso con un poco de romance. En los baños también hubo sexo, aunque nunca fue una práctica promovida por el local; era más bien la expresión desbordante de la opresión en la que se vivía. Muchos solo tenían esas horas del fin de semana para vincularse. Las más arriesgadas hicieron camino en el Parque 9 de Julio, y años después unas precursoras montaron una zona rosa en plena Plaza Independencia.
Nuestra visibilidad se fue construyendo sin estar planificada, pero siendo muy persistente. Diva creció junto con la figura materna de la Bicha, quien rápidamente se convirtió en anfitriona, crítica, cómica y arengadora de la noche. Su voz sacaba las caretas de todos, su humor siempre fue clásico. En Diva también tuvieron un programa de radio que funcionaba como previa para mucha gente: un Grindr antes de que existiera, y sobre todo, una comunidad para quienes necesitaban una.

Una familia en la noche
María Pía Martignoni es modelo, actriz y drag. Hace varios años está radicada en Buenos Aires, pero sus primeros pasos fueron en Diva: “Fui por primera vez en 2008. Era un antro donde nos permitimos ser realmente auténticos. Fue la primera vez en mi vida que sentí que pertenecía a un lugar. Vi, por primera vez, todo un show drag queen: me acuerdo que actuaban McNamara y Asia. Vi dos hombres besándose, vi dos mujeres besándose, vi gente bailar y dije: ‘Ay, no estoy sola en este mundo’”.
Si bien abundaban los sueños de artistas, eran muy pocas las que se animaban al drag. No era un arte reconocido socialmente como en el presente. Hacer drag en esos años era realmente por amor al arte. Como cuenta María Pía: “La primera vez que me monté fue para un Halloween. Me temblaban las piernas, me temblaban los tobillos porque fui con plataformas de veinte centímetros. Me sentí plena. Más allá de que las mostras de esa época éramos monstruos, en la literalidad de la palabra, yo me sentía plena”.

Quizás algunos recuerden a María Pía como La Fighter o La Topacio: fue parte del staff de Diva y formó esa familia de dragas que comandaba la Bicha. “Así como en la serie Pose, éramos una familia. Nos decíamos madre, hermana, hija, porque el 90% de las que nos movíamos en esa época no éramos aceptadas por nuestras familias, ni menos apoyadas, ni queridas. Entonces, mucho antes de que se estrenara esa serie y se mostrara lo que pasaba en la comunidad ballroom, acá, sin ser ballroom, ya sabíamos lo que significaba ser madre, hija, hermana, compañera. Porque realmente eso éramos en esa época. Lo más lindo que recuerdo es que éramos muy felices con muy poco”.
El boliche se mudó al lado, se amplió. La desaparición del túnel fue contemporánea a las leyes de Matrimonio Igualitario e Identidad de Género. Hoy nadie “necesita” un lugar exclusivamente “gay” para existir, hoy podemos habitar muchos otros espacios. Pero aun así, la fiesta sigue y las luchas también, aunque ahora todo sea más complejo y hablemos no solo de derechos, sino también de partidos, de políticas y de leyes.
La fiesta sigue porque aún hay violencia y discriminación, porque siempre están llegando nuevas dragas, volviendo a montar alguna historia, o enamorándose dos jóvenes en la pista. Quizás las marchas del orgullo y tantas otras expresiones políticas y culturales de la comunidad LGBTI sean una forma más de continuar ese ADN de la diversidad: el que nos hizo bailar a pesar del odio, el que nos llevó de los antros a las calles, y de las calles al mundo.




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