Por Agustina Ordoqui para Clarín
Mariana Paterlini y Charo Marquez se conocieron hace dos años en un taller literario. Cruzaron miradas, Charo le ofreció a Mariana compartir un taxi hacia Palermo, y Mariana, a pesar de que no iba para ese lado, aceptó. Cuando bajaron, ya se habían prometido un vino y empanadas. En noviembre de 2019 decidieron casarse, y este año lo concretaron. Se convirtieron así en una de las 277 parejas del mismo sexo que contrajeron matrimonio en la ciudad de Buenos Aires en lo que va del año, y de las casi 500 que se casaron desde el inicio de la pandemia.
“Fue muy consensuado. No era el objetivo, pero buscábamos reafirmar nuestro compromiso de pareja”, dice Mariana a Clarín en el marco del Día Internacional del Orgullo LGTBIQ+.
Las dos habían militado por la ley de Matrimonio Igualitario en 2010, Mariana como integrante de la agrupación tucumana Cruzadas y Charo como coordinadora de un espacio de reflexión de jóvenes LGBT. “Las dos lo vivimos de manera muy intensa, pero no nos imaginábamos que también lo estábamos militando para nosotras porque no nos interesaba el matrimonio en ese momento”, sostiene Mariana, y coincide Charo: “Hacíamos un apoyo crítico”.
La intención de emprender un proyecto de vida juntas les hizo cambiar de opinión: “Nos facilitaba acceder, por ejemplo, a un crédito hipotecario. Es cierto que con una unión civil también podés hacerlo, pero si íbamos a dar ese paso, por qué no entonces un casamiento. Así que fuimos por la libretita roja”.
Los planes, sin embargo, se vieron demorados por la irrupción del Covid-19 y el aislamiento obligatorio. Ambas convivieron durante ese tiempo en el departamento que Charo alquilaba en Parque Chas y lo fueron transformando en un hogar para dos. Adoptaron dos gatos, organizaron su propio taller de lectura y empezaron a caminar hasta Parque Saavedra para respirar un poco. Ahí encontraron el lugar perfecto para celebrar su casamiento y, después de varios meses, sacaron turno por internet.
“Por el contexto, no podíamos planificar ni saber si alguien, además de nuestras testigas, iba a poder acompañarnos”, “Ni cómo íbamos a festejar, si es que podíamos”, cuentan.
El 2 de febrero, se casaron en la sede comunal 13, sobre avenida Cabildo, acompañadas solamente de las dos testigos, una convertida en fotógrafa mientras que la otra transmitía en vivo por Google Meet para la familia y las amistades. Algunos esperaban afuera, otros siguieron la boda desde Tucumán, donde nació Mariana. A la salida, se fueron a brindar a Parque Saavedra. Solo se permitían las reuniones de hasta diez personas al aire libre.
“Entonces hicimos turnos”; “Tuvimos tres festejos, dos en Parque Saveedra y uno a la noche en la casa de mi abuela”; “Llevamos cotillón descartable y contratamos un servicio de lunch. Fue como un picnic”, recuerdan.
Ambas afirman que todo salió mejor de lo que esperaban. A la semana siguiente se fueron a Tucumán e hicieron cuatro festejos más, esta vez con la familia de Mariana.
“En mi familia, que siempre fue muy afectuosa, había ciertas personas para las que los papeles tenían sentido. Nos recibieron con los brazos abiertos, y a Charo, que la mayoría no la había conocido antes, la trataron como a una integrante más”, dice Mariana.
Charo, por su parte, cuenta que al casarse sintió que volvía a salir del clóset: “En mi trabajo, muchas personas se terminaron de enterar de que era lesbiana cuando pedí la licencia matrimonial. La performatividad que tiene el matrimonio como acto jurídico es muy importante. Una piensa que no, pero son cuestiones simbólicas que te cambian la vida cotidiana”.
El matrimonio entre las personas del mismo sexo es una de las grandes victorias de la comunidad LGBTIQ+, junto con la ley de Identidad de Género (2012) y la reciente ley de inclusión laboral para la población trans, travesti y transgénero. Fue aprobado por el Congreso y sancionado el 15 de julio de 2010, convirtiendo a la Argentina en el primer país de América Latina en reconocer este derecho. Cuando se cumplieron diez años de la ley, la Federación Argentina LGBT+ estimaba que se habían celebrado más de 20 mil matrimonios igualitarios en todo el país.
Festejo con barbijos y alcohol en gel
La primera boda igualitaria se celebró antes de la sanción de la ley, en 2009 en Tierra del Fuego. Poco después, en diciembre de 2011, se casaron Victoria Castro y Pablo López Silva en esa misma provincia. Se trató de un matrimonio igualitario: Victoria empezó su transición como mujer trans hace cuatro años. En febrero de 2021, en plena pandemia, dieron un paso con el que soñaban y se casaron por iglesia.
“Mi marido y yo somos creyentes, y siempre quisimos hacerlo, pero lo veíamos muy lejano”, cuenta Victoria a Clarín.
Se habían conocido en 2010 en un boliche en Buenos Aires. Ella es de Quilmes, mientras que Pablo ya estaba instalado en Río Grande. “Fui y lo encaré”, dice entre risas. Victoria renunció a su trabajo y se fue al sur. Ella hoy es subsecretaria de Diversidad de la provincia, mientras que su marido es secretario de Educación. Por su trabajo, conocían al cura Fabián Colman, de la Parroquia Nuestra Señora de la Merced.
“Pablo le hizo un chiste de cuándo nos podíamos casar y le dijo que cuando quisiéramos y que lo decía en serio. Lo llamamos y lo charlamos. Teníamos miedo de comprometerlo, así que lo encaramos como una celebración o una bendición para la familia, pero con todos los ritos de una boda católica”, cuentan.
El casamiento fue el 6 de febrero, un día antes de que Colman fuera derivado a Chos Malal, en Neuquén. Pablo y Victoria entraron juntos y avanzaron tomados de la mano hacia el altar. Ella llevó un vestido largo de novia, negro “por las compañeras que ya no están”, y un ramo de flores blancas anudadas con un lazo con los colores del orgullo.
Sus hijos adoptivos -David (19), Batista (17) y Yanina (17)- llevaron las alianzas. Entre las personas presentes, estaban Gustavo Melella y Fabiana Ríos, gobernador y ex gobernadora fueguina. A la salida, se escuchó “Y todos me miran”, la canción que escribió Gloria Trevi para un amigo gay que había sido víctima de la homofobia y que se convirtió en un himno en las marchas del orgullo.
Un festejo con barbijos y alcohol en gel no era exactamente lo que se habían imaginado, pero aún así para la pareja fue cumplir con un gran anhelo.
“Fue rarísimo, con todo el mundo alejado, sin abrazos, con todo sanitizado. En cada banco, había dos personas separadas y no pudieron ir más de cincuenta. Mi familia y la de Pablo no pudieron viajar, y eso es doloroso porque son esos momentos que queres compartir, que te abracen y llorar, aunque lo filmamos e hicimos un vivo en redes sociales. Después hicimos un brindis, también con todas las mesas separadas -describe Victoria y sigue-. Fue raro, pero fue una ceremonia hermosa y muy emotiva para nosotros que somos católicos. Nada nos quita este momento vivido”.