Si el sustento de la política es la historia, todos podemos ponernos de acuerdo en este capítulo: hace un año, cuando la selección argentina ganaba la copa del mundo, sucedió algo histórico. No hablo de la copa ni de la mano de Dios, hablo de un pueblo que se convocó a la esperanza, a alentar, a sufrir, a perder y a ganar. A la gloria no se la festeja, se le rinde culto, y no es novedad que somos un pueblo de idolatrías. A la fiebre del elijo creer, le siguió el delirio de confiar en que un símbolo basta para conducir una Nación, que la paz podía ser esa libertad.
En los símbolos tramitamos el desconcierto, lo incognoscible, la angustia que provoca la eternidad de la desigualdad. Median entre lo que conocemos de nosotros mismos y lo que desconocemos, ese espectro que nos compone. Cuando los símbolos se rompen, dejamos de creernos; es como la resaca después de la fiesta, o como el baile del trencito improvisado al que no podés negarte. Esa cadena humana que fuimos saltó al abismo, y ahora asistimos a un espectáculo lamentable.
Es como si ya no fuésemos campeones, ni el mejor país del mundo, tierra de Diego y Lionel. Habitamos ese intervalo donde las calles están vacías, las mismas que un año atrás se llenaban dejando postales que darían la vuelta al mundo. El llamado de alegría que convocaba, hoy es un triste lamento que padecemos en la soledad de nuestras casas. Ni siquiera a sufrir podemos juntarnos, porque eso significaría que es real. Nuestra libertad rifada y ni siquiera nos dimos cuenta exactamente cuándo, quienes o cómo.
Llegó el momento de hacer las cuentas. Revisión.
Avanzan a una velocidad y una voracidad que estremece. Un programa económico, más no político, abiertamente saqueador y explícitamente represor. El aniversario del día que fuimos campeones nos devolvió un poco de calma después del tornado. Googleo cómo se forman los tornados: Los tornados se forjan en el seno de tormentas severas conocidas como supercélulas, que son nubes de tormenta individuales y aisladas que presentan una rotación persistente. La formación de un tornado es un ballet caótico de elementos atmosféricos en juego.
Lo único que sé es que todo lo que se forja en el seno, tiene vida. Y donde hay vida, también muerte. Pienso en los monstruos de los que habla Gramsci: ‘el viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer y en ese claroscuro surgen los monstruos’. Pienso que si no supimos ser campeones en nuestra historia política es porque los monstruos ya están acá hace, al menos, doscientos años. Como haciéndose los dormidos pero escuchando y observando todo, esperando su momento.
Pienso en Jauretche que el otro día me dijo: ‘no es que no tengamos respuestas, es que aún no entendemos las preguntas’. La filosofía me enseñó que cuando no entendemos algo, lo mejor es creer. Y yo elijo creer, en ese domingo soleado cuando un gol nos regaló una oportunidad, de estar, de juntarnos. Creo en la potencia de la movilización y creo también en la organización del dolor. Creo en las calles y en los cuerpos, creo en el esfuerzo y creo en la depresión. Creo en la grieta pero, y sobre todo, creo en este país y en lo que este país cree. Y quiere. Y merece. No es más venganza… es memoria y esperanza.