Cuerpo, deseo y Whatsapp

La foto íntima de Luciano Castro, que fue filtrada y viralizada, suscitó los más diversos comentarios, memes y reflexiones. Socialmente llegamos al acuerdo que compartir imágenes que vulneren la intimidad de cualquier persona está mal, que es un delito y que todos somos responsables de la difusión o no difusión de esas imágenes.

Agarro el celular, entro a un grupo de whatsapp y me encuentro con dos fotos de un cuerpo desnudo. A los segundos reconozco que en una de las fotos se ve la cara de Luciano Castro, el actor, el modelo de una marca de bóxer que justo había visto unos días atrás.

Vi las fotos, comenté, me sorprendí, pregunté si estábamos seguros si era él o si no era un montaje. A los 5 minutos me di cuenta que estaba viendo una imagen íntima de una persona que, seguramente, no había dado su consentimiento para que yo y el resto de las personas veamos esas fotos.

El primer recuerdo que viene a mi cabeza es el de Florencia Peña. Recuerdo haberme sentido muy mal por su exposición cuando se filtraron videos íntimos de ella y su pareja. Recuerdo con mucha precisión todo lo que pasó y cómo ella tuvo que lidiar con el acoso constante de los medios y las opiniones de todo el mundo.

Lo segundo que viene a mi cabeza es que en este caso no es lo mismo. No sé con claridad porqué, solo siento que no es necesariamente lo mismo. Y esa idea bastó para sentirme moralmente menos mal. Pensé que el tema quedaría ahí, pero en los días siguientes en todos los ámbitos se habló de este tema. Como un problema, como un chisme, como un chiste o como una apreciación personal, las fotos del actor se convirtieron en tema de debate nacional.

No es la primera vez que se filtran fotos íntimas de un famoso/a, es más bien una práctica periódica de los medios. Las fotos o videos de este tipo figuran en ese listado de temas que todos en los medios de comunicación buscan, la intimidad de los famosos es vista como bien preciado que se nos vende a todas las personas que no somos famosas. Si bien en cada caso hay diferencias, detrás de todas las situaciones, existe un factor común de deshumanización para con quienes tienen una imagen pública.

El correr de las horas fue generando la aparición de ciertos debates en las redes sociales. Pareciera que socialmente llegamos a acuerdos según los cuales entendemos que compartir imágenes que vulneren la intimidad de cualquier persona está mal, que es un delito y que todos somos responsables de la difusión o no difusión de esas imágenes. Pero en lo concreto esto está bastante lejos de ser real.

Las fotos no dejaron de circular ni dejamos de hablar de ello. Y las explicaciones sobre por qué está mal violentar la intimidad de las personas no tuvieron impacto en la mayoría de las personas. Claramente hay muchas más cosas en juego en este tema, cosas que superan incluso a Luciano Castro y sus genitales.

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Luciano Castro es hombre, actor, galán de la tv y modelo publicitario. Todas estas características lo deshumanizan/despersonalizan y nos hace pensar en su imagen pública y no en una subjetividad al difundir sus fotos. En este sentido, es víctima como también lo son el resto de las mujeres famosas que sufrieron la misma violación a su intimidad.

Pero la diferencia está en que prácticamente nada de lo que se dice sobre las mujeres famosas, se dijo de Luciano Castro. No hay ningún reproche a su sexualidad, a sus prácticas ni a sus deseos, porque es hombre y pareciera que los hombres tenemos el derecho a todo en materia sexual. El patriarcado está presente también en esta distinta vara para juzgar unas fotos. La exposición de los genitales masculinos no generan la misma vergüenza y repudio.

El tamaño de nuestro pene

Luciano Castro tiene un cuerpo escultural, responde a un modelo hegemónico de belleza. Si ya por el hecho de ser varón nuestras apreciaciones morales se restringen, nos queda entonces ver su cuerpo, apreciar su hegemonía y lo más importante, hablar sobre su pene.

Estamos obsesionados por el tamaño del pene. Los varones solemos pasar meses u años durante nuestra pubertad y adolescencia preguntándonos si el tamaño de nuestro pene está bien o no. Si el pene que tiene cada uno logrará funcionar en el mundo, si podrá complacer sexualmente a alguien o si estará en la categoría de penes “pequeños”. La cultura patriarcal nos exige ser machos, y hace que ser macho implique tener un gran pene. Porque el poder también se expresa en las prácticas sexuales y sus roles. Esa tensión, en la mayoría de los casos, toma distintas formas durante la juventud y adultez. Algunos nunca pueden dejar de pensar que el tamaño del pene determina modo de ser y hacer, y otros encuentran quizás discursos menos patriarcales o explicaciones científicas.

El tema sobre los penes hace también que se hable mucho menos y se muestre mucho menos. La cultura de exposición, hipersexualización y venta de los cuerpos avanza de distintos modos sobre las mujeres que sobre los hombres. Ver y opinar sobre los senos de las mujeres hace décadas se ha convertido en algo usual, pero ver y hablar sobre el pene de los varones es algo poco frecuente y cuesta hacer incluso en entornos amigables.

La sociedad ha escondido el pene, y reaccionamos de modo espasmódico cuando este aparece inexorablemente en una imagen que circula de modo masivo. Muchos nos reímos cuando hablamos de penes, y en esa risa resumimos un conjunto variado de ideas, sensaciones e incomodidades que circulan en nuestra biografía personal con respecto al sexo.
Decir que nuestra cultura es patriarcal no explica todo. Por suerte desde los recorridos individuales y colectivos feministas pusieron a circular otras categorías:

  • Somos falocentristas: es decir, tenemos la tendencia a ubicar en el centro de los discursos sobre la constitución subjetiva al falo. El falo es entendido como sinónimo de pene en algunas instancias, pero su significación va mucho más allá de la genitalidad, y se vincula con la idea de considerar a lo masculino como fuente de autoridad y poder, como medida de todas las cosas. Este término se trabaja en el psicoanálisis, la filosofía y los estudios de género. No es ninguna novedad teórica, pero sí es un término quizás menos divulgado.
  • Somos sexistas, es decir, reproducimos prácticas discriminatorias hacia las personas en función de su sexo. Nos educamos para pelear “varones versus mujeres”, nos alimentamos de una cultura de “la guerra de los sexos” y de los discursos que hablan sobre la diferencia sustancial entre hombres y mujeres. Las mujeres son de venus y los hombres de martes, dicen en los magazines de la tv desde hace décadas. El sexismo expresa esa estrategia patriarcal de poner a hombres y mujeres a pelear entre sí, porque mediante la pelea se reafirman y solidifican los modos estereotipados de ser hombre y de ser mujer. Rápidamente podemos terminar diciendo frases como “las hombres somos x cosa” o “las mujeres somos x cosa”, haciendo de nuestro devenir un ser sólido con características comunes y universales. Algo claramente falso.
  • Somos víctimas y victimarios: las redes sociales plantean modos de socialización propios nuevos. El sexting es uno de ellos. Nuestros vínculos sexo-afectivos están siendo mediados por las imágenes, los audios y los videos. Cada vez más las personas nos relacionamos sexualmente por redes sociales. Y eso trae una serie de dificultades y consecuencias no esperadas, y más aún, consecuencias no resueltas a nivel estatal. Todavía nos cuesta entender que las imágenes que se viralizan sin consentimiento vulneran la intimidad de las personas que aparecen, y nos cuesta mucho más entender que cada acción de difusión (compartir) representa una elección moral de continuar con la práctica inicial de vulneración de derecho.
  • Somos consumidores de la cultura de la pornografía. Ya sea por decisión consciente o simplemente por ser consumidores de medios y redes en general, estamos vinculados con un modo concreto de ver los cuerpos, con ese escenario específico de comercio sobre lo sexual. Por lo cual nuestra mirada está impregnada mucho más de pornografía que de empatía o de conciencia cívica sobre lo que hay detrás del desnudo de un famoso.

Por último, somos ciudadanos y ciudadanas que tuvimos paradigma de educación sexual alejados de lo que plantea la ley 26.150 de educación sexual integral. Para la mayoría de nosotros porque no existía en otras épocas una ley que plantee la necesidad de trabajar sobre contenidos básicos que nos ayuden a manejarnos de modo autónomo, pleno y consciente en nuestra vida diaria con los temas vinculados a la sexualidad. Nos educamos mediante el silencio, el miedo, el tabú y la mezcla de prejuicios, mitos e información.

Cada asunto sexual que el mundo del espectáculo nos muestra como espectáculo, habla un poco de ese mundo y mucho de nosotros como sociedad. Más allá de la postura moral, de los memes como un catalizador de ideas y de un “deber ser” que se expuso en algunas redes, las viralización de un cuerpo de belleza hegemónica masculina expone un grado de sutilezas y complejidad sobre nuestras representaciones sociales del cuerpo, del sexo y del deseo.

Ojalá podamos aprehender otros modos, ojalá podamos por lo menos permitirnos habitar en las contradicciones y las complejidades. Que la moral sobre lo sexual sea menos hipócrita y que nuestras energías estén destinadas en primera instancia a la sexualidad propia y conscientemente compartida más que a la cultura del escándalo determinado. Una ciudadanía sexual plena es posible, y también mediante el diálogo y el debate podemos contribuir con ella.

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