“Con nombre de flor” es el documental de Carina Sama sobre la increíble vida de Malva, escritora, modista y leyenda travesti. Un siglo de penas y aventuras, tatuadas en el cuerpo y el celuloide.
El documental “Con nombre de flor”, de Carina Sama, en el que narra la vida de Malva, una travesti de más de 90 años a la que define como “única, longeva de su especie y que lleva en el cuerpo un margen que podía dar una luz sobre cómo sobrevivir a los mecanismos patriarcales”, se puede ver en Cine.ar TV y también en Cine.ar Play.
“Es un documental sobre la valentía de una sobreviviente y sobre mi incapacidad técnica y mental de poder retratar, con un aprendizaje heteronormativo, a una persona fuera de todo concepto patriarcal: vieja y travesti”, explicó Sama en una entrevista con Télam.
La cinta recorre la historia de Malva, una travesti de 95 años que llegó al país muy joven, cruzando a pie la cordillera desde su Chile natal y que con el correr de los años se convirtió en cocinera, escritora y vestuarista.
En la última etapa de su vida vivía en un hogar de ancianos en la provincia de Buenos Aires, aunque conservaba su casa del barrio porteño de Villa Urquiza, a la que iba los fines de semana y donde atesoraba las pruebas de los distintos momentos de su vida.
“Las travestis en su mayoría están condenadas a la expulsión de sus hogares a muy corta edad por el solo hecho de portar una identidad que no condice con el dictamen del patriarcado, son marginadas de una norma que está parada sobre un eje binario: hombre y mujer, y todo lo que no se defina como tal está mal y su portación genera violencias”, expresó la
realizadora.
“Pero si soñamos con infancias libres tenemos que permitir que les niñes vivan sobre una variedad identitaria múltiple ya que somos muy diferentes. Volvernos a soñar no binaries como antes de la conquista europea y expresar lo que se siente más allá de lo sexual. Todes nos estamos perdiendo esas libertades”, concluyó Sama.
¿Cuál fue la génesis de la película?
Carina Sama: En el estreno de mi primer documental, “Madam Baterflai”, la gente de Diversidad Sexual de Nación me entrega en mano un libro publicado por el Centro Cultural Rojas llamado “Mi recordatorio” y me dicen “este es tu próximo documental”, casi a modo de juego. En Argentina la edad promedio de una travesti, aun después de la Ley de Identidad de Género, es de 37 años, y encontrar a alguien de más de 90 era la evidencia viva que había visto la sistemática persecución que provocaba la estadística.
¿Cómo conociste a Malva?
CS: A partir de ese libro y la necesidad de contar esa historia indagué el
lugar que habitaba durante la semana, una residencia en Bella Vista. La
llamé y accedió a conocerme. En paralelo hablé con Marlene Wayar -activista trans y autora del libro “Travesti: Una teoría lo suficientemente buena”- para que me diera algunos tips para congeniar, ya que no era fácil. Malva había trabajado en El Teje, una hermosa revista que dirigía Marlene en el Centro Cultural Rojas. Luego, fui a la residencia y cuando escuchó mi
acento mendocino hicimos empatía inmediatamente. Aunque solo había vivido tres años en la provincia, se sentía mendocina.
¿Qué tuvo que cambiar desde lo narrativo al fallecer Malva antes de
comenzar el rodaje del documental?
CS: En la segunda entrevista me mostró 204 fotos que son una joya, que la muestran desde 1945 hasta los 80, en situaciones que se sabían pero no había imágenes que constataran aquellos hechos, como las fiestas en el Tigre o los carnavales, desde un punto de vista diferente. El material que había realizado hasta el momento era solo de investigación, sin prestar mucha atención a determinados encuadres y creyendo que no había mucho problema según mi aprendizaje heteronormativo. Pero cuando Malva fallece, para recuperarme del impacto hice un armado cronológico junto a las fotografías que tenía y eso ya era una hermosura, algo que pocas personas conocían y se lo muestro a la Wayar. Apenas lo ve me dice: “Malva siempre se puso en escorzo. Manejó su pose por sobre tu mirada” y a partir de esa frase iniciática, el documental no es solo su historia, sino mi propio
cambio a través de su mirada.
¿Cómo se reflejó ese cambio en la película?
CS: Quizás ese gesto pueda ser un punto de vista escorzado para impulsarnos a modificar lenguajes o al menos dispositivos de una narrativa cinematográfica anquilosada o proponer formas de expresarnos en subjetividades transfeministas que nos abran y muestren cómo transitar ese margen, esa frontera sin territorios y nos lleven a un mundo no binarie,
para así lograr infancias libres. Malva dominó con su pose todo intento de domesticación y tuvo que morir para que eso no ocurriera.
Malva marca un punto de inflexión en cuanto a los derechos trans durante el gobierno de Néstor Kirchner.
CS: En el único momento que Malva baja la guardia es cuando reconoce que comienzan los cambios en la época de Néstor (Kirchner) y lo profundiza Cristina (Fernández). Le cuesta mucho decirlo desde su voz tan antiperonista. Todas las reivindicaciones que pudo ver, siempre recordando a quienes ya no están, las vio a partir de Néstor; logró vivir en una residencia hermosa en Bella Vista, obtuvo una jubilación mínima con la que podía mantenerse y escribir, pero sobre todo era tratada como una persona.
Para alguien que la sociedad había hecho dudar de su existencia eso fue un
paso gigantesco.
Esta es la segunda película de una trilogía que aborda la temática trans, ¿qué te falta contar?
CS: Desde hace años estoy trabajando en otro documental sobre una de las protagonistas de “Madam Baterflai”, Paloma León. A “Madam…” la hice de la manera aprendida, en “Con nombre de flor” me di cuenta que era incompatible poner la cámara y el oído de forma heteronormativa cuando lo que se ve o se escucha está en los márgenes. En “La Paloma”, la última de la trilogía, le propuse a la protagonista que ella hiciera la cámara, viendo lo que quiera ver, contando lo que desee, yo solo propongo preguntas sobre la cárcel y su vida rural, casi a modo de bio-video-correspondencia.
Fuente: Télam