por Pedro Arturo Gómez
Una profesora de la Carrera de Ciencias de la Comunicación, Universidad Nacional de Tucumán (UNT), desarrolla una clase sobre la producción de noticias con atención y respeto a las diversidades de género. Un estudiante le pregunta qué opina acerca de la conductora televisiva Viviana Canosa, célebre –entre otras cosas- por sus expresiones de agresión contra el activismo de género. Mientras la docente responde haciendo referencia al discurso violento de la presentadora y a cómo está sostenida por el rating y la decisión de la señal de cable A24, alguien del estudiantado presente la filma ocultamente.
El video le llega a la Canosa, quien reacciona con su característica inflamación de estilo, usando su programa para autovictimizarse. “Te quieren cancelar, no podés opinar distinto. Es la dictadura de la cancelación. Me siento muy agredida, invadida. Están tratando que me autocensure”, se pronuncia y agrega a su clamor: “Esta docente me quiere desaparecida”. Se activa la caja de resonancia y, ante la consulta de la conductora sobre el video, un Carlos Capolongo tristísimo se lamenta por la Universidad de Tucumán, afirmando que es “realmente imbancable”.
Nada nuevo bajo el sol en cuanto a la Canosa, a quien se puede caracterizar no sólo por “sus intensos cruces con sectores afines al Gobierno Nacional” –como la describió de forma sesgada cierto medio periodístico local digital- sino por las numerosas denuncias y multas que tiene en su contra por desinformar y discriminar, entre ellas por tomar dióxido de cloro en su programa, asegurando que “oxigena la sangre”, recomendación tras la cual murió un niño por beber este líquido.
Tal como lo señaló la periodista Mariana Iglesias, editora del área de Género del diario Clarín -en un artículo que el propio periódico censuró haciéndolo desaparecer de su edición digital- en ocasión del Día de la Mujer, Canosa se refirió a las mujeres movilizadas en estos términos: “Les diría que empiecen por darse un baño, depilarse e ir a laburar”, calificándolas de “militontas”. Luego redobló su apuesta: “¡Miren cómo dejaron la plaza, un asco! ¿Saben qué pasa chiques? Ustedes no son capaces de agarrar una escoba. ¡Roñosas, cochinas, asquerosas, mugrientas, sucias!”.
Expresiones como éstas en boca de una figura del periodismo televisivo, justifican por su propio peso que sean materia de análisis y reflexión en un espacio académico dedicado al estudio de la comunicación mediática, y no precisamente con gesto condescendiente, sino –muy por el contrario- aplicándoles una rigurosa disección crítica. Paradójicamente, la Canosa tiene razón al aludir a las maniobras de la cancelación, pero se trata en este caso no de una operación en la que ella sea la afectada, sino de una circunstancia –no aislada- en la que el ejercicio del pensamiento crítico en el marco de la libertad de Cátedra es el perseguido por las reacciones de la conductora y sus adláteres, las cuales resultan cancelatorias con respecto a esa práctica elemental del campo de producción académica de conocimiento.
Venenosamente la Canosa, tras hacer referencia a la “dictadura de la cancelación”, afirma que la docente en cuestión la quiere “desaparecida”. Lo evidente es lo contrario: ella misma –y quienes comulgan con ella- son quienes desean la desaparición de un pensamiento crítico que ausculte y denuncie este discurso del odio que gangrena hoy en día al periodismo. Esto ha quedado demostrado por las publicaciones de ignotos medios pretendidamente periodísticos que no tardaron en salir a pronunciarse en favor de la supuesta agredida, aludiendo a “la educación en decadencia” y a lo que identifican como prácticas de adoctrinamiento en el medio universitario.
Y hay en esta ocasión otro síntoma de esta degradación de las prácticas comunicacionales: el uso artero de la filmación oculta, más grave aun tratándose de la actitud de alguien que se está formando como profesional de la comunicación. Es implausible que el video haya tenido la intención de un mensaje tipo “mirá Canosa cómo analizamos tu discurso del odio en la Universidad de Tucumán”; lo obvio es que se trata de una jugada en correspondencia con las acciones de la conductora y lo que ella representa, tanto como en consonancia con la vigilancia servil que atenta contra el escrutinio crítico de la escena mediática. Un comportamiento legítimo de disenso por parte de quien perpetró el video hubiera sido plantear el debate en el contexto de la clase, para una auténtica confrontación de ideas; pero eligió, en cambio, un solapado procedimiento de espía en favor de lo peor del actual escenario periodístico. Es éste mal -y no el disenso con fundamentos sólidos- lo que debe ser extirpado del terreno de la comunicación mediática.
Más allá de este caso en sí mismo y de las abundantes manifestaciones de apoyo que ha recibido la docente afectada, quienes trabajamos tanto en la educación como en la producción comunicacional debemos aceptar -como regla básica y elemental de la interacción discursiva pública- que las pretensiones de verdad, validez y legitimidad proyectadas sobre nuestros enunciados están en todo momento expuestas a cuestionamiento y discusión, para lo cual es también básica y elemental una disposición a la argumentación con solidez en el debate. Por lo tanto, este teatro visceral montado por la Canosa y sus adherentes debería ser aprovechado como una oportunidad para el análisis crítico y el debate riguroso.