Existen tantas formas de saludar como culturas y fronteras contienen al mundo. En Argentina en general -y el Noroeste en particular-, esta práctica tamiza algunos signos sociales dignos de ser analizados desde una perspectiva de género, con el fin de ponerlos de manifiesto, cuestionarlos y, en el mejor de los casos, tomar partida.
Hace poco una persona me preguntó “¿por qué cuando te vas no saludas a los chabones?”. Ante la sorpresa de la pregunta -y sin saber si ese detalle era cierto-, mi primera respuesta fue: “no sé. A veces si los saludo, estoy seguro”. En el transcurso de los días siguientes noté, en varias ocasiones, que efectivamente sí escapo de los saludos.
Esta observación funcionó como disparador de algunos interrogantes:
En primer lugar, me resulta necesario definir el significado que le doy en este relato al término “chabón”, para que se entienda de qué hablo. Desde un uso personal, pero también colectivo, este término se usa comúnmente para referirse a los sujetos masculinos heterosexuales y profundamente heteronormados*. Cabe aclarar que no todos los hombres heterosexuales son heteronormados. Entonces, “chabón” es sinónimo de muchas cosas, la mayoría de ellas poco interesantes, vinculadas con este otro término que recientemente cobró relevancia nacional: machirulo.
En segundo lugar, revisar a quiénes saludo me recordó lo poco placentero que resulta este asunto; el saludo casi siempre tiene ese “no sé qué”. Llegar tarde a la casa de un amigo y encontrarte con un número considerable de personas, pero no las suficientes como para no saludar con un beso, es una definición de fastidio. Pasa que la molestia radica en los minutos previos al saludo: nunca se sabe si las otras personas quieren ser saludadas con un beso o son parte del grupo de personas que preferimos un cálido, amable y distante “buen día”, “buenas tardes”.
Transitamos tierras donde los besos y los abrazos son moneda corriente y, casi sin daros cuenta, de a poco cada uno y una va incorporando el abrazo para saludar a los afectos, como muestra explicita de cariño. La respuesta ante la pregunta por mi no-saludo a los chabones vino a mostrarme que efectivamente siento un fastidio particular: no me gusta saludar a los chabones porque a la situación general de la incomodidad del saludo, me niego a sumarle la inseguridad de la masculinidad hegemónica.
Nuestros cuerpos se encuentran codificados en varios registros, uno de ellos el de género, que propone antiguas pautas y diferencias la identidad de género de las personas. Por ejemplo, los varones, entre ellos, se saludan dándose las mano y a las mujeres, en cambio, les dan un beso. Sin importar cuál sea el tipo de vínculo que tengan entre sí hombres y mujeres, esa separación protocolar se debe a cuestiones de género. Parecería que el cuerpo de las mujeres es susceptible de ser besado siempre, sin importar especificidad alguna, diferencia de edad o grado de confianza.
Ver a algunos hombres adultos saludar con un fuerte y lascivo beso en la mejilla a mujeres jóvenes también es molesto, ver a los mismos hombres adultos estirar su cuerpo hacia atrás para entrecruzar la mano de ese otro hombre que estaba en el medio de esa fila de besos hacia las mujeres, también lo es. ¿Cuál es el fundamento por el cual todos los cuerpos de las mujeres son susceptibles de ser besados? ¿Registramos los varones la incomodidad de los cuerpos de las mujeres? ¿Por qué besar a todo el mundo? ¿Dónde ponemos la mano al momento de besar a una mujer? ¿Podemos actuar de otro modo? ¿Sería mejor actuar de otro modo?.
Hombres jóvenes y progresistas perfectamente pueden ser chabones. Un fuerte beso a las mujeres es ley, pero un beso entre varones que no se conocen, no, nunca, o casi nunca. Entre amigos está más permitido pero a desconocidos no. Y si ese varón además de desconocido, es gay, la inestabilidad de los cuerpos se siente. No sé si es universal y estoy seguro que no tiene una única procedencia geográfica, pero es cierto que en el NOA, región por la que transito, se siente. En el imaginario social la firmeza del saludo parece ser proporcional a la solidez de la masculinidad, entonces abundan las notas y comentarios sobre lo que significa un buen apretón de mano entre caballeros. Y sí, seguro que la mayoría de los hombres cuando saludamos dando la mano no pensamos en eso, pero también es seguro que no es necesario pensar ciertas cosas para reproducir prácticas y generar sentidos, porque ahí, en esa falta de reflexión sobre lo que hacemos, se naturalizan las desigualdades.
A la molestia sobre los saludos no es deseoso sumarle esa inestabilidad de los cuerpos de los chabones. Algunos no saben, no quieren o no pueden dar un beso a un hombre gay sin sentir que algo sexual está en el aire. Como persona que se encuentra mayormente rodeada de mujeres, pude vivir muchas situaciones de extrañeza, sin embargo, los varones huyen del beso hacia otro hombre como si se tratara de algo terrible y contagioso. Podrían sincerarse y aceptar que muchos chabones todavía creen que los homosexuales queremos tener sexo con todos los heterosexuales y que tal idea, quizás no se trate de una absoluta mentira, puesto que en el juego de encarnar masculinidades, los heterosexuales están en la cima y muchos homosexuales los adoran de modo irracional. Pero como suele suceder con los prejuicios les pasa no a todos, no siempre y no del modo en el que se imaginan. Ser gay no es equivalente a estar arrojado al deseo irracional hacia los cuerpos de hombres heterosexuales. Transitamos las desventuras del deseo con la misma particularidad de otras orientaciones.
¿Dónde está el proyecto de ley para regular los saludos? Supongamos que hasta aquí estamos de acuerdo en que el modo en el que saludamos responde a estereotipos de género y empezamos a preguntar qué podemos hacer para cambiar esta realidad. Si estamos entre activistas/militantes feministas y LGBTI seguramente, en pocos minutos, alguien preguntaría por el marco legal porque muchos temas necesitan de nuevas leyes o modificaciones de las que ya existen.
Por suerte no hay una ley para decirnos que hacer según el género de cada persona al momento de entrar a una sala y ojalá no exista nunca una. Las normas de cortesía han dejado de tener mandato de ley y en un punto está bien que así sea, por lo menos teniendo en cuenta el modo democrático en el que ordenamos nuestra sociedad. Pensar desde la perspectiva de género no siempre tiene que venir aparejado de un proyecto de ley, porque no es posible ni beneficioso abarcar la infinidad de situaciones y sentidos en lo jurídico. Porque el punitivismo es un fantasma que nos asecha cuando imaginamos un mundo con igualdad y equidad de género y las estructuras jurídicas siempre se encuentran más accesibles a los opresores que a los oprimidos.
Nuestros cuerpos pueden pensar y sentir y podemos resolver situaciones a partir de esos pensamientos y sentimientos. No hay una receta porque a todos nos pasan cosas distintas. Muchas veces, luego de la reflexión sobre algún tema en clave de género, no continúan grandes cambios en
la práctica, pero sí suceden sutiles modificaciones en lo que pensamos y sentimos y eso se nota, se siente, “ese no sé qué” también se puede percibir. Ojalá, en el futuro, decir “en el norte los hombres no se saludan con un beso” suene más a una descripción del pasado que del presente.
*La heterenormatividad se refiere al régimen social y político impuesto por el patriarcado, se encuentra en el ámbito público y privado. Según este régimen, la única forma aceptable de expresión de los deseos sexuales y afectivos, así como de la propia identidad, es la heterosexualidad. Desde esta mirada masculino y femenino son por esencia complementarios. Esto quiere decir, que tanto las orientaciones sexuales como los roles y las relaciones que se establecen entre los individuos dentro de la sociedad, deben darse en base al modo binario masculino/femenino.
Las imágenes son fotografías de pinturas realizadas por el artista visual Alfredo Frías.