PORTADA 3

¿Bajar es lo peor? De Enriquez a Black Mirror, de los barrios periféricos al Congreso de la Nación

Algunas escenas que ilustran el consumo problemático de Coc4ína. Por Martín Landers, Psicólogo especialista en Drogadependencias (UNT) y en Psicología Jurídica (UNC), terapeuta Gestáltico (Cgsi), músico y escritor.

Hay mucha chispa en tu cerebro loco
Pero estás hundido en tu propia herida (…)
Vas a ser el más premiado de la morgue.

Existió, existe y existirá. Será legal o ilegal dependiendo del contexto geopolítico, como sucede con tantos otros objetos de consumo. En algún mundo lejano pero no tan lejano la promovieron hasta los Papas (Leon XVIII, casualmente) en una preparación conocida como Vino Mariani. Freud le dedicó más de un artículo a sus propiedades (Uber coca de 1884, el más reconocido). También en Viena, muchos siglos después, Evo Morales exhibió unas hojas y mascó coca en una cumbre de la ONU para ser enfático en la necesidad de separar a la planta sagrada de los Incas del polvo blanco que se prepara a base de su principio activo y se distribuye en todo el mundo. El Diego regaló frases para remeras, advertencias y alguna escena polémica tirando lo que parece ser una bolsa en su visita sorpresa a la casa de algún Gran Hermano 2001, desatando un festejo eufórico entre los participantes. “Una línea menos para el Polaco, duro duro” supo leer Mirtha Legrand para incomodar al cantante invitado a su mesa. Veinticuatro muertos y cientos de personas hospitalizadas por consumir dosis adulteradas con alta toxicidad en el barrio Puerta 8 de Buenos Aires. Videos de altos funcionarios en ejercicio de sus funciones en donde se observan con notoriedad sus efectos. En Tucumán, en Buenos Aires y en todo el país. Episodios depresivos en el bajón post-consumo y psicosis tóxicas que llegan cada vez más a los consultorios. No hay género musical en dónde no se la mencione, directa o indirectamente en alguna canción. Mis narradores preferidos de la fisura o la locura siempre serán Solari y García. Chano, más terrenal, en una imagen hermosamente dolorosa dice que la cocaína seca las lágrimas. Podría ocupar todo el artículo con imágenes de la cultura popular argentina sobre filmes velados en blancas noches. No se trata de un análisis de sus características químicas ni de sus consumidores, si no de ampliar la mirada y llevar las luces al escenario que posibilita el encuentro entre ambos. 

La más rica vs la más cortada, pureza vs adulteración

Como indican los manuales de argentinidad, voy a polarizar el asunto para iniciar el análisis. 

En el extremo más luminoso y opulento, un hecho reciente ilustra el fenómeno. A principios de mayo, la senadora Anabel Fernández Sagasti propuso en plena sesión el proyecto “Nariz limpia”, generando todo tipo de respuestas inmediatas en el recinto: risas, abucheos, aplausos y una resonante acusación de “botona” por parte de un colega libertario. “Queremos un examen toxicológico a cada candidato o candidata” dijo la impulsora de la iniciativa. Es mucho lo que se podría decir al respecto. En primer lugar, ¿nos interesa lo que nuestros funcionarios hacen en su vida privada o lo que hacen en sus cargos legislativos? ¿La abstención en el uso de sustancias psicoactivas asegura el buen desempeño en sus funciones? ¿Un tirito no, pero con el pucho, la timba y los psicofármacos hay alguna objeción? ¿Quisiéramos que rindan cuenta del ejercicio de su función pública o de la forma en la que deciden gastar sus jugosos sueldos? No es ese debate al que apuesto en estas líneas –líneas de texto, no de las que se toman en el Congreso– si no a lo siguiente: no fue un escrache o un video viral, no fue un error de un equipo de comunicación que expuso a un funcionario que se encontraba visiblemente bajo sus efectos. Esta vez una senadora lo dijo en plena sesión e incluso lo oficializó a través de un proyecto. Se dirigió a sus pares, a representantes legislativos elegidos democráticamente por el pueblo. Puso sobre la mesa lo evidente del consumo de cocaína entre funcionarios públicos. 

En el otro extremo, más precario y vulnerable, encontramos el todavía resonante caso de Puerta 8, un barrio periférico en Buenos Aires donde en 2022 se registraron 24 muertes y cientos de heridos por consumir cocaína adulterada con altos niveles de toxicidad (más de los habituales). Uno de los tantos hechos curiosos del caso Puerta 8 está en que los hospitales que asistieron a los damnificados registraron varios reingresos: personas que habían sido hospitalizadas por intoxicación, lograron estabilizarse, obtuvieron el alta y regresaron a las pocas horas después de haber vuelto a consumir lo mismo. La humanidad misma: ¿por qué nos cuesta tanto renunciar a lo que nos hace daño?

De un lado salarios exorbitantes, partidas presupuestarias infinitas a disposición, redes de influencias, blindaje e impunidad. Del otro la vulnerabilidad psicosocial extrema, la complicidad policial en el narcomenudeo, las ranchadas, los aguantaderos. La más rica o la más cortada. El consumo problemático de cocaína también es una buena medida para ilustrar la desigualdad social.

Más allá de los centros y las periferias

¿Hoy consume cocaína más gente que antes? Si, al menos así lo indica el último informe del Observatorio Argentino de Drogas. Dosis más elevadas y mayor cantidad de consumidores. Frecuencia e intensidad, dos variables fundamentales a la hora de considerar un consumo problemático. De hecho, entre el informe de 2010 y el de 2017 incrementó un 100% la cantidad de personas que declararon haber consumido cocaína alguna vez en su vida. Si tomamos como recorte la población adolescente, el consumo de psicoactivos se triplicó. Pero no se trata de medir cantidades ni de usuarios, por sí solo es un dato vacío, se trata de mirar el escenario social y geopolítico en el que esto ocurre. Se trata de volver la mirada hacia nosotros, hacía nuestra forma de vivir en este momento histórico. 

Vivimos al palo. Sin tolerar la espera, el descanso, la inmediatez. Por necesidad económica de generar ingresos en un escenario nacional en el que el costo elevado de vida y las condiciones precarias de trabajo hacen que el sustento diario sea una tarea cuesta arriba. Por el imperativo de hiperproductividad que acecha sobre todo en las redes sociales, en donde el descanso y la recreación se han vuelto una amenaza. Recordemos el boom reciente de los pequeños influencers financieros (los “masivos”) que enseñaban recetas de autoexplotación para ganar en la vida.

En los 90 abundaban las campañas abstencionistas de prevención que la asociaban con los contagios de VIH. Le llamaban “la maldita coc4ína”. El Dr. Mirolli le enseñaba a Fleco y Male con mucho ímpetu que “la cocaína destruye el placer”. Sin embargo es mucho lo que  se ha estudiado sobre el desperdicio de recursos que implica concentrar una estrategia preventiva en advertir sobre los efectos nocivos que conlleva el consumo de una sustancia. Nos amparan años de fracaso internacional bajo el slogan “la guerra contra las drogas”, iniciada en Estados Unidos con la cocaína como objetivo principal, y extendida casi por todo el mundo. Como también se extendieron sus fracasos y consecuencias no deseadas, al menos oficialmente.

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Volver la mirada al escenario donde el fenómeno se produce me parece lo más sensato. No hay nada que crezca sin un contexto que lo haga posible. Como el sustrato, el riego y la luz para el crecimiento de una planta, es necesario un ambiente social, político e histórico que produzca un comportamiento social compulsivo hacia los objetos. ¿Qué dice el consumo problemático de cocaína sobre nosotros en este momento? Vivimos al palo y nos cuesta parar.

¿Bajar es lo peor?

Nene, nena, que bien te ves
cuando en tus ojos no importa si las horas bajan

Pienso en elementos de la cultura que me acercan a una mirada necesaria sobre la problemática. Una casi adolescente Mariana Enriquez en su primer libro “Bajar es lo peor” cuenta las historias de excesos que protagonizan el triángulo formado por Narval, Facundo y Carolina, junto con otros personajes de las noches en la periferia porteña de los 90. Si bien la cocaína no es la droga de preferencia de los personajes, nos encontramos frente a dos de sus consecuencias más complejas: la paranoia y la compulsión. No pueden parar aún sabiendo de los riesgos a los cuáles se exponen de forma permanente. El golpe del bajón posterior a la jornada de excesos es tan insoportable que los protagonistas buscan la manera de evadirlo.

Mi manual de consulta preferido si de mirar la forma en la que vivimos en este momento histórico se trata: Black Mirror. El capítulo San Junípero ilustra la metáfora del tiempo borrado, de la juventud eterna, del disfrute y el placer sin consecuencia alguna, donde es posible elegir ese momento exacto en donde la vida se detiene en la intensidad de las experiencias, sin dolor ni precio alguno que pagar. En este capítulo no hay consumo de cocaína, no es necesario. Tecnología mediante, es posible recluir la conciencia en un mundo virtual hecho a medida del disfrute inmediato. Un mundo de ojos ciegos bien abiertos.

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Por último, bien actual y cerquita , una joya de la pantalla chica que no podemos omitir en este análisis es la serie española “Yo, adicto” lanzada en 2024. En este caso si con una presencia protagónica del consumo de cocaína. Para evitar spoilers y saltear los lugares comunes en el análisis, me gustaría destacar algo que se advierte apenas damos play al primer capítulo: en su monólogo de presentación, Javi nos dice que en algún momento fue un consumidor ocasional y recreativo como muchos de los que están viendo la serie (y leyendo el artículo, agrego). Que no tuvo una infancia trágica, que no fue abusado ni nada por el estilo. Si -señala- que hubo sobreprotección y que se encontró con la imposibilidad de cumplir con expectativas inalcanzables que le habían impuesto en su crianza sin que lo notara. Subrayo: sobreprotección y no sentirse suficiente.

Volvamos a las ideas claves de este artículo: hoy se sufre de no poder cumplir con un ritmo inalcanzable de productividad, de expectativas sociales, de comparaciones permanentes a la que nos enfrenta el algoritmo. Una sustancia que por unos minutos promete una omnipotencia química y un ritmo que se lleva todo por delante parece ser el remedio y el veneno hecho a medida de la época. De ayer, hoy y siempre.

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No podemos parar. No podemos bajar un cambio. En los trabajos, en la joda, en la anestesia al dolor. En la exigencia de productividad con la que nos atormenta el algoritmo y la voz interna. En las comparaciones donde siempre hay alguien haciéndolo mejor. En el paso del tiempo, en el cansancio y envejecimiento del cuerpo. En las noches que no pueden ser eternas más que en la muerte. En aceptar las pérdidas, los fracasos, las rupturas.

¿No podemos parar o nos incomoda lo que aparece cuando lo hacemos? El aburrimiento implica encontrarnos con nuestros propios pensamientos y las emociones que se esconden ahí detrás, en el cuerpo, esperando el momento de que nos atrevemos a sentirlas.

Red de ayuda disponible

La Ley Nacional de Salud Mental 26.657 reconoce a las adicciones como parte de las políticas públicas, por lo que todo servicio de salud puede brindarte orientación al respecto. Cualquier hospital, policlínica o Caps. Si no cuentan con capacidad operativa para brindarte asistencia en el lugar, pueden asesorarte y derivarte al lugar donde recibas atención especializada.

Si te pasa o conocés a alguien que necesita ayuda por consumo problemático, en Tucumán disponemos de muchos servicios y programas donde podés consultar de forma gratuita y confidencial. Podés acudir a: 

  • Centros de primera escucha, orientación y derivación:

CEDECOR. Centro de primera escucha. Crisóstomo Álvarez 321 (Secretaría de Estado de Políticas integrales sobre drogas)

PUNA. Centro de primera escucha. Programa Universitario para el estudio de las adicciones. Secretaría de Extensión UNT. Jujuy 463

  • Hospitales que cuentan con servicios especializados en adicciones:

Hospital Obarrio, San Miguel 1850

Hospital Avellaneda. Mexico 963

Hospital del Carmen, Muñecas 2550.

O en cualquier servicio de salud pueden brindarte orientación sobre donde consultar. 

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