Esta nota forma parte del proyecto fotográfico y escritural de Agustín Indri y Mariana Rodríguez Fuentes de retratar a músicas mujeres de la escena tucumana. Podes ver todas las entrevistas acá.
Camila María Cecilia Plaate tiene 27 años y un talento que excede su edad. Dice que cuando ella llegó al mundo, y particularmente a su casa en barrio Apunt, la música ya estaba ahí instalada como un integrante más de la familia. Su madre, su padre, sus hermanas y su hermano, todes tienen un vínculo con la música. Sin embargo, cuenta que su propia búsqueda musical empezó después de los 15, antes de eso, dice “tenía como cierto vínculo con la música muy familiar, muy natural y al mismo tiempo me sentía como medio como alejada de todo eso, como que había cosas que no entendía muy bien, pero que estaban y había cierto código que sí, entendía que tal cosa sonaba de tal manera, que esto era tal cosa, pero todavía no había despertado cierto interés por componer o lo tomaba de una manera muy pasajera”.
En su adolescencia el vínculo con la música mutó a un lugar de juego y experimentación, en donde sus hermanas también fueron parte, “empecé a descubrir un montón de formas de hacer música que me parecen muy increíbles, por ahí partían de las letras o a veces partían de una sensación y a veces podían partir de simplemente de una imagen. Empecé una búsqueda muy inconsciente e inocente sobre sobre mi propia música, era mucho a partir del juego”.
Entre el teatro y la música
Camila trascendió en su carrera artística no sólo desde la música sino también desde el teatro. Sin ir más lejos, este año sorprendió a lxs tucumanxs siendo parte de la serie documental de Netflix sobre la vida de Fito Páez. También formó parte del elenco de El Motoarrebatador, producción tucumana de Agustín Toscano que ganó el Premio Sur a mejor ópera prima en 2019.
La convivencia entre ambas expresiones del arte, dice Camila, son una retroalimentación positiva, “Así como la actuación me brinda información sobre la música, la música me brinda información sobre la actuación y siempre hay como cierta cierto descubrimiento que que termina alimentando a la otra parte entonces en ese sentido existe una sinergia entre la entre las dos en mí, donde hay mucha entrega. Ambas cosas plantean algo de que hay que compartir primero con la gente, plantearse la realidad, plantearme mí realidad”
Los acercamientos a cada lógica de producción, desde la música o el teatro, en su experiencia, están marcados no sólo por lo técnico de cada área sino por las dinámicas que se instalan. En ese sentido Camila señala que la producción musical a veces supone modos más bruscos o torpes que el teatro, “por ahí todavía no se profundiza o dimensiona que la persona que está trabajando sobre esa actividad es una materia humana como también pasa en el Teatro, y pasa, me imagino que en muchas en muchas áreas artísticas, pero en la producción musical, cosas obvias del respeto a veces son medio borrosas”
La llorona y su jardín de dragones
Es el nombre del proyecto musical más reciente de Cami, que comparte con Félix Llompat, y con el que se encuentra grabando y buscando un sentido de fidelidad a su propio estilo de producción y música, “sin caer en la máquina de la producción y de lanzar todo el tiempo cosas porque sí, sino que me encuentro buscándole un sentido propio también, no? Y entendiendo cada vez más mi identidad en esta actividad”
En la dinámica de producción, Camila entiende que meterse al estudio a grabar es “parar la moto” en los escenarios, dedicarse a la introspección y búsqueda del material que se produce. “El proceso de grabación puede ser a veces medio duro, me imagino porque la ansiedad puede hacer estragos, pero también puede ser muy placentero. Yo además estoy muy feliz de poder hacerlo con quien quiero y con las personas que elegí para que me acompañen en este proceso.”