El próximo domingo, la Sociedad Francesa de Tucumán ofrecerá el cierre de la muestra “Software determinador de género”, del artista Diego Gelatti, cuyos dispositivos se materializan a partir de un experimento tecnológico, e informático, que redefine los límites del arte contemporáneo en Tucumán y señala, a su vez, un conflicto latente alrededor del binarismo de género, el cual ejerce distintos tipos de violencia, pese a que en Argentina existe la Ley de Identidad de Género desde el año 2012.
Actualmente, y desde hace al menos tres décadas, las categorías de género y sexualidad constituyen un ámbito de producciones teóricas que buscan atravesar estructuralmente a cada una de las disciplinas y conceptos que, de un modo u otro, las abordan o vinculan en su constitución.
Uno de esos ámbitos es el de las artes visuales, donde una buena parte de los discursos construidos por las y los artistas refieren o se nutren, al menos tangencialmente, de las problemáticas vinculadas a las categorías de género. Tal sería el caso de la obra Software determinador de género, una instalación participativa realizada por el joven artista tucumano Diego Gelatti, y con la curaduría de la artista y docente Marisa Rossini, que tiene lugar en la Sociedad Francesa (San Juan 751, San Miguel de Tucumán). La misma fue inaugurada el 1 de noviembre y abrirá nuevamente sus puertas el domingo 22 de diciembre, a las 20.30 hs.
Sin embargo, la instalación como dispositivo artístico, y el hecho de señalar las problemáticas alrededor del género, no serían los únicos medios ni causales de producción para Gelatti, cuyo proyecto lleva el nombre de @Soportable.jpg; su usuario en Instagram. “Inicialmente, quería que mi usuario fuese @Insoportable, pero como la red social me lo negó, porque ya existía, decidí jugar con esa lógica de negación y apropiarla no sólo para mi usuario sino también para mi obra; debe ser ‘soportable’”, detalla Gelatti, quien también materializa su poética desde la pintura, la fotografía, el video y una variación de tecnologías actuales, y otras obsoletas, vinculadas al lenguaje informático.
A su vez, el joven indica que le interesa desarrollar un arte democratizado y desacralizado, que funcione como un puente conector de subjetividades en discordia, y movilice al espectador/a a preguntar y preguntarse cosas, porque, ciertamente, “atravesamos una fuerte crisis en torno al pensamiento crítico, en el que las verdades parecen llegar sólo por mensajes de WhatsApp. Caemos en la falacia de creer que la respuesta no sólo ya está dada, sino que es más importante que la pregunta”, indica y, para graficar esta idea, se remite al ejemplo de una pretenciosa publicidad pop-up que sólo desaparece si te hacés una pregunta, “como una máquina que finalmente se rebela (inutilizándose a sí misma); podés apretar delete tres veces, pero siempre algo queda inscrito en la memoria, un cuadro de diálogo que pide que hables”.
En esta línea, el lenguaje informático adquiere principal protagonismo en la obra en cuestión. “¿Bastará una foto de mala calidad, tomada por una simple cámara web, para determinar algo tan complejo como una expresión de género?”, indaga Gelatti, quien, en esta oportunidad, propone un acto performático en su obra, a través del desarrollo de una “red neuronal” inscrita en un dispositivo tecnológico.
En efecto, el joven señala que a partir de los avances de las ciencias en computación se han generado softwares de inteligencia artificial (IA), como Quividi, el cual analiza los rostros de las personas e intenta adivinar su género (desde una perspectiva binaria) y su edad, para luego reproducir anuncios basados en un sesgado target de audiencia. “Ésta es una de las tantas formas en que la IA inscribe la heteronorma de género en nuestros cuerpos; todos los días somos clasificados y sistematizados por piezas de software. Nos olvidamos de que detrás de un programa, algoritmo o red neuronal están quienes las entrenaron o programaron, sujetos que establecen recortes y se posicionan, discursivamente, de una forma u otra en esas producciones”.
Artes visuales, género y tecnología 0.3 b
Actualmente, gran parte de las producciones de los y las artistas propician cierta porosidad en las fronteras de los lenguajes; lindes y deslindes conviven con una disputa entre lo ‘real’ y lo virtual, dando luz a géneros como el bioarte, experimental, interactivo, intermedial, multimedia y, entre otros, poéticas tecnológicas.
Por su lado, la instalación de Gelatti se constituye de un soporte tecnológico integrado por piezas de distintas generaciones, pero combinado con cierta reminiscencias de The Matrix y Volver al futuro, cuyo resultado dio luz a un ‘Frankenstein’ electrónico/digital; una webcam y una impresora de tickets devienen en una mini cámara/impresora de fotografías en B&N con un código encriptado, con la calidad de su función germinal, pero con una velocidad de última generación.
La persona espectadora –devenida en usuaria– debe ingresar a una sala (más parecida a una lúgubre oficina de interrogación policial) provista de un escritorio, cuya superficie cuenta con el híbrido tecnológico y, a unos metros, una lámpara de luz directa, ambos apuntando en dirección a una silla. No obstante, previamente, en una especie de antesala, una pantalla led proyecta en loop un breve video tutorial acerca de cómo activar el ‘determinador de género’.
“En el video tutorial se ven plasmadas varias de nuestras fantasías –indica Marisa Rossini en el texto curatorial–, la primera, la del instante decisivo, donde uno aprieta un botón rojo y automáticamente un túnel de códigos binarios (a la manera de montaña rusa espacial de Disneylandia) nos dice que el espacio es ficcional y que la fantasía de desmaterialización de nuestro cuerpo –para penetrar los objetos– conspira al mismo nivel de los autos voladores que vemos en los vídeos demostrativos de los prototipos”.
Ciertamente, el prototipo humanoide que atraviesa el túnel señalado por Rossini, cuya estética remite a las primeras animaciones 3D con una pose, por defecto, de brazos abiertos, como los representados en los dibujos de Da vinci en torno a las proporciones del cuerpo humano, es animado a través de una música funcional, similar a las que acompañan a las publicidades de la televisión de los noventa, junto a una voz que articula palabras y oraciones a partir de un algoritmo. Sin embargo, el retrato de la persona espectadora/usuaria, que debe sentarse en una silla para ser fotografiada, viene acompañado de un arbitrario e inteligible código de símbolos que no responden a la lógica de ningún lenguaje conocido en el mundo y alrededores. No obstante, el mismo es registrado en un documento muy común y de uso corriente; un ticket impreso.
No determinar un género heteronormado
Gelatti sabe que hablar de género es hablar de relaciones de poder, y que traman una negociación. En este sentido, la teoría de la performatividad de género de la filósofa norteamericana Judith Butler (El género en disputa -1990), propuesta en un contexto de teorías y movimientos feministas contemporáneos, cuestionó la ‘naturalidad’ del sistema binario sexo/género analizando sus efectos en términos de poder. A grandes rasgos propuso que, en el sistema binario dominante, el género es creado a través de una serie de actos desplegados a través de las categorías “varón” y/o “mujer”. En esta línea, Butler señaló, en aquel entonces, que el hecho de no encarnar el género de forma normativa suponía arriesgar la posibilidad de ser parte, como sujeto pleno, de un circuito social aceitado.
En Argentina, 22 años después de lo propuesto por Butler, la Ley Nº 26.743 de Identidad de Género garantiza que toda persona tiene el derecho de construir su género, libremente, y que el Estado tiene la obligación de bregar por su cumplimiento mediante la aplicación del Programa Médico Obligatorio, que cubre las prácticas en todo el sistema de salud, tanto público como privado.
La libertad de elegir el género es, en principio, un derecho en los dominios más australes de la Tierra, en virtud de una sostenida militancia de parte del Colectivo LGBTQI+ argentino. Sin embargo, se trata de un derecho que, a pesar de contar con el rigor legal mencionado y que es la primera ley de identidad de género del mundo que, conforme a las tendencias en la materia, no patologiza la condición trans, aún se enfrenta con los prejuicios, resistencia y violencia de los sectores más conservadores del país, entre ellos, gran parte de la provincia de Tucumán.
Con este trasfondo conceptual, la obra de Gelatti propone un experimento de tecnología digital, que pone de manifiesto una producción de arte contemporáneo tecnológico, manipulando, por un lado, soportes y materiales variados, y, por otro, pone en crisis los medios y la división de lo sensible, pues, de algún modo, redefine el arte en vinculación con la tecnología digital, pero a partir del cuestionamiento de nociones binarias y heteronormativas alrededor del género; Gelatti toma la teoría performativa de Butler, con una puesta en escena, y nos dice que habrá tantos géneros como personas retratadas o que, en todos los casos, ninguno puede ser categorizado desde el lenguaje como lo conocemos, pues nadie tiene ese poder.