Andrea Casamento: La mujer de la fila
Por Sol Cicorio. Esta nota fue escrita en el marco de la materia Entrevistas de la carrera de Periodismo y Producción de contenidos de Escuela de Comunicación Eter.
Tenía una vida común, trabajaba y era ama de casa. Un día recibió una llamada que le cambió la vida. Su hijo cayó preso por un delito que no cometió. En el transcurso de su detención preventiva noto lo difícil que es para los familiares de detenidos realizar las tareas relacionadas a las visitas, la alimentación y el proceso judicial que en la mayoría de los casos recae en mujeres. Luego de una larga búsqueda tratando de encontrar ayuda sin éxito, Andrea Casamento fundó ACIFAD (Asociación Civil de Familiares de Detenidos) que desde 2008 acompaña y defiende los derechos de las familias de las personas privadas de la libertad.
Andrea también participó en el Subcomité para la Prevención de Tortura (SPT) de la ONU, siendo la única integrante que era familiar de detenidos.
Pero esta también es una historia de amor. Cuando su hijo aún estaba preso, conoció a Alejo, con quién se casó dentro del penal y hoy tienen un hijo juntos.
Este 4 de septiembre se estrenó una película inspirada en su historia de vida y su lucha por los derechos de las personas detenidas protagonizada por Natalia Oreiro a la cual se nombró “La mujer de la fila”. Actualmente está disponible para ser vista en Netflix.
En una conversación profunda y sincera repasamos los desafíos que enfrentan los familiares de las personas privadas de la libertad y su incansable trabajo por tratar de visibilizar esas realidades.
-Andrea, ¿Cómo estás? Seguro fueron unas semanas movidas con el estreno de la película.
-Estoy muy contenta. Lo de la película fue mucho trabajo previo de prepararnos en la organización porque sabíamos que iba a venir mucha más gente. La película para mí fue una gran responsabilidad, había que dejar todo organizado porque sabíamos que iban a llamar un montón de mujeres a contarnos sus historias y había que tener oídos para escuchar y mi miedo era no dar abasto, no poder llegar y que alguien se quede afuera.
-Cuando tu hijo fue detenido injustamente ¿cómo fue el momento en el que te llaman y te cuentan que estaba preso?
-Era Semana Santa, estaba en una quinta con mis amigas y me llaman para que vuelva a capital porque mi hijo estaba en la comisaría, que se lo habían llevado preso. Pero yo no entendí eso, dije me están mintiendo y tuvo un accidente. Cuando llegué a la comisaría me dijeron que tenía que buscarme un abogado porque estaba preso. Pensé que hablando con el comisario iba a aclarar la situación y listo, pero no.
Y a partir de ahí fue buscar un abogado penalista porque estábamos en un gran problema.
– ¿Pensaste que iba a ser más sencillo todo?
-Pensé, es inocente, no hizo nada. Hablas con alguien, le explicas la situación, te pide perdón por la confusión y te vas a tu casa, pero no.
– ¿Cómo fueron esos primeros días cuando lo detuvieron?
– El mundo se detuvo. Durante ocho meses me dediqué, no podía hacer otra cosa, apenas dormía. Me dedicaba a controlar, vigilar, a estar al lado de mi hijo de la manera que podía. Si no era en el juzgado, era con el abogado o estar atenta al teléfono para cuando me llamaba, ir a las visitas. Es como tener un hijo enfermo en el hospital, no te queres mover de al lado.
-¿Cómo hiciste para por un lado seguir con tus obligaciones cotidianas y a su vez acompañar y ayudar a tu hijo? ¿Hubo alguien que ayudó?
– Me ayudaron mi mamá y mi familia. Me cuidaban a los chicos y se fijaban que vayan al colegio, porque no podía prestarles atención. Imagínate, no podía concentrarme en ayudarlos a hacer la tarea, o ir a buscarlos a fútbol. Yo estaba hablando con el abogado, o estaba en la puerta de la cárcel porque pensaba que a mi hijo lo iban a sacar muerto de ahí.
-Hubo un día que no te llamó ¿qué pasó?
–Ese es el problema, cuándo no te llama. Dije “acá pasó algo de lo que escuche en la fila. Alguien le pegó, lo mataron y no me están avisando“. Era viernes, y recalco que era viernes porque los juzgados atienden de lunes a viernes hasta la una del mediodía y la cárcel no duerme. En la cárcel pasan cosas todo el tiempo. Llamé al abogado y me dice “ahora presento un escrito, pero tenes que esperar hasta el lunes”. Y yo dije “¿cómo hasta el lunes? Yo no voy a vivir hasta el lunes”, y me dice “espera, porque hay un cliente mío que hace mucho tiempo está en la cárcel y a lo mejor nos puede dar información, él te va a llamar”.
Y así fue como me llamo Alejo, y le dije que busque a mi hijo. El me entendió y hasta me hizo un chiste, me sacó una sonrisa en ese minuto. Me dijo que espere y a las dos horas me llama y me cuenta que estaba sancionado, que no podía llamarme porque no lo dejaban hablar por teléfono. Pero me dijo algo que me quedó marcado, “Mamá sácame de acá porque me mato”.
Cuando me vuelve a llamar Alejo, me dijo que no me preocupe, “lo dice porque es cagón, porque es chiquito, no va a pasar eso”. Yo le creí. Si él estaba adentro y había sobrevivido, a lo mejor tiene razón.
– ¿Cómo mantuviste el contacto con Alejo?
– Cuando a mi hijo le levantan la sanción le dije a Alejo, anótame en la visita que te voy a ir a ver. Le quería llevar algo, agradecerle. Llegué y estaba con mi hijo sentado y pensé “cómo lo hizo”, porque el pabellón de los jóvenes no se mezcla con el de adultos. “¿Qué hace acá?”, le dije. “Vos no me queres ver a mí, vos querés ver a tu hijo”. Me lo había dado un minuto más a mi hijo. “Cómo te devuelvo esto?”, le dije. Me contó que tenía una hija a la que no veía hace mucho tiempo y me pidió que vaya a verla.
– ¿Cómo resolviste el favor de ir a ver a su hija?
-De casualidad, la hija vivía a dos cuadras de mi casa y conocía a la mamá del barrio. Ella me dijo que Alejo es una gran persona, pero el problema que tenía es que era muy drogón. No tenía problema de que la hija lo vea, pero que no podía llevarla porque tenía otra pareja e hijos y no quería tener problemas con su marido.
¿Y sabes lo que hice para llevarla? Como el hermano de Alejo tenía una hija de la misma edad y en ese momento los DNI de los niños no eran con foto, la hicimos pasar por la hija del hermano y la llevaba él para que pueda verla.
Después logramos que fuera el Registro Civil a la cárcel a reconocer a los hijos de las personas que están presas y Alejo pudo reconocer a su hija. Cuando su hija tuvo el apellido de Alejo, la madre pudo hacer una autorización para que yo llevara a la nena a visitar a su papá.
Creo que una de las cosas que nos unió fue el amor a nuestros hijos.
¿Cómo llegaste a la decisión de casarte con Alejo dentro del penal?
–Después lo que me pasó es que me empecé a sentir bien con él. Cuando mi hijo sale, Alejo me dice que no vaya más. Seguí yendo y un día me hicieron muchos problemas y preguntas. Que si era la amiga, la concubina y no me dejaban entrar. Entonces le dije “Alejo ¿por qué no nos casamos?”. A las dos semanas ya había hablado con el cura y arreglado todo. Pero yo lo había dicho como un tema burocrático.
Me casé y hace veinte años que tenemos un hijo, Joaquín. Y Alejo hace seis años que está acá.
– ¿Qué sentís al pensar que dentro de una situación adversa pudiste encontrar el amor y volver a formar una familia?
–Que soy afortunada. A mi hijo lo absolvieron porque era inocente, pero tengo compañeras que no, que sus hijos son inocentes e igual los tienen condenados a cadena perpetua porque los acusan de matar a alguien y sus hijos no fueron. Y hay otras que, si bien sus hijos hicieron algo, no merecen, ni sus hijos ni ellas, pasar por lo que están pasando. Tuve una casa que pude vender para pagar un abogado, ellas no tienen eso. Tuve la posibilidad de dejar un trabajo para dedicarme a esto, ellas no podían, no tienen como. Por qué si dejan de trabajar, de limpiar casas no van a poder comer.
Tuve mucha suerte, sobre todo de tener a mi hijo vivo. Y esto hay que devolverlo, devolver un poco de lo bueno. Y si tuve la suerte de contarlo, lo cuento para que no les pase a otros, porque yo podría estar sumida en una depresión con mi hijo muerto.
Esto me transformó, no sé lo que le pasó a mi hijo ahí adentro porque nunca me lo contó, y espero que no le haya pasado nada. Pero me tocaron lo más sagrado que tengo que es mi hijo. ¿Cómo me voy a quedar callada?
Y tuve suerte además porque encontré un amor que me fortaleció un montón. También se sumaron mis compañeras que me acompañaron todo el tiempo. Cuando le pasó ésto a mi hijo sentí que me habían arrancado la vida y hoy me da una segunda oportunidad porque mi hijo volvió.
–Tu compromiso con los derechos de las personas privadas de la libertad viene acompañado de una experiencia a nivel personal. ¿En qué momento te diste cuenta o decidiste que podías involucrarte y hacer más por la causa?
–Siempre fui una mujer muy solidaria, había una inundación y yo juntaba zapatillas, armaba colectas, pero no mucho más que eso. Tenía un compromiso social, hoy mi compromiso es político. Cuando pasó lo de mi hijo me di cuenta de que había un mundo totalmente desconocido, no sólo para mí, sino para mi núcleo familiar. Nunca en cuarenta años habíamos hablado de la cárcel con familia o amigos. ¿Cómo puede ser que desconocemos tanto de todo lo que pasa acá? ¿Cómo puede ser que vivamos ajenos a esta realidad? Y esto de estar tan ajeno, también tenía que ver con lo que me estaba pasando, nadie me podía ayudar porque nadie sabía cómo. Dije, tiene que haber una oficina pública que me diga a la cárcel tenes que ir estos días, en este colectivo, estas son las reglas. Y así comenzó mi búsqueda.

– ¿Cómo se crea ACIFAD?
-Como mamá tenía que poder acompañarlo en esa experiencia y no tenía herramientas. Si tu hijo tiene un accidente, te enseñan cómo acompañarlo a las terapias, a usar la silla de ruedas, pero en la cárcel no y tampoco sabía qué decirles a mis hijos que se habían quedado en casa.
Lo que más me preocupaba era cómo se acompañaba a una persona cuando sale de la cárcel, porque yo decía ¿Qué le digo a mi hijo? Y hay cosas que descubrí después, no pensé que lo iban a marginar, que no le iban a dar trabajo eso todavía ni se me pasaba por la cabeza.
Y buscando llegué a la secretaría de Niñez Adolescencia y Familia, ahí me preguntan “¿Pero usted tiene hijos más chicos? ¿Están en algún instituto de menores?”. Les dije que no, pero que quería prevenir eso, no sé qué les había pasado por la cabeza después de vivir la experiencia del hermano.
Pero ahi solamente acompañaban familias que tienen un niño en esta situación, mi hijo ya era adulto. Y alguien con muy buen criterio me dijo, “señora ármese una ONG porque el Estado no le va a dar eso que necesita”.
No sabía lo que era una ONG, pero como mandé mails a todos lados me escribió Claudia Cesaroni, una abogada de una organización llamada CEPOC, un grupo de abogados y sociólogos que en su página decían que querían devolverle a la sociedad lo que la universidad pública les había dado. Claudia me dijo de tomar un café, fui con tres compañeras más de la fila que estábamos en la búsqueda. Ella nos dijo que lo que buscábamos era una política pública. Durante dos años nos juntamos, pero en la fila había más personas, entonces las aconsejamos y les decíamos vengan, que una abogada te va a explicar, te puede orientar. Estaban tan perdidas como yo las demás, y la fila es un mundo donde todos descreen, hay mucha desconfianza, pero como yo ya conocía a Alejo, les decía espera que le voy a preguntar a mi marido y en el ámbito carcelario los presos más grandes, que llevan más tiempo son más confiables entonces las de afuera les contaban a su familiar detenido; “hay una señora que es la mujer de Alejo que nos puede ayudar…” y así empezó a venir cada vez más gente y se formó la asociación.

– ¿Cómo describirías tu experiencia participando en el subcomité de la ONU para la prevención de tortura?
-Eso me habilitó porque viajaba un montón, iba a visitar cárceles por todo el mundo. Tres veces al año iba a Ginebra y pasaba por la casa de una compañera en España que estaba armando una organización de presos de Cataluña. Y así se formó la Red Internacional de Organizaciones de Familiares, cómo tenía la posibilidad de viajar me quedaba unos días más para hacer ese trabajo. Conocí muchas mujeres en la misma situación y lo que yo hacía era decirles que se tenían que organizar, así como habíamos hecho nosotras, que eso era posible.
– Mirando hacia atrás, parece un montón ¿no?
– Parece poco, pero es un montón. Lo más importante era crear un espacio donde las mujeres no se sientan solas, pero además de eso no dejamos de exigirle al Estado que haga lo que tiene que hacer. En la pandemia cuando nadie podía salir de su casa, nos hicieron un permiso diciendo que éramos personal esencial para poder tomar el colectivo y llevar la comida a la cárcel, porque si no los presos se morían de hambre. Y nosotras no somos personal esencial de nada, no podíamos verlos en la visita, solo era para poder viajar y dejar una encomienda, un paquete en la puerta de la cárcel. Porque uno cree que les dan de comer, pero no, se matan por una cebolla.
–¿Cuál es para vos uno de los problemas del Sistema Penitenciario y cómo lo enfrentan?
-Uno de los problemas es la superpoblación, no es solamente que hay veinte personas en un lugar donde entran cuatro camas y duermen unos a la mañana y otra a la noche. No es solo eso. Cuando hablas de cupo, estamos diciendo que tenes que pensar en la comida que no hay, en el colchón que tampoco. También que deben tener acceso a la educación y uno de los problemas más grandes es que no hay espacio para armar las aulas, no es que no hay docentes si no que como hay tanta superpoblación el aula se transformó en dormitorio.
Un lugar está construido para que vivan, por ejemplo, cien personas y que tengan acceso al baño, pero si le metes quinientos no hay manera de que funcione. Se colapsa de tal manera que los inodoros no dan abasto y duerman en la mierda porque se tapan, no aguantan nada. Para que no vuele por el aire estamos ahí nosotras poniendo paños fríos, tratando de llevar la comida. Los defensores públicos, como no hay teléfonos y las cárceles están alejadas no van, entonces somos nosotras las que tenemos que dejar de trabajar para ir al juzgado del defensor para que nos explique algo al respecto y llevar esa información a la cárcel. Cuando un preso está enfermo, nosotras nos encargamos, somos el nexo entre lo que se necesita adentro y nosotras que estamos afuera.
Y no solo eso, porque el problema después sigue. Porque cuando sale, te lo largan así nomás y vos tenés que atenderlo, darle de comer y además enseñarles los hábitos laborales y a vivir de nuevo en la vereda. Y eso queda sobre nuestras espaldas, los que no tienen familia o si tienen se cansó por algún motivo, quedan bollando. Eso hace que tengas un cincuenta por ciento de reincidentes. Vuelven a la cárcel porque es el único lugar que los va a recibir. Cometieron un delito y lastimaron a alguien. Cuando hablamos de inseguridad y pedimos seguridad tenemos que entender que el sistema fracasó
– ¿Por qué crees que el sistema no funciona?
-No funciona, es una ilusión a muy corto plazo. ¿Y sabes por qué? Porque esto debe tener políticas de Estado y como los gobiernos duran cuatro años, en cuatro años no vas a lograr cambiar todo esto. Arman jaulas, tiran a la gente ahí y le hacen creer a los demás que están más seguros. Mentira, porque después escuchas que siguen robando y sí, van a seguir robando porque para que eso cambie se necesita un montón de cosas. Tenés que tener planes para las adicciones, tenés que ver cómo acompañarlos. Cuanto más se corre el Estado, más problemas van a tener.
El 80% de las personas que están presas tienen problemas de consumo y nosotras recibimos madres que nos dicen “Menos mal que está preso porque si no estaría muerto” o “Las veces que estuve buscando algún lugar para tratar a mis hijos de las adicciones desde que empezó de chiquito y no hay”. Si todo esto no hay afuera, lo que haces es habilitar a que vaya más gente presa, estás haciendo el caldo gordo para que eso ocurra.
Los pibes, todos tienen problemas de adicción, te dicen ni se lo que hice, estaba tan puesto que ni se. Esto es un problemón, porque sobre todo en los barrios populares, las familias que tienen que laburar, en la escuela cuando el pibe se está empezando a portar mal, a tener un comportamiento malo los expulsa y ellos se quedan en el barrio y ahí es cuando aparece el jefe de la banda y te dice vos queres, bueno anda a robar a tal lado y le da unos mangos para que se siga drogando. Vos no podés pensar en una solución sin entender el problema y para entenderlo hay que mirarlo desde muchos lugares y no pasa eso, no hay políticas públicas que entiendan el problema en su integralidad.
– ¿Cómo llegó la propuesta de la película?
-A partir de una charla TEDX que di hace 8 años alguien que vio la charla dijo que quería hacer una película y yo pensé que era un pibe que estaba estudiando cine e iba a venir con su celular a hacer una peliculita de Acifad. No pensé que fuera a ser una película como es ahora. Y le dije que sí, pensando que iba ser eso, algo mucho más chico. Después se sumó Benjamín Ávila que anteriormente hizo una película nominada al Oscar, se sumó Natalia Oreiro, se fueron sumando y la película es lo que es hoy. Pero no sabíamos qué iba a ser eso.
-¿Qué resultados esperás de la película?
– Que la gente, por lo menos, se ponga a hablar del tema, que se pregunte, que vea, que entienda que no hay dos mundos separados, que las condenas en algún momento se acaban, que nos demos lugar a pensar si este sistema está funcionando, qué estamos haciendo mal, qué es lo que estamos pagando con nuestros impuestos, porque, en definitiva, estamos pagando la cárcel con nuestros impuestos. Estamos sosteniendo un sistema que al final no nos da los resultados que queremos.
Lo más importante es que sepan que si estas pasando por esta situación, vení que hay un lugar donde te pueden acompañar y súmate a este camino por que algo tiene que cambiar.
Por Sol Cicorio. Esta nota fue escrita en el marco de la materia Entrevistas de la carrera de Periodismo y Producción de contenidos de Escuela de Comunicación Eter.



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