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Graciela cuenta que no sabía cebar mate, que aprendió en La Escuelita. Hoy todos le piden que cebe, como si sus mates tuvieran un atributo extra por venir de ella: una caricia, una señal de buen camino. Lucho dice que no sabe bailar folclore, que está aprendiendo en La Escuelita, porque en la primera clase del taller no había ningún varón y él se acercó por acompañar el baile. Él, que reflexiona: “antes he venido contra mi voluntad, ahora vengo porque yo quiero”.
Texto y fotos: Estefanía Cajeao y Mariana Leder Kremer Hernández
Los pilares de la memoria no son de cemento, son humanos. Ellos, que fueron secuestrados, torturados, abusados y separados para siempre de sus familiares, vencen en el presente al proyecto más profundo de las fuerzas del Ejército y de los responsables civiles que instrumentaron el Operativo Independencia primero y la dictadura después: toman los recuerdos de un edificio que fue laboratorio del terror, para construir un cobijo a la verdad de las nuevas generaciones. Están sembrando memoria de forma voluntaria y prácticamente sin recursos. Y eso, es imparable.
“Restituir la tranquilidad a sus habitantes”
Graciela Cortez tenía 21 años cuando el diario La Gaceta de Tucumán publicaba los objetivos oficiales del Operativo Independencia, a través de comunicados de prensa firmados por el comandante Acdel Vilas. Hasta entonces, Graciela vivía y trabajaba con su familia en un predio rural rodeado de caña de azúcar en Famaillá. Su papá era mecánico y se encargaba del funcionamiento y mantenimiento general del lugar.
“Vivíamos dos kilómetros y medio adentro de la ruta. Mi papá me sacaba a las cinco de la mañana a esperar el colectivo para ir a trabajar a Tucumán (capital). Y cuando volvía de allá a veces hacía esos kilómetros hasta la casa caminando”, relata Graciela, que era empleada del Sindicato de las Banderitas a cargo de Don Laureano González, en el Ministerio de Trabajo de la Provincia. Y cuando cuenta, ella aclara: “No era militante, era secretaria, mi tarea era recibir las denuncias de los obreros a las patronales. Cuando llegaba a mi casa también tejía para vender afuera”.
En mayo de 1975 el “Teatro de operaciones” -en términos del antropólogo Santiago Garaño*- montado por el Ejército para justificar su accionar represivo en Tucumán en democracia, usurpó la tranquilidad de la familia Cortez para instalar una base militar en su propia casa, con radio y helicóptero incluidos. El secuestro y las torturas durarían dos meses, mientras, los comunicados de Vilas seguirían circulando como propaganda de un Operativo que se jactaba de buscar “restituir la tranquilidad a sus habitantes” y de “defender los legítimos intereses del pueblo”.
“Desde que llegaron lo empezaron a trompear a mi papá, a tirarlo al suelo. A mí me dieron un cachetazo, me llevaron a una habitación y se fueron turnando para hacerme preguntas” recuerda Graciela. “Nos acusaban de guerrilleros, me trataban de prostituta y mientras me tiraban del pelo o me manoseaban me amenazaban con matar a toda mi familia. Eran militares de alto rango por las insignias que llevaban”, continúa.
A Graciela la amenazaron para que no contara nada de lo que había sucedido en esa habitación en la que fue interrogada, además de advertirle que ya conocían donde trabajaba.
“Rodearon y rompieron todo. Mi papá sufrió cualquier tipo de torturas. El hostigamiento por parte del Ejército se basaba no sólo en violencia física sino y sobre todo, en la psicológica: “No pudimos salir durante dos meses. Decí que acostumbrábamos a comprar la comida para todo el mes, así que víveres había. Pero si volaba una mosca venían y te sacaban en cualquier horario. Dormíamos con ropa y nos bañábamos con ropa porque te abrían la puerta, te quitaban las cosas y te llenaban de armas la casa. Te mostraban cómo mataban”, cuenta Graciela. “Hasta que un día se fueron y no volvieron más”.
Mantener la Memoria
43 años después Graciela es, para sus compañeras, “la Gra” y aunque trabaja en la administración y mantenimiento del Espacio para la Memoria La Escuelita de Famaillá, su rol excede por mucho a esas tareas: es el pilar fundamental para el trabajo de los equipos del Espacio que coordina Maria Coronel. Como si los pasos que separan su casa de La Escuelita, fueran la batalla ganada al olvido.
En La Escuelita funcionó el primer centro clandestino de detención y tortura del país, durante el Operativo Independencia. En 1977 pasó a ser el establecimiento de educación primaria y terciaria Diego de Rojas.Es decir que el mismo lugar en el que estuvieron secuestradas al menos mil personas, vio cursar sus estudios a miles de niños y niñas de Famaillá. La mayoría de ellos ligados a través de algún familiar a la historia del centro clandestino, sin saberlo. “Esto como escuela no podía seguir funcionando. ¿Cómo podían venir los chicos a una escuela donde hubo terror, en donde estuvieron secuestrados compañeros, en donde también hubo chicas embarazadas, a donde se hicieron todo tipo de torturas?”, se pregunta Graciela.
El telón del teatro de operaciones se prolongó así a través de la negación hasta 2012, año en que la lucha de los organismos de Derechos Humanos, sobrevivientes y familiares de detenidos desaparecidos logró recuperar La Escuelita para convertirla en un Espacio para la Memoria y sacudir el silencio. “La ilusión era recuperar este Espacio. En el camino hicimos muchísimos talleres, inclusive hasta en la plaza para ir concientizando en que este lugar tenía que ser un espacio de Memoria”, recuerda Graciela, que atravesó el proceso de la recuperación enfrentando su propia historia y las persecusiones posteriores. “Esto me despeja, me hace sentir útil. Quizás si hubiera estado en la casa, me deprimía. Es reconstruir algo que te ha pasado y que querés olvidar pero no podés, porque siempre hay algo que sale a flote”, explica.
“Hoy si me preguntan si soy militante, sí, soy militante, me hice militante. Porque a nadie se le quita la vida ni se le tortura como lo hicieron”.
Salir. Marchar. Bailar.
“Lucho” camina por La Escuelita y alterna en un sólo relato las anécdotas de la militancia con el reconocimiento de los rincones del ex centro clandestino de detención. No se pierde, pero su andar lo delata: avanza y sonríe con las anécdotas; frena ante los recuerdos del secuestro. “Lucho” es Luis Ortiz y nació el 4 de agosto de 1953 “cerca de Taco Ralo, en un pueblito que ya no existe, todo eso ahora es soja”, explica. Los padres eran campesinos y se mudaron con sus cuatro hijos a la capital tucumana para buscar trabajo.
“El que viene del campo en lo primero que encuentra es la construcción. Mi papá se hizo albañil y después de andar en dos o tres lugares terminamos en el Manantial. Ahí compró un terreno e hicimos la casita”, relata Lucho, el mayor de los cuatro hermanos, que llegó a terminar la escuela primaria y los dos primeros años de la secundaria.
“En el Manantial conocí a dos compañeros, la familia de uno era del Partido Comunista. Nos hicimos amigos y comenzamos a militar en lo barrial. Yo tenía 20 años y el otro 21. Después nos integramos al PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores)”, cuenta. “El trabajo y el estudio eran parte de la militancia y como mi papá agarraba obras de construcción, yo más trabajaba con él de albañil y después aprendí a pintar”.
Las experiencias de militancia en su barrio lo acercaron definitivamente al PRT. Enumera con una sonrisa las acciones que organizó con sus compañeros para reclamar por el aumento del boleto de colectivo, o exigir protección para los chicos que tenían que cruzar la ruta para ir a la escuela y recuerda especialmente alguna huelga de FOTIA o las reuniones en los cerros donde conoció al Roby Santucho. “Fue muy lindo, los mejores años, éramos felices. En pocos años, desde el ’70 y para atrás, nadie había llegado en tan poco tiempo a molestar tanto, no sólo el PRT sino todas las organizaciones. Todos participaban en esa época. Ibas marchando y de golpe veías a un tío o alguien que no te imaginabas nunca que también iba marchando. Era tanta la efervescencia que nosotros íbamos a repartir volantes con 20 años y la gente nos acompañaba”.
Un recuerdo mudo vuelve a detenerlo. “En el ’75 por lo menos seis compañeros murieron en manos de la Triple A. Todos ellos estaban en un trabajo legal, pero al poder eso no le importa, porque cuando reprimen, primero reprimen a lo legal. Antes de que los maten hubo una razzia en el Manantial y ahí me enteré de que me estaban buscando”.
A Lucho lo secuestró la policía de Tucumán encabezada por Roberto “el Tuerto” Albornoz, el comisario que cuarenta años después recibiría seis condenas por delitos de lesa humanidad, como responsable de cientos de casos de violación de domicilio, secuestros, torturas, delitos sexuales y homicidios.
“Me sacaron adelante de mis padres y me llevaron a la Jefatura, ahí me recibieron con una trompada en el estómago. Me tuvieron toda la noche y después me trajeron acá a la Escuelita. Aquí pasé unos veinte días, atado, vendado, tirado en el piso”, explica Lucho. Para él, esa noche sería sólo el comienzo de un trajinar que duró seis años de detención y lo llevó por la Jefatura, la Escuelita de Famaillá, Villa Urquiza, Sierra Chica y La Plata. Sin embargo, no es su historia de detenciones y torturas la que corta con lágrimas el relato pausado, sino la de su hermano Ramón.
“A los pocos días de llegar a Sierra Chica recibí la visita de mi mamá. Ella me avisó que lo habían secuestrado a mi hermano, pero nadie se imaginaba que iba a ser para siempre el secuestro. Yo quise tranquilizarla a ella, que en ese estado había viajado para darme ánimo a mi. Y ella me contestó que iba a lograr que yo salga y que lo iba a encontrar a mi hermano”. La madre de Lucho había viajado más de 1400 kilómetros para verlo, pero no podía abrazarlo. “Cuando salí me di cuenta de la dimensión del sacrificio de los familiares, especialmente los que tenemos familia desaparecida, y que con ese problema encima tenían que ir a buscar la visita a otro preso”, reflexiona.
“Cuando salí de la cárcel al frente estaba esperando la madre de un compañero que nos llevó a su casa para que nos cambiemos. Nosotros buscábamos ropa y ya había pasado de moda la que conocíamos. Al día siguiente vine a Tucumán, mi papa se alegró mucho pensando que si ya venía yo seguro lo largaban a mi hermano. El tiempo lo fue desgastando, murió joven, de un infarto. Mi mamá fue más política e ingresó a Madres. Mi papá llevaba por dentro la bronca el dolor, la esperanza de que si he salido yo cómo no iba salir el otro”.
Donde esté tu hermano
El final de la dictadura encontró a Lucho con la necesidad de seguir militando y fueron las Madres, la suya y las de todos, las que le marcaron el camino. “Estuve casi un año con libertad vigilada, pero después de los primeros meses ya me di cuenta de que los militares no me iban a volver a meter preso, ya no estaban en condiciones, entonces empecé a acompañarla a mi mamá a las reuniones de los familiares. Ver tantas madres, tantas mujeres con tanta fuerza, me empezó a dar ganas de nuevo de seguir militando. Antes de morir, mi mamá me dijo “mirá Lucho, vos no dejés de ir a ningún acto porque ahí está tu hermano”.
Volver a La Escuelita
Lucho cumplió su palabra y nunca dejó de ir a las marchas y actos. Así se acercó a La Escuelita el día que la declaraban sitio de Memoria y desde entonces participa de las actividades del Espacio, guía grupos de estudiantes o visitas en el recorrido e integra el taller de danza folclórica.
“La Memoria, la Verdad y la Justicia es una lucha permanente aunque muchos no aparezcan. A pesar de que fue medio duro volver y ver todo, las semanas que no vengo extraño. Ahora me hace bien. Ahora vengo pero porque yo quiero“.
La historia de todos
El Espacio para la Memoria y la Promoción de los Derechos Humanos “La Escuelita de Famaillá” se ubica entre las calles Bartolomé Mitre y Benjamín Matienzo de la ciudad de Famaillá. De lunes a viernes ofrece talleres para toda la comunidad y recorridos guiados por el ex centro clandestino de detención con el acompañamiento de su coordinadora y de las docentes del Espacio. Para consultar directamente con los Equipos que trabajan en La Escuelita y coordinar visitas, comunicate a través de Facebook @escuelitadefamailla (La Escuelita de Famaillá) vía mail a: [email protected].
*Consultar: “Las formas de represión política en el teatro de operaciones del Operativo Independencia (Tucumán, 1975-1977)” de Santiago Garaño, especialista en Antropología Política y Jurídica / Estudios de Memoria.