Se acerca el verano y los estereotipos florecen con la misma velocidad que las plantas. Es ahí cuando los ideales de belleza llegan a aplastar todo a su paso y renace un viejo tema de conversación: cómo hacer para “llegar bien al verano”. Bruno Bazán nos invita a reflexionar al respecto.
Cada año, unos meses antes de las vacaciones, sin importar cuál sea el contexto social, político o familiar en el que nos encontremos, renace un viejo tema de conversación: cómo hacer para “llegar bien al verano”. En mayor o no menor medida los cuerpos que descubre la primavera son evaluados por la sociedad, nuestros amigos o por nuestros propios ojos frente al espejo, y entonces algunos aprueban el examen y otros no. La mayoría de los cuerpos se llevan ese examen a marzo.
En las redes sociales abundan las imágenes de personas en gimnasios, parques, plazas y centros de estética, muchas veces esas imágenes van acompañadas de comentarios sobre avances o retrocesos en esa suerte de service completo que buscamos hacernos. La industria de la belleza, desplegada originariamente sobre lo femenino, pero abarcando cada vez más a todo el mundo, afila sus propuestas. El abanico de posibilidades para llegar al verano parece ser infinito. Podemos hacernos drenajes linfáticos, masajes reductores, tomar pastillas para bajar de peso, arrancar crossfit, hacer dieta o hacer el régimen “anti dieta” que al fin de cuentas parece otro nombre amigable de la misma cuestión. En algunos casos, y para aquellos que puedan pagarlo, pequeñas intervenciones quirúrgicas ayudan mucho a ese cambio corporal.
La cantidad de propuestas siempre parecen tener algo que ver con el bienestar de nuestros cuerpos, pero reflexionando unos minutos podemos ver que no tienen nada que ver con estar saludable, y en algunos casos, algunas propuestas del mercado ponen en riesgo nuestra salud.
¿Cuál es la finalidad de “llegar al verano”? ¿Con qué criterio elegimos cual es el modo correcto de llegar? ¿Qué pasa con los cuerpos que no llegan? ¿Dónde quedan aquellos cuerpos que no quieren o no pueden someter el cuerpo al régimen del verano?
Si dejamos de lado los cuerpos, creo que todos podríamos estar de acuerdo en que el bienestar durante esta estación está relacionado con las vacaciones, el descanso, el disfrute de alguna pileta, lago o playa, o los viajes que nos saquen del tiempo y espacio por el que circulamos durante las otras tres estaciones. Pero cuando a esos deseos, planes y actividades le sumamos los cuerpos se nos impone una lista de ideas sobre cómo deberían ser. Entonces el cuerpo que nos sirvió todo el año para vivir como cada uno vive, no nos sirve para meternos al agua durante el veraneo.
Llegamos a internalizar tanto los criterios de belleza del mercado, de nuestra cultura, o de nuestros padres, que consideramos indispensable que para meternos en la pileta es necesario eliminar alguna/s partes de nuestros cuerpos y, si esto no fuera posible, maquillarla, cubrirla y editarla en las fotos.
Aquellas personas que ni siquiera intentan modificar su cuerpo, esos que allá por octubre saben que “no llegan al verano”, están ahí, aquí, al lado de cada uno de nosotros. Están en la pileta, adentro, exponiéndose a la mirada crítica de aquellos que sí se sometieron al disciplinamiento de los cuerpos. Muchas veces también están fuera del agua, con ropa, disfrutando solo una parte de la situación, porque si hay algo que nunca se sabe es de donde vendrá esa mirada que evalúa, pesa y mide nuestro cuerpo. Ese rechazo hacia los cuerpos gordos que hemos internalizado casi por completo.
Que en la actualidad la imagen y los ideales de belleza tienen el primer lugar de importancia en casi todos los órdenes no es ninguna novedad, pero sucede que el mantenimiento de esa jerarquía nos ha convertido a todos en policías de los cuerpos, necesita de todos nosotros para mantenerse como tal. Y con la llegada del verano, vacacionamos de nuestras labores, pero asumimos con más fuerza que nunca ese otro papel que la cultura nos pide.
Los cuerpos que están por fuera de la norma llegaron al verano. Todos y todas llegamos. Porque descubrir nuestros cuerpos, bailar, disfrutar del sol y del agua es un derecho que ninguna industria, ideal o mirada inquisidora debe quitarnos.
Esta nota fue publicada el 4 de enero de 2018