Familiares y amigos de Cynthia Moreira marcharon desde la Banda del Río Salí, para sumarse a la marcha de Familiares Víctimas de la Impunidad, donde el reclamo por la aparición con vida de Daiana Garnica se hizo más que presente que nunca al cumplirse un año de su desaparición.
El martes por la tarde, confluyeron en la Plaza Independencia los reclamos de familiares víctimas de la impunidad. Entre los casos que tomaron protagonismo en la marcha, que se realiza todos los martes con un claro pedido de justicia, estuvo el de Cynthia Moreira, Daiana Garnica, Milagros Avellaneda y su hijo Benicio, y María Ávila.
“Tenemos un dolor tremendo”, comenzó contando Laura, la hermana mayor de Cynthia Moreira, con el megáfono frente a una multitud. “A Cynthia la asesinaron, su cuerpo lo tiraron en una casa abandonada en Villa Alem. Sufrimos muchos durante los dos meses que estuvimos sin saber de ella, hasta que hicieron el ADN. Cuando fuimos a buscar los restos de mi hermana, la Justicia se burló de nosotros, porque nos dio muchas vueltas. Habían enterrado su cuerpo como NN y tuvimos que desenterrarla para poder despedirla. Hoy estamos acá para pedir justicia por Cynthia”, expresó.
“Mi hermana salió de casa el 14 de febrero con una amiga, y no volvió más. La buscamos por todos lados, y no la encontramos. La justicia no hace nada. La amiga no está en la provincia, se fue de Tucumán hace un mes y medio. Ella sabe que le paso a mi hermana. Tengo que perseguir a la policía, vivo metida en la fiscalía y no voy a parar y acá me tendrán todos los martes”, continuó Laura.
La familia de Cynthia marchó desde la Banda del Río Salí acompañados por las amigas y organizaciones sociales, caminaron con carteles y pancartas que llevaban la foto de la joven, para sumarse a la movilización en Plaza Independencia y agregar a los reclamos por justicia, la necesidad urgente de una Ley de Cupo Laboral trans. “Entendemos como urgente esta ley porque las personas trans no podemos acceder a un trabajo digno, por lo cual nos vemos empujadas a la prostitución como único destino. A Natasha la balearon en la misma esquina donde trabajaba Cynthia, nosotras vivimos en un estado de inseguridad constante”, explicó una amiga de Cynthia.
“A mi hermana no me la devuelve nadie. Hoy mi madre no está aquí porque no puede creer lo que le ha pasado y la violencia que ejercieron en el cuerpo de Cynthia quienes sean los responsables. Mi padre está ahí, fuerte, pero con el alma destrozada”, cerró Laura.
Las oradoras fueron todas mujeres, madres y hermanas que transformaron sus vidas en un pedido diario de justicia. “Soy la mamá de Daiana Garnica, ya hizo un año de su desaparición. Estamos todavía con las heridas abiertas, como si no hubiera pasado un día”, relató Susana Cisneros.
En una nota en un diario local, la abogada de Dario Suarez, el único imputado en la causa, dijo que la familia sabía dónde estaba Daiana. “No estamos para hacer teatro”, le respondió Susana, “quisiera que este en mi almohada, que este mi pieza, en mi casa, viendo las lágrimas que derramo día a día, noches sin dormir. Yo creo que ella sabe dónde está Daiana, porque ella está defendiendo a la persona que es responsable de haber entregado a mi hija”.
“Yo no pierdo la esperanza de que alguien tiene a mi hija. Jamás pensé ver a mi hija en ese papel. Quisiera saber dónde está mi hija”. La voz de Susana se quiebra, pero un grito multitudinario la acompaña. “Ni una menos, vivas nos queremos”, se repite una y otra vez.
La hermana de María Ávila, la joven que murió al ser arrojada desde un balcón por su ex pareja, Gabriel Hernán Pérez Soto, expresó su dolor y la empatía que siente con todas las personas que perdieron a sus seres queridos. “Yo quiero justicia, que esta persona no salga, porque nosotras ya sabemos que es el asesino de mi hermana. Está preso en una comisaria, porque en la cárcel no hay lugar”, explicó. “A mí, por hablar y hacerle conocer a todo Tucumán quienes son ellos, me amenazan. No me importa, porque ya la han muerto, porque yo tengo que ver a su bebé llorando. Quiero que todos conozcan la cara del asesino de mi hermana”, denunciaba mientras sostenía una foto en su mano. “Quiero justicia y que no sea tan fácil matar a las mujeres, que no sea tan fácil tirarnos y hacernos creer que somos las locas, que hacemos quilombo. Si tuvo el valor de matarla, que tenga el valor de asumir las consecuencias”, cerró mientras un aplauso colectivo acompañaba su dolor.
Hace 4 años y dos meses desapareció Mariana González. El 8 de marzo de 2014 ella salió de su casa a la capital, pero nunca se volvió a saber de ella, como si la tierra la hubiera tragado, dejando a sus tres hijos. Su madre encabeza la marcha con paso firme. Al momento de tomar el micrófono hable de los hijos de Mariana que aún la esperan. “A mis nietos los llevo a una academia de folclore para que no sientan tanto la ausencia de su madre. A ella le gusta el folclore. El más chico canta, y el más grande toca la guitarra. Abril es más grande. Ellos quieren ir tocando por ahí, cantando y llevando la foto de su mamá, llegar lejos buscándola con la canción. Y esa es la esperanza que ellos tienen, pero no tenemos esperanza en la justicia, porque no hacen nada”, expresó.
En estos días, también se cumplieron 18 meses de la desaparición de Milagros Avellaneda y su hijo Benicio. También es su mamá la que lleva adelante la búsqueda y el reclamo por justicia. “Es un dolor tremendo que llevo yo y su familia, un pequeño de 8 años que espera a su madre, él sabe que se la está buscando, pero ¿qué le digo yo? ¿Qué un infeliz, que es Roberto Carlos Rejas, la hizo desaparecer y la mató? Ahora estoy acá, y todos los martes estoy presente y estaré recordándole al gobierno, al estado, que es responsable de todas las desapariciones. Más policías en la calle, ¿para qué? ¿Para que nos cuiden o nos desaparezcan? Como hicieron con mi hija y con mi nieto. No voy a parar hasta que sea condenado Rejas”, denunció Amalia Ojeda.
La concentración culminó pasadas las 21hs. La sensación de un manto de injusticia e impunidad que opaca la vida de las personas que encabezan la marcha cada martes quedó impregnado en cada una de las personas que estuvo allí presente.