En su segunda semana en cartelera, el film sobre el juicio a las Juntas Militares, dirigida por Santiago Mitre y protagonizada por Ricardo Darín y Peter Lanzani, superó el medio millón de entradas vendidas.
Para cuando este artículo se publique, es muy probable que Argentina 1985 se haya confirmado ya como fenómeno taquillero sin precedentes, en cuanto a la cantidad de entradas vendidas en condiciones excepcionales de exhibición: se presenta sólo en salas cinematográficas independientes ante la negativa de las grandes cadenas multinacionales, disconformes porque Amazon -principal productora de la película- sólo les otorgó tres semanas de exclusividad, cuando ellas aspiraban a un mínimo de 45 días, esto debido al inminente estreno en la plataforma de streaming programado para el 21 de octubre. Mientras tanto, una multitudinaria concurrencia acompaña al quinto largometraje de Santiago Mitre, tras El estudiante (2011), La patota (2015), La cordillera (2017) y la extrañísima Pequeña flor (2021).
El film narra la historia del Juicio a las Juntas ubicando los hechos en dos espacios, el judicial y el doméstico familiar, con los códigos de la narración clásica distribuidos en dos géneros: el drama legal y la comedia dramática de corte costumbrista situada en un hogar de clase media. El tono es didáctico y las más de las veces sobrio, aunque se deslizan unas cuantas frases sentenciosas que subrayan la significación de los sucesos representados. La recreación de la realidad histórica introduce elementos de ficción y un fraseo del flujo narrativo cuyo dinamismo y ensamble nos hace sentir que estamos todo el tiempo en manos de la maquinaria del relato cinematográfico, con sus aceitados engranajes y resortes, y sus precisos efectos emocionales. Nada que lamentar, la experimentación audiovisual sigue teniendo el campo abierto para urdir sus complejidades; esta vez la linealidad de la trama está puesta al servicio de la accesibilidad del gran público en su reencuentro o encuentro con un momento fundamental de la historia argentina contemporánea. Una película de esas clasificables como “políticas” con resultados en favor de lo político, lo cual resulta algo paradójico en el corpus de la obra de Santiago Mitre, cuya opera prima, El estudiante, resultaba antipolítica porque presentaba la política como el reino de la tranza, al menos en la territorialidad de un cierto sector. Tal vez esto da para hilar más fino con respecto a las inclinaciones ideológicas del realizador, sin dejar de tener en cuenta el maniqueísmo de trazo grueso de La cordillera, otra película suya explícitamente política.
En su conjunto, en Argentina 1985 las reglas del juego son las del periplo del héroe, tal cual lo trazó Joseph Campbell en su libro El héroe de las mil caras (1949). En este caso, el héroe en construcción es el ignoto funcionario del Poder Judicial Julio César Strassera, que –en contra de su voluntad- es arrancado de su mundo cotidiano para convertirse en fiscal en el proceso contra los jerarcas del ejército que gobernaron durante la última dictadura cívico militar. En ese tránsito, con la ayuda de aliados y colaboradores, se enfrenta a todo tipo de presiones y amenazas, hasta alcanzar un desenlace decisivo para el provenir de la comunidad. En este recorrido, los hechos reales se transfiguran en un orden que sigue paso a paso el esquema canónico del relato cinematográfico industrial. No obstante, el tallado de ese heroísmo no juega en favor de la teoría de los dos demonios, porque es una talla que asciende al calor de las causas, razones y acciones del Juicio a las Juntas, en el marco de un particular clima de época. Y, por supuesto –pese a quien le pese- no se trata del heroísmo de un atribulado presidente.
Ricardo Darín y Peter Lanzani aportan exactitud actoral en el desempeño de los roles protagónicos principales (el fiscal Strassera y Luis Moreno Ocampo, respectivamente), al tiempo que pulsa con fuerza propia la vigorosa naturalidad de Alejandra Flechner, como la esposa de Strassera, y la radiante veteranía de Norman Briski, como Russo. Por su parte, la figura de Javier, el hijo de Strassera, en su doble función de comic relief y Pepe Grillo infantil con respecto a su padre, hace que el verosímil rechine bajo el peso de la recargada agudeza que el guion de Mitre y Mariano Llinás le adjudica al niño, pero el personaje impone su muy calculado encanto sostenido por la fresca desenvoltura del actor Santiago Armas Estevarena. Este personaje, junto con el equipo de jóvenes que asisten a Strassera, es una clave en la identificación formulada para el público juvenil, a la vez que hace de eslabón entre el espacio de la vida familiar y el de la acción institucional, introduciendo ciertos elementos en la instancia decisiva como un recurso retórico totalmente ficcional incluido en el alegato final del fiscal.
La figura de Alfonsín es resguardada por el fuera de campo, en contraste con la ostensión de la responsabilidad del gobierno peronista en ese ensayo de exterminio que fue el Operativo Independencia, personificada en un Luder que se niega a reconocer la letal semántica de la palabra “aniquilación”. A quienes objetan la no inclusión del papel que jugaron las Madres de Plaza de Mayo y otras organizaciones, habría que invitarles a guionar el extenso producto que cubriera –cual mapa que coincidiera con el territorio- la totalidad de agentes sociales que intervinieron en ese tramo histórico fundamental que abonó a cimentar la lucha por la memoria, la verdad y la justicia. Todo relato implica focalización, y en la puesta en foco –como es bien sabido y hay que recordarlo- siempre hay algo que queda fuera. En todo caso, hay lecciones de historia contadas en historias.
La reconstrucción de época es minuciosa, mientras que la relación de aspecto cercana al formato de pantalla cuadrada recrea con sentido testimonial la imagen del registro televisivo de la época. Al respecto, cabe recordar que, por presiones de los militares y sectores de poder, el Juicio no se pudo transmitir en vivo por televisión. Sólo se emitieron tres minutos diferidos de cada audiencia, sin sonido. En cambio, sí fue transmitida en vivo y directo por radio y televisión la lectura de la sentencia. La televisora estatal grabó todo el transcurso del proceso judicial que forma parte hoy de nuestro patrimonio histórico audiovisual. Elementos de ese material de archivo está inserto con total fluidez y pericia técnica en la textura visual del film.
Mientras que la representación de los estragos provocados por la brutalidad dictatorial ha ido a dar en el cine argentino de ficción a una acentuación donde lo dramático bordea lo abyecto, la película de Mitre se permite un uso del humor que bascula el horror descripto por los testimonios en las secuencias del juicio con momentos de comedia, construyendo un balance con efectos de distención que aporta en este caso a la motivación didáctica. Esta operación de articular la intensidad dramática de un descenso a las oscuridades de lo humano con movimientos humorísticos –recurso que puede provocar el rechazo de quienes juzgan inapropiados los instrumentos de la comedia en el abordaje de sucesos históricos lacerantes- cuenta con sólidos antecedentes en el cine, entre los que basta con nombrar a M.A.S.H., el gran film de Robert Altman, de 1970. La creación artística no debería ceder al imperativo de la grave seriedad como régimen estético para la representación de los “grandes temas”.
También hay quienes han apuntado hacia el detalle de la ausencia del INCAA en la producción de la película, con total injerencia de la plataforma Amazon Prime y capitales privados, lo cual es materia de preocupación habida cuenta de la expansión del poderío de las plataformas de streaming y las condiciones de realización que imponen, en particular las consecuencias de esto en el tratamiento de temas de la realidad histórica nacional. En realidad, no es sino otro capítulo en la tensión constitutiva del cine como industria cultural, entre el trabajo del arte y las exigencias mercantiles, una puja que atraviesa toda la actividad cinematográfica desde los orígenes del modo de producción industrial en el campo audiovisual. El mismo cine se ha ocupado de narrar esta tensión, en filmes tan notables como El desprecio (1963), de Jean-Luc Godard, junto con las permanentes polémicas que la cuestión genera, entre las cuales ha surgido ahora la discusión en torno a la gravitación de las grandes corporaciones del streaming. Además del debate en torno a la aplicación de gravámenes impositivos sobre las plataformas multinacionales y la determinación de cuotas de pantalla en favor de producciones nacionales, la inquietud acerca del tratamiento de la realidad nacional por parte del conglomerado de servicios de streaming es inquietante en sí misma, porque la alternativa parecería estar en un control de aduana o comisariato cultural que regule la producción de contenidos referidos a esa realidad, como si de lo argentino debieran ocuparse sólo los argentinos en el campo de la creación audiovisual, suponiendo que ello fuera garantía de rigor y calidad.
Más allá (o más acá) de las inquietudes proteccionistas -en tiempos de monstruos, violencias y negacionismo- no está para nada mal que en Argentina 1985 las reglas del espectáculo industrial pavimenten, “renunciando a toda pretensión de originalidad”, el camino hacia ese instante en el que el alegato del fiscal Strassera provoca en las salas cinematográficas el apasionado aplauso de la platea, al citar en su cierre una frase que sobre todo hoy debe seguir perteneciendo a todo el pueblo argentino: “NUNCA MÁS”.
Excelente nota. Es apasionante recorrer la enorme cantidad de análisis de esta película, desde lo estrictamente técnico como el uso del formato o el manejo de los planos en las escenas de “Tiempo Nuevo”, hasta lo claramente político como en qué medida la película refleja la soledad de Alfonsín o el papel del peronismo, el juicio (o no) a la izquierda revolucionaria y el papel de Strassera durante la dictadura. Esta nota aporta también lo suyo, fundamentalmente crítica cinematográfica pero sin desentenderse de la importancia política de este hecho artístico. Muchas gracias.