Del 14 al 17 de mayo en Bolivia se llevará adelante el Tercer reencuentro plurisexual “Fronteras Transfeministas, cuerpos racializados, territorios anticapitalistas”, en donde participarán activistas de Argentina, Perú, Chile, Bolivia y Brasil. Desde La Nota dialogamos con Edgar Solís Guzman, miembro del Movimiento Maricas Bolivia, una de los espacios que organizan este encuentro.
Edgar es migrante quechua, nació en Oruro pero vive en La Paz desde hace más de 15 años. Se nombra como “pobre, indio y maricón”, haciendo esa torsión de sentido que vuelve el insulto en reivindicación política.
¿Cómo surge el Movimiento Maricas Bolivia?
Desde hace quince años, en el Movimiento Maricas Bolivia desarrollamos experiencias de comunicación política situada —en radio, literatura, audiovisual, gestión cultural— desde nuestras indianidades disidentes. No buscamos representar a todos, hablamos desde nosotras mismas, desde un posicionamiento encarnado, interseccional, indio y marica. Nuestro movimiento interpela la vivencia de las sexualidades en las comunidades indígenas, pero también la experiencia urbana de quienes migramos desde esos territorios. Cuestionamos las costumbres impuestas naturalizadas, la institucionalidad LGBTIQ+ centrada en las grandes ciudades, y proponemos otros modos de existencia.
¿Cuándo te sumaste al Movimiento Marica Bolivia? ¿En qué situación está el activismo en el país ?
Soy parte de este movimiento desde su inicio. A lo largo del tiempo, hemos generado rupturas y discusiones sobre los cuerpos y las subjetividades desde una política de la indianidad, que entendemos vigente como resistencia frente a una sociedad boliviana que sigue aspirando a la blanquitud hegemónica. Esa aspiración reproduce una colonialidad contemporánea que intenta borrarnos. Aunque el Estado Plurinacional reconoce desde 2009 a 36 naciones indígenas y derechos de las disidencias sexuales, el racismo y la violencia persisten, igual que la homo, lesbo y transfobia. La ley puede estar escrita, pero no siempre se traduce en transformaciones en la vida cotidiana.
En Bolivia existen otras instancias LGBTIQ+, como el Colectivo LGBT de Bolivia o la Coalición de Organizaciones. Estas han logrado avances legales importantes, como la Ley de Identidad de Género (807) o el artículo 14, parágrafo II de la Constitución. Pero como en otros países, las leyes no alcanzan. Persisten asesinatos a compañeras trans, violaciones correctivas, violencia en las escuelas. Nuestra lucha es por desmantelar la mentalidad colonial, que reproduce binarismos, la heterosexualidad obligatoria y el racismo estructural. No basta con leyes si la colonialidad sigue vigente.
Nosotras venimos de comunidades rurales, de ciudades intermedias, de territorios indígenas. Allí también hay maricas, travas, machorras. Sexualidades disidentes que transitan entre lo comunitario y lo urbano. A veces son integradas, otras violentadas. Pero lo que importa es que resisten. Que activan memorias de sexualidades ancestrales, que existían antes del genocidio, antes de la colonización. Nuestra lucha no busca ser institucionalizada ni validada por la academia o la ciudad: busca abrir grietas desde nombres que nos marcaron para desplazarnos -Q’iwsa, Orkochi, Q’iwa, Qarimacho y Marimacha- y que hoy apropiamos para generar pensamiento y ruptura.
¿Qué expectativas tienen con este reencuentro?
El tercer reencuentro plurisexual —fronteras transfeministas, cuerpos racializados, territorios anticapitalistas— se plantea como una oportunidad para el abrazo entre nuestras luchas. Este no es un espacio de institucionalidad LGBTIQ+, ni gira exclusivamente en torno a reivindicaciones como el matrimonio igualitario. Nosotras, las maricas, machorras y travas de comunidades migrantes, luchamos por la vida cotidiana: por el territorio, por la educación, por resistir la violencia que se activa frente a nuestras desobediencias sexuales. Encontrarnos es reconocernos en otra lucha, una lucha más vital, más encarnada.
Por eso organizamos este reencuentro, después de los realizados en Calilegua y Tilcara. Es una tarea enorme en un contexto de crisis económica en Bolivia, donde sostener el activismo y la gestión cultural es cada vez más difícil. El encuentro se realizará entre El Alto y La Paz, porque entendemos que el deseo marica, las cuerpas disidentes, transitan esa frontera cotidiana.
¿En qué lugares se van a desarrollar las actividades planificadas?
Comenzaremos en el Museo Tambo Quirquincho, antiguo tambo indígena, hoy museo, para hablar de espiritualidades y archivos de memorias maricas, machorras y travas.
El jueves nos trasladamos a El Alto, al Centro de Convenciones Municipal, para discutir sobre literaturas disidentes, y por la tarde a la Universidad Mayor de San Andrés, donde interpelamos el lugar de la academia y exigimos ocupar con nuestros cuerpos, no como objetos de estudio, sino como sujetas de conocimiento. El viernes estaremos en el Centro Cultural de España en La Paz, espacio que también deseamos tensionar desde adentro. Cerraremos el sábado 17 de mayo —Día contra la homo, lesbo y transfobia— con una movilización en El Alto y una plenaria transmitida por radio desde la Casa de las Culturas Wayna Tambo, donde definiremos la sede del próximo encuentro.
Esto será un reencuentro de cuerpas disidentes que viajan, que suben a los Andes, que se reconocen indias y luchan desde esa identidad. Nos reconocemos en nuestras marcas, en nuestras historias, y en el deseo de transformar —aunque parezca utópico— esas dinámicas de violencia que persisten en nuestras comunidades. Porque también ahí se libran las batallas del presente.
Este artículo también fue publicado en Presentes