Ser buen hombre no es suficiente 

Masculinidades

Seis varones universitarios abusaron sexualmente de una joven de 20 años. La noticia generó consternación social y un amplio repudio en medios de comunicación y redes sociales. Pero ¿quiénes son los violadores? Ya sabemos que no son monstruos o enfermos, sino hijos sanos del patriarcado y están en todas partes. Cuando pase la consternación y un nuevo tema cope la agenda mediática, ¿qué vamos a hacer? Sobre todo ¿qué vamos a hacer los hombres?

Una vez más, a días de una fecha importante en la agenda feminista, un episodio de violencia patriarcal vuelve a ser noticia. Seis hombres violaron a una mujer en un auto en Palermo. Los hechos son ya conocidos hasta el hartazgo. 

Avanzamos socialmente cuando entendemos que comunicar esto como una violación en grupo no es lo mismo que decir “manada”. O cuando entendemos que es necesario pensar en la no revictimización y en la protección de esa mujer.  

Avanzamos como sociedad porque la explicación en términos de Rita Segato o de otras tantas autoras feministas llegaron a las redes sociales, de boca en boca y entonces podemos explicar/nos que la violación no tiene que ver con el deseo sexual, sino con un acto de dominación y crueldad. 

Avanzamos unos pasos, y resulta justo y necesario poder tan solo decirlo para poner un paño frío sobre el dolor y el desasosiego que nos produce la violencia patriarcal. Así, brutal e  impune como sucede generalmente. Además tenemos que ser conscientes que todo lo que avanzamos no alcanza, ni a nivel estatal ni comunitario para dar respuesta efectiva a la violencia. 

Ser un buen hombre no es suficiente, no será nunca suficiente, porque son 6 “buenos hombres” los que violaron a una mujer. Y no sabemos si es la primera vez o si será la última, pero lo que sí sabemos es que no son monstruos ni enfermos, sino hijos sanos del patriarcado. 

¿Quiénes son los violadores?

En este caso son jóvenes, algunos universitarios, de distintos barrios de la provincia de Buenos Aires y de CABA. Algunos de ellos estuvieron viajando este verano por el Norte argentino, compartiendo con otros jóvenes. Unas ex compañeras del secundario de uno de ellos comentó que hace unos meses estuvieron compartiendo cervezas en una bar, que jamás se hubieran imaginado algo así por parte de ellos. 

Puede parecer redundante, pero es necesario tener una y otra vez presente que estos 6 hombres no son excepcionalmente o particularmente malos. En el momento en el que acuñamos esa idea los sacamos del “nosotros”, de ese algo que compartimos las masculinidades. 

No puedo dejar de pensar en Hannah Arend y su concepto de la “banalidad del mal”, término que estableció después de entrevistar a Adol Eichman. Luego de sus entrevistas, Arend vio que ese hombre que había organizado y ejecutado un plan sistemático de tortura y exterminio durante el nazismo no estaba loco ni tenia una particular forma de ser, sino más bien era como cualquier otra persona actuando dentro de las reglas de un sistema totalitario. Y entonces pensó que todos los seres humanos, por simples que seamos, somos capaces de cometer atrocidades.

Una forma cultural de ser, una serie de mandatos que los hombres cumplimos de distinto modo y con distinta vara, porque no todos los hombres somos iguales ni todas las masculinidades se habitan del mismo modo, pero sí tenemos algunos marcos de acción que están sellados por nuestra cultura, por nuestra crianza y por los modos de sociabilidad fraterna. Ser hombre en grupo es quizás una de esas experiencias más bisagra de la masculinidad, y más sistemática. 

Y quizás sea momento de esta nota para declarar fehacientemente que no sé cuál es la respuesta ni la salida a estos modos de ser. Y a su vez decir que la única certeza es que hay que dejar de ser hombres, e inventar otros modos de ser. No en un sentido poético, sino concreto. 

Las bienintencionadas propuestas de nuevas masculinidades todavía están lejos de llegar al núcleo de sociabilidad de las masculinidades a secas. Todavía todo suena demasiado a cosmética, a clase media, a universidad y discurso políticamente correcto. Todavía hay un abismo entre lo que se puede desarrollar discursivamente según ciertas condiciones de posibilidad y el resto de los hombres. 

Aceptar que todos los hombres como género performamos prácticas de dominación es un punto de fuga, que creo necesario y valioso continuar indagando. 

Personalmente nunca intenté ser una nueva masculinidad, por ser homosexualidad quedé fuera de ciertos mandatos y expectativas, y por ser activista encontré otros lugares para poner mi cuerpo. Otros lugares para quebrar la muñeca al expresarse, para hablar con mujeres, travestis, trans, lesbianas, maricas y otras identidades tejiendo relaciones diferentes. Para poder llorar, recordar, analizar y salir periódicamente de ciertos modos pautados culturalmente. Y esa salida siempre es notada por los otros hombres.

No he vuelto a ser parte de grupos compuestos totalmente por hombres desde que salí del closet, no me pasó. Tengo una marca que avisa a lo lejos que estoy en otro lado y que no soy fiel a todos los discursos que anudan a los buenos hombres. Tampoco he dejado de ser hombre y de tener privilegios en este mundo en el que también me acompañan algunas otras opresiones. 

Y nada de esta otra realidad en fuga está exenta de violencia patriarcal, sabemos que ese formato cultural de ser hombre se replica también en la diversidad. Pero también sabemos que se abren otros modos, pequeños y artesanales de vivir. Y ese saber puede servirnos para pensar que es posible ser de otros modos y que se necesita tiempo, lugar e interacciones. 

¿Cómo hacer para dejar culturalmente atrás las exigencias de fuerza, destreza, racionalidad, virilidad y éxito que caen sobre los cuerpos que nacen con pene? ¿Cómo educar y militar las lágrimas en cada niño, adolescente y hombre, para poder enseñar a sentir y expresarse de otro modo que no sea violento? Antes de aventurar respuestas, quizás sea necesario que seamos cada vez más las personas que creamos firmemente que hacer esto es necesario, y también que creamos que ser un buen hombre no es suficiente.

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