Lecturas de fin de semana: Mi quimera

PORTADA 18 4

Este texto se trabajó en el taller de construcción de obra de Marea Emocional. Pauli presenta, desde la metáfora de la aldea, la idea de que siempre somos un montón. Somos múltiples formas de resolver la vida y transitarla. Muchas modalidades unidas por un nombre.

RELATO DE TALLER:

Hoy la aldea se despertó en calma. Hay días en que lo único que deseo es esto: sentir la coexistencia de todas mis partes, manifestada en un cuerpo relajado, una mente serena. Pasa que, en la aldea, los cuerpos que me habitan suelen entrar en conflicto. Si uno de ellos se desespera, por el motivo que fuera, se dispara la alerta de derrumbe. El otro día, por ejemplo, tuvimos un conflicto que terminó en un ataque de ansiedad. La Paula niña atacó a la Paula yogui del lugar sin aviso previo, cuando ella comenzaba su día saludando al sol. La infante le tiró del pelo y luego la mordió. Un grupo de Paulas demoró más de media hora en tranquilizarlas.

Hay Paulas que guardan dolores y cicatrices que atraviesan sus pieles y, algunos días más que otros, se les hace demasiada compleja la convivencia. Es que el dolor incomoda y la incomodidad se transforma en enojo que se expande y proyecta hacia cualquier rostro que se acerque.

Paula adolescente también es un poco revoltosa, no la culpo. Probó demasiados platos llenos de exigencias y autoodio, y pocos de los de fideos amasados de abuela. Por otro lado, Pau estudiosa conoce a fondo el éxito, satisfecha con su rendimiento, trajo incontables diez a casa, expectante de la sonrisa orgullosa de su papá. En cada hoja escrita con esfuerzo y confianza, Pau recuerda las “pruebitas” que él le hacía y corregía cuando en la primaria le enseñaba a estudiar.

Hay otro cuerpo que si bien sabe mantener la disciplina —gran aporte para la aldea—, me hincha mucho las pelotas con su constante vigilancia y obsesión. La Paula del gimnasio. Su vida gira en torno a un “debería” y no teme presionar o castigar a las demás. “No creo que sea buena idea comer esto si no vas a entrenar después”,”hoy ya tuviste suficiente de cosas dulces”, “¿segura que vas a usar eso?”. Ella siempre usa calzas cortitas deportivas y tops para lucir su arduo trabajo, o también como recordatorio de lo que todas podrían (y deberían) alcanzar. Lo que ella nunca cuenta es que, detrás de esta clara determinación, se encuentran músculos tensionados, que poco han conocido el descanso.

Existe otra Paula que solo sabe vivir en soledad, le cierra la puerta en la cara a cualquiera que insinue buscar cariño o intimidad. Otra Paula que atesora la compañía y su motor para levantarse de la cama es el calor que emanan dedos entrelazados.

¡Aaaaahh! Y la bailarina…. Su música favorita es el sonido del viento, responde a sus roces abrazando el espacio con su cuerpo. Su vida es juego, tomada con la seriedad de una niña. Sus brazos contornean el aire mientras sus manos dibujan árboles; sus rulos despeinados van en movimiento. Ella sabe dar la mejor descripción de libertad que conozco. Su cintura es capaz de cautivar cualquier mirada curiosa que haya comprendido el lenguaje que va al ritmo de su corazón. Es muy amiga de la reina de la sensualidad de este pueblo, quien es conocida por conseguir todo lo que desea. No se si será por su mirada —con la cual puede congelarte o encender tu cuerpo— o por su determinación, que se desliza desde su habla, y atraviesa todo su torso, hasta la punta de los dedos, para envolver a quien tenga enfrente, tal como esas serpientes que te ahorcan antes de comerte.

Me encanta la Paula que, de todo, crea un juego, incluso de las tareas más aburridas y cotidianas. Sin ir más lejos, ayer salió a hacer trámites con Pau adulta y fueron una dupla excepcional, mientras todo lo que debía hacerse era tratado con la madurez y practicidad necesarias, cada baldosa, rayo de sol y nube pasajera se convirtieron en oportunidades para transformar el día en un recreo de la pretenciosa seriedad.

Ahora mismo guían mis manos una Paula que escribe todo lo que pasa por su cuerpo. Nuestros padres tienen una caja en su cuarto llena de cuentitos, cartas, poemas que ella escribió de niña y, aunque hoy la avergüenzan un poco, confía en sus palabras como si fueran emitidas por cierta entidad divina.

Una Paula decidió tomarse unas vacaciones. La misma siente de manera muy intensa todo lo que la rodea, el mundo penetra por sus poros, alcanzando sus órganos hasta contraerlos. Cambia tanto como el clima, puede llorar retorciéndose en el suelo y, si ve caer una hojita de algún árbol, la contempla con inmensa alegría.

Otra parecida a ella, es una Paula que me regala momentos de conexión tan profundos, que aunque sea por un efímero instante, ella pasa a dominar todo el espacio. Le encantan los rituales: suele agarrar una toalla verde, de esas de Microfibra que no secan un carajo, la extiende en el suelo (preferentemente de tierra) y se sienta. Desde el momento en que su columna se extiende, partiendo del contacto con el suelo firme, lleva hacia toda la aldea una energía expansiva que hace vibrar a todos los cuerpos. A cada respiración (profunda y generosa) atrae más unión, una coexistencia amable entre las Paulas. Abre sus pulmones como las ventanas de un gran hogar y permite que las miradas vayan un poco más allá.
Sin dudas existe una Pau que es una diosa, fuente de energía creativa y poder vital que nos inunda. Lo que tiene de fortaleza, también lo tiene de peligrosa. Se materializa en el desborde, en el caos, en acciones frenéticas e impulsivas capaces de arrasar cualquier cosa o persona que se entrometa. Es la que habita en mis ojos, manos y piernas, la que vibra de manera constante y está lista para actuar y darle al mundo luz y también oscuridad, depende de quién la mire.

Existen tantos cuerpos como sensaciones que me atraviesan, y quiénes son ellas sino memorias vivientes que pujan por contar cada una su historia. A veces duelen, duelen mucho. Cuando emergen voces que no puedo comprender ni explicar mediante palabras, cuando surgen preguntas desde las profundidades y llegan como flechas punzantes buscando algo o alguien que valide su existencia.

Soy Paula y llevo 21 años viviendo en esta aldea. Pasé por tantas transformaciones… al punto de que solo me mantengo unida por el deseo y el trabajo (a veces duro, muy duro) de mis habitantes. Tengo días donde siento que me faltan kilómetros y kilómetros todavía por recorrer, donde no encuentro mi lugar ni entiendo a nada y a nadie. Pero aquí pertenezco, sé que no existe otro lugar posible. Día a día lo seguiré descubriendo.

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