Este relato partió de un poema escrito por la autora. Los versos se hicieron cuento y, además, es parte de una obra narrativa en proceso de formación que Sofi trabaja en los talleres de Marea Emocional. El lenguaje inclusivo permitirá que les lectores inserten a los cuerpos, identidades y géneros que deseen y con los que se sientan a gusto al momento de construir el ecosistema de cuidado y amor que se propone.
Sofia Salatino
CABA, Buenos Aires
En un ecosistema en construcción de seres vivos, dos chiques se encuentran en la punta de una montaña que está a orillas de un lago, en el Sur. Cada une hace su viaje, no se conocen entre elles. Solo han cruzado un par de palabras en el colectivo camino al lugar, sin saber con certeza a dónde están yendo, saben que en algún momento se van a cruzar.
El colectivero canta las paradas que hace: estación El Bolsón, estación camino por Doña Rosa a Cajón Azul. Une de elles decide bajarse, atrás baja le otre también.
Ambxs tienen una cámara analógica con la que van fotografiando lo que observan. Une de elles fotografía cada momento en el colectivo: al colectivero justo cuando está hablando con una señora, a una persona que está adelante abrazando a su hije, a una señora que toca el timbre para bajar, a dos ancianos. Le otre saca fotos a los paisajes, con especial atención en las montañas, las flores y los animalitos que se cruzan en el camino.
Une de elles, la de pelo largo con muchos rulos que se enredaban entre sí haciendo otros rulitos, se detiene y se sienta en la punta de la montaña. Lx otre, que la venía siguiendo, se sienta a su lado y le pregunta su nombre.
—Roma, bah, en realidad me llamo Romina, pero decidí cambiarlo a Roma. ¿El tuyo?
—Aconcagua.
Después, se quedan en silencio, dando lugar a laincomodidad, aunque Roma siente que, en realidad, esos instantes son los más cómodos porque así es cuando más conectamos con otres. Aprovecha y se arma un puchito, sigue sin emitir una palabra, Aconcagua solo mira.
—¿Te puedo robar unas secas del puchito?
Aconcagua sí quiere hablar, pero no lo hace porque Roma está observando muy concentrada a las nutrias, le dan mucha ternura.
Roma le convida un puchito, sin decir nada, y pasan la hora así: en silencio, fumando y mirando todo.
Aconcagua sabe de Roma: que fuma, que tiene el pelo bastante ondulado, que parece no peinarse, que se rapa los costados para que se le formen más los rulos pero eso no le funciona mucho, que tiene muchos tatuajes, que es callade, que conecta desde otros lugares con el mundo, que observa mucho y presta atención a los detalles sutiles y sencillos.
Roma sabe de Aconcagua que su nombre real no es ese, que le gusta tener el pelo muy corto, de color verde llamativo, que también tiene varios tatuajes y dos cicatrices, una en la espalda y la otra en la parte de abajo del pecho, se las vio gracias a la musculosa que lleva puesta.
Aconcagua comienza a sentir en el cuerpo un cosquilleo, no sabe muy bien qué está sucediéndole, lo único que quiere (y desea) es acercarse a Roma, no le importa no saber mucho de elle. Lo hace. Roma la deja acercarse tanto, que elle le roza con sus labios los suyos, como cuando el mar ayuda a una ola (que por momentos se aleja) a volver y transformarse en beso de espuma.
Roma también siente el cosquilleo en el cuerpo ahora. Piensa que es algo contagioso, algo satisfactorio. Algo como el mar.