Lecturas de fin de semana: Del silencio al grito

PORTADA 45

Este relato fue producido en el taller “Narrar mi memoria: narrativas identitarias”, dictado el 10 de agosto, en La Pajarera, para la Escuela de formación feminista para jóvenes líderes Tejiendo Redes, de Jóvenas Latidas. La tarea consistía en llevar un objeto o fotografía representativa de la identidad propia y Agus Yapur llevó un libro de Oscar Wilde. Su relato parte del objeto propio a la palabra pública y relata cómo la lectura ha sido una herramienta de liberación: leer a otrxs, muchas veces, nos permite construir nuestras identidades, cuerpos, géneros porque, al fin y al cabo, la salida siempre es colectiva.

Agus Yapur

En mi vida, lo que me han definido son las obsesiones. Las cosas me interesan o no. Si me conmueven, si me resultan estimulantes, voy a fondo. Y me entrego hasta que no queda nada de lo que fui antes, que tampoco interesa tanto. Nada me tracciona como aquellas puertas que abren otras. Por eso, para mí, la lectura es tan importante. Esos otros mundos se vuelven posibles, se tornan propios.

Antes de él, yo era una adolescente confundidísima. Deprimida y depravada de alimento, afecto y compañía. Mi casa era un bardo. La primera hija que en todo se sacaba diez era lesbiana. En el colegio empecé a entender que el paraíso de dios a las maricas no nos da la bienvenida. No encontraba paridad en ningún lado, toda yo espejaba y evocaba lo monstruoso.

Si pudiera elegir, no elegiría esta vida.
Agarré un cuchillo, frené.

Meses después me choqué con este puto rebelde, un trolazo de epoca que escribía con el filo del cuchillo y la estética del terciopelo. Se les burlaba en la cara a los aristócratas, les cogía los hijos a los duques, organizaba orgías en los hoteles más lujosos. Y me conmovió hasta los huesos, engullí cada párrafo queriendo que me narre. Entendí con él que podía desatar ese nudo en la garganta que me hacía querer morirme, devolviendo la agresión con lo único que yo tenía: el cuento de mi historia llena de fisuras; que tenía que contarla hasta que se vuelva una anécdota de lo que ya no era, de lo que ya no pasaba.

Oscar, el puto loco (y lo llamo por su nombre porque lo siento mi amigo más cercano), me permitió entender que lo gay poco tiene que ver con ser una orientación sexual más dentro de un listado interminable. A nadie le importa tanto con quién cogés. Lo gay tiene fuerza política porque le lleva la contra a lo establecido. Le hace frente a ese marco que inhabilita, que frena, que niega. Ese marco que marca quienes sí son posibles y quienes no deberían ni existir. Me mostró lo incómodo, peligroso y liberador que es encarnar el deseo que nos atraviesa y vivir a partir de él. Fue quien me dió palabras cuando solo era silencio. Nada se parece más a la muerte que lo no dicho. Así, apareció otra figura mía: esta que elije el camino poético y político de ser lesbiana.

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