Durante el mes de marzo, se publicaron relatos trabajados en los talleres de construcción de obra Marea Emocional relacionados con la Memoria, con la Verdad y con la Justicia. Hoy más que nunca, desde este espacio literario, artístico y cultural se produce en pos de recordar que fueron 30.400 compañeres desaparecidos, en pos de dar batalla a un gobierno fachista, machista y negacionista.
Daniela Escobar
Tucumán – Catamarca
No me acuerdo si tenía nueve o diez años cuando entendí qué era la famosa dictadura militar del 76. Habíamos tenido una jornada en el colegio que constaba de una muestra en la galería, preparada por los chicos de séptimo grado. Tenían afiches con recortes de diarios, banderas con la frase NUNCA MÁS y pañuelos blancos en triangulitos con el mismo eslogan. Te acercabas y te explicaban el tema como un cantito aprendido de memoria, chequeando de reojo que la profesora los estuviera viendo porque de eso dependían las ganas puestas en la serenata. Después, te daban un folleto y te invitaban a acomodarte para dar comienzo a la misa por los desaparecidos. A las curiosas nos ponían un poco más atrás en la fila, donde la profesora podía pararse cerca para no dejarnos charlar.
Mi colegio era de monjas, la política no era un tema corriente en las aulas y ni hablar de que un día nos hicieron salir a las calles con carteles en contra del aborto, un tema que nadie nos quería explicar y que silenciaban con un rezá mamita, agachá la cabeza y rezá, por los niños que ya no tienen voz.
Llegué a mi casa en el transporte de Don Luis. Siempre era una de las últimas en llegar porque el señor barbudo que manejaba la combi vivía a dos cuadras de mi casa. Yo lo había escuchado a mi papá hablar de este tema en una de esas conversaciones de gente adulta intelectual de las que nunca podía participar. Pero ese día ya podía, así que entré con folleto en mano. Me acuerdo de verlo al viejo atento a mis reflexiones, con la cabeza un poco de costado mientras se tocaba el lóbulo de la oreja y yo recitaba a todo pulmón: “… el 24 de marzo del 76 empieza el Golpe de Estado, uno de los períodos de torturas más inhumanos de la historia de nuestro país”. Él respiró profundo y me dijo:
—Y sí, amor, nosotros vivimos la dictadura.
— Pero, ¿cómo? Si esto pasó hace 100 años, papá, lo vimos en historia en el colegio.
Todavía me río de la asociación de Historia con siglos pasados y la sorpresa absoluta de saber que la dictadura estaba mucho más cerca de lo que podía imaginar. Me sentí conmovida. La historia era perversa y había muchas cosas que no podía entender. Recuerdo cuestionarlo como si me estuviera mintiendo:
—¿Cómo se van a llevar a la gente así porque sí? Eso no se puede
—Sí podían. No debían, pero podían. Llevarlos y no traerlos más. Arrancarles los hijos de los brazos a las madres del barrio solo porque ellos decidían que tenían cara de pensar distinto. Y por supuesto que muchos pensábamos distintos. Aunque les teníamos miedo, mucho miedo.
La dictadura es un tema de conversación que sigue repitiéndose en mi casa. Mi papá siempre fue apasionado para hablar, como dice él cuando empieza a gritar contando algo que lo emociona, sin darse cuenta:
—No grito, soy apasionado para hablar —le dice a mi mamá cuando discuten que si Hebe de Bonafini o Estela de Carlotto.
Al final, ella un poquito lo sobra con la mirada y ahí volvemos todos a reírnos después de los minutos de tensión y angustia que nos dejan los relatos. La gestualidad de mi papá deja de estar tensa, la piel de gallina va desapareciendo y en sus ojos llorosos los recuerdos de a poquito dejan de proyectar una película vieja.
Él entra en un delirio de maestro de las dictaduras cuando me explica cuestiones políticas de las que yo no tengo idea: atrocidades como el paredón para tapar la parte de la villa que no habían podido eliminar; la historia de los personajes tucumanos que habían tirado en la montaña y que volvieron a la ciudad como pudieron y quedaron re mal de la cabeza; las letras de Maria Elena Walsh, las de Charly Garcia y las de la Negra Sosa
—El rock nacional era revolución, era la música popular, por eso los censuraban y los perseguían. Eran subversivos.
Mi casa siempre fue sede de festejo de la democracia. Al día de hoy, aún viviendo sola, celebro cada vez que vuelvo de votar. Asado, vinito, Patria y familia. Mis viejos siempre nos llevaban con ellos para hacerlo así que la decepción de saber que el cuarto oscuro no era literalmente un cuarto oscuro me llegó a tempranisima edad. Yo era la encargada de lamer el sobre y ponerlo en la urna.
Con los años fui notando que había gestos, comentarios y actitudes de mi papá que se repetían en algunas situaciones. Como el comentario de exclamación y sorpresa por las armas que tenían los militares encargados de cuidar las urnas, darme la mano para entrar en la escuela donde nos tocaba votar, saludarlos sin siquiera mirarlos. Hasta que un día, la historia se me hizo familia y la niña que fui, la que pensaba que la dictadura había sido dos siglos antes, escuchó a su papá contar su propio testimonio. En ese momento yo tenía quince o dieciséis años ya. Me acuerdo que sentí el impacto del relato en el cuerpo. No podía hablar, ni sacarme la mano del pecho, ni dejar de mirarlo. Solo pude abrazarlo y llorar. Otra vez sus ojos estaban con lágrimas y repasando una película, esta vez la suya, la de su hermano:
Era la dictadura del 76, yo era muy chico, creo que tenía 10 u 11 años. Me acuerdo que hacía frío, andábamos todos con ropa de abrigo, así que supongo que era junio o julio. Golpearon la puerta y, cuando atiendo, veo un Falcon verde. Dos tipos se acercaron a hablarme y dos más esperaron arriba del auto. Me preguntaron si lo conocía a Omar y yo de pelotudo les dije que sí, que estaba durmiendo la siesta y que ya lo llamaba. En esa época teníamos que salir a la calle con el documento, así fuéramos a comprar en el kiosco de enfrente. Mi casa era como las de antes, así que tenías que caminar por un pasillo largo para llegar a la entrada. Empujé la puerta y fuí directo a la pieza de mi hermano y le grité para despertarlo. Cuando me di cuenta, los tipos estaban atrás mío. No me dieron tiempo a nada, lo agarraron del brazo derecho y, sin dejar que toque el piso, se lo llevaron así como estaba, en short de dormir y sin remera, hasta el auto que después se perdió en la esquina de casa. No me voy a olvidar nunca del miedo paralizante que sentí cuando le grité “¡Mamá, se lo llevan!”. Ella corría desesperada en camisón, intentando alcanzar a esos hijos de puta y gritando el nombre de Omar hasta perder la voz. Yo me quedé duro como estatua, el susto no me dejaba decir ni una palabra más, ni moverme.
Vos no te imaginás el desconsuelo. Ya era el tercer pibe que se llevaban de la manzana en la semana y a ninguno lo habían ubicado hasta el momento. Omar tenía 16 años y los changos que se habían llevado andaban por ahí, éramos todos de la misma banda. Bueno “éramos”, yo me colaba cuando se sentaban en la vereda a fumar a escondidas o a tomar vino, por eso me dicen Chiri, es de chirimbolo, de chiquito.
Hay cosas que me acuerdo muy poco. Sí recuerdo que doña Maga, la vecina, la abrazaba a la mami que se ahogaba con los sollozos que daba y no paraba de decir que le habían llevado al chango más grande.
Mi viejo después lo encontró. Él sabía que era el director de la escuela el que los entregaba y por qué. Omar militaba mucho, era presidente del Centro de Estudiantes que les obligaron a cerrar y, aunque ya no hacían actividades, los changos se seguían juntando porque eran amigos. Mi papá lo amenazó, con la escopeta lo fue a buscar al hijo de puta que le negó a muerte que él no tenía nada que ver, pero todos sabían que estaba entongado, que él los entregaba a los pibitos. Levantaba el dedo y desaparecían al otro día. Mi papá le dijo que si no aparecía hasta la tarde lo iba a cagar matando. Del papi también se sabía que era más malo que la peste, tenía mucha calle, conocía mucha gente. Un par de horas después lo dejaron en la esquina de la casa con vendas en los ojos.
Omar me contó, muchísimo tiempo después, que no sabe a dónde lo llevaron, que ni siquiera se acuerda haber visto el auto. Dice que seguro le vendaron los ojos antes de subirlo. Apenas arrancaron le dijeron que más vale que respondiera todo lo que le preguntaran. Y le preguntaban por sus compañeros. Por todos, con nombre y apellido.
Dice que lo hicieron bajar en un momento, que le apretaron las tetillas cuando les respondió que no los conocía. Hicieron que se siente sobre un piso de tierra y le hicieron descargas con una picana cerca de las orejas y le gritaron nombres para que él les diera la información. Hasta que, en algún momento, no sabemos cómo ni quién, pero aparentemente se dió la orden de no tocarlo. Ahí fue cuando lo llevaron al barrio de nuevo.
Pasaron unos años más y, en el 2017, cuando yo tenía 18 años, por primera vez marchamos juntos por la Memoria, la Verdad y la Justicia. Cada tanto, yo me daba vuelta para mirarle la cara. Tenía los ojos inquietos y me preguntaba por las nuevas agrupaciones que aparecían con sus banderas y que no podía reconocer. Me contaba sobre las de su época, sobre cómo militaban. A veces reconocía algún nombre o algún apellido, tragaba saliva y caminaba a paso firme y levantaba el puño alto para responder a cada “30.400 compañerxs detenidxs desaparecidxs”: ¡PRESENTES! Ambos tenemos la certeza, sin haberlo dicho en voz alta, de que la Memoria es lo único que nos puede salvar.
En diciembre de 2023, el día que Milei y Villarruel asumieron el gobierno de nuestro país, lo primero que hice fue llamarlo. Escuchar su voz fue suficiente para quebrar en llanto.
—Ya lo resistimos, toca seguir. Y cuando creás que no podés más, acordate de la imagen de las Abuelas paradas en frente de los policías a caballo. Porque, hija, como dijo el maestro Trotsky: “a los fachos no se les discute se los combate”. Siempre acordate de las Abuelas.
Ahora, muy seguido, casi todos los días, cuando sale Adorni a decir algo, cuando hay despidos masivos, cuando desfinancian Cultura, Educación, Salud, cuando quieren por DNU romper la democracia, cuando niegan derechos y leyes, pienso en las Abuelas y en las formas de organizar los próximos combates.