Lanzar una mirada que no se tiene hacia una imagen que no es

A pocos días de terminar la muestra “Mi mundo es todo el mundo” en el MUNT, Aldo Ternavasio coordinará la última propuesta del ciclo de actividades a través de una conversación con su autora, Geli González, reflexionando, a su vez, sobre el germen sembrado por dicha muestra que promete marcar un antes y un después en los modos de producir arte en Tucumán.

Este jueves 31 de mayo, a las 19:30 hs, Aldo Ternavasio convoca a Geli González a conversar en el marco de la última actividad en torno a Mi mundo es todo el mundo. ¿Por qué solamente los cuerpos solidarios derrotan a la ley de gravedad? es el interrogante planteado, en esta oportunidad, por Ternavasio, quien también formó parte del proceso curatorial de la muestra junto a Alejandra Mizrahi.

Textos curatoriales

Breve balance sobre la muestra de Geli González, por Aldo Ternavasio

Esta semana, luego de haber permanecido tres meses exhibida en el MUNT, concluye la muestra de Geli González, Mi mundo es todo el mundo. A lo largo de todo este tiempo se realizaron una serie de actividades relacionadas con la muestra y con la obra de Geli. En todos los casos se trató de diálogos entre artistas. Gabriel Chaile, Verónica Meloni, Javier Soria Vazquez. Estas actividades comenzaron con una charla en la que Alejandra Mizrahi, otra artista y curadora junto conmigo de la muestra, contó el proceso de trabajo tanto con Geli como entre nosotros. Con Geli trabajamos en diferentes proyectos y desde diferentes lugares a lo largo de casi tres décadas (¡estremece un poco sacar esas cuentas!). También lo hicimos con Alejandra, aunque para fortuna de ella, el recuento de años es mucho más generoso. Así que el proyecto de trabajar en una muestra individual de Geli rondaba en nuestras cabezas desde hace mucho tiempo. No obstante, cuando comenzamos, teníamos claro sólo dos cosas: qué no queríamos hacer y que nos interesaba que Geli pueda producir obra nueva. En cierto sentido, la obra que podría haber sido parte de una retrospectiva se convirtió en la materia con la que trabajamos y, por tanto, los movimientos en el tiempo dejaron de ajustarse a órdenes cronológicos. Diferentes capas de pasados comenzaron a mezclarse y a convivir en una duración que retuvo el pasado en la medida en que creaba figuras nuevas de cara al futuro. De alguna manera, es el pasado el que repite al presente y al hacerlo vuelve a recrearse una y otra vez sin dejar de recomenzar. Sobre las vicisitudes de este proceso ya se refirió Alejandra en su charla y, de todos modos, mi maltrecha memoria me impide reconstruir detalles y cronologías.

Sin embargo, hay algunos aspectos de esta historia que me gustaría destacar. El primero concierne a la manera en la que logramos encontrar una dinámica de trabajo que, al menos para nosotros, nos dejó no sólo satisfacciones sino también dos o tres enseñanzas que aún estamos asimilando. Ni la obra ni la propuesta curatorial existían con anterioridad al proceso que los materializó. Digamos que un juego de interferencias hacía que lo que producía Geli se expandiera, como ondas en el agua, en las ideas que le proponíamos. Al hacerlo las empujaba a lugares impensados. Simultáneamente, lo que producíamos nosotros trastocaba el proceso de creación de Geli propiciando mutaciones inesperadas que arrojaban luces diferentes sobre los materiales estéticos que son propios de su obra. En ambas direcciones, el pensar conjunto —ya sea con figuras poéticas o “curatoriales”—, liberó la intensidad de lo anómalo con la que el arte alimenta su capacidad bi-faz de “encantamiento del mundo tal cual es” y de desencantamiento de certezas naturalizadas respecto de ese mismo mundo. De esto, en suma, me interesa una forma de cooperación artística en relación a la producción de la obra y del lugar que esta habrá de ocupar en el espacio institucional.
El segundo aspecto absolutamente fundamental que quiero destacar concierne a la producción general de la muestra. En primer lugar, la decisión de Elina Valladares, directora del MUNT, de Claudia Epstein y de las demás autoridades involucradas en el área: la decisión de repensar el museo como un espacio ya no de exhibición sino de producción artística. Tal decisión supuso adecuar el funcionamiento institucional a esos fines. Creo que, si bien ya se venía viendo esto en proyectos anteriores, en esta oportunidad fue una verdadera apuesta ¬—por una artista tucumana y un equipo de gente—, que señala hacia un camino anhelado durante décadas por quienes de una forma u otra intervenimos en el campo artístico tucumano. Esta anhelada apuesta institucional, no sólo supuso un reconocimiento a Geli González que a mi juicio está plenamente merecido, sino que representa también un reconocimiento y una valorización de las artes visuales contemporáneas de la provincia. No digo que sea el único caso en ese sentido. Coincidentemente, la muestra curada por Jorge Gutierrez de la obra de Rodo Bulacio, fugaz y brillante artista tucumano, inaugurada casi simultáneamente en el Museo Provincial Timoteo Navarro, apunta también en la misma dirección. Y si bien en este caso, el de Geli, hubo una decisión de política institucional, es necesario destacar también, que ésta no surge sin antecedentes que la alimenten. Son tantos que no me atrevo a reseñarlos. Los proyectos autogestionados desde hace décadas vienen sosteniendo espacios de experimentación para las artes contemporáneas creando entrecruzamientos entre artes visuales, teatro, música y literatura, preservando y modelando una sensibilidad artística que hoy parece dar frutos a pesar de la diáspora de tantos artistas jóvenes tucumanos. Por otro lado, Jorge Figueroa, también hace décadas que, desde la crítica, el periodismo, la docencia y la práctica curatorial, brega por la construcción de espacios conceptuales e institucionales para el arte contemporáneo. Ni hablar de aquellos que desde la docencia (universitaria o no) y desde la práctica artística atesoran desde hace años y con una tenacidad muchas veces conmovedora una voluntad artística en una sociedad que no siempre parece desearla y valorarla. Tengo la sensación (quizás excesivamente subjetiva por mi proximidad con el proyecto) que mucho de todo esto convergió en la muestra de Geli y permitió hacer visible mucho de lo que los artistas tucumanos pueden cuando encuentran el apoyo adecuado y las formas de cooperación y alianzas entre ellos que realimentan sus fuerzas.

Y finalmente, pero en absoluto menos importante, quiero destacar otra decisión clave tomada por Geli. Fue la convocatoria a un grupo de artistas gestores y montajistas que llevaron adelante la producción artística resolviendo problemas de toda índole que claramente nos habrían hecho zozobrar a mitad de camino. Esto es especialmente esperanzador para mí, y creo que para Geli y Alejandra también. La profesionalidad y sensibilidad con la que trabajaron Evi Tártari, Sol Rodríguez Díaz, Atilio Orellana, Valentina Becker, Maxi Caram y Dante Martínez Figueroa simplemente valen su peso en oro. Como también lo vale todo el personal del Museo que de una u otra manera intervino en la realización, registro o difusión de la exposición de Geli. Y a esto debo añadir una mención especial a las visitas guiadas organizadas por el MUNT y su Departamento de Educación que permitieron que una gran cantidad de público pueda ver la muestra y encontrar una puerta de acceso al arte contemporáneo.
Geli realizó una exquisita performance el jueves 24 de mayo, comenzando a cerrar el ciclo de actividades. Resta una conversación entre nosotros el próximo 31 de mayo y el cierre de la muestra el 3 de junio, ocasión en que Puro Vinilo (Agustín González Goytia) compartirá su selección musical. La performance mencionada se llama Dos voces y una más. Ahora no puedo extenderme sobre ella. Pero sí quiero concluir con una brevísima reflexión sobre la misma. En ella, Geli organiza un dispositivo en el que dos pavas silbadoras comienzan a emitir su chillido cuando el agua que contienen entra en ebullición. Cuando esto ocurre, Geli, llevando al límite su voz, intenta alcanzar la afinación de las pavas. Es una lucha de cuerpos y energías, las pavas hirviendo, los pulmones, el diafragma y las cuerdas bocales tensándose. Son los cuerpos los que suenan. Suenan, no hablan. Literalmente, vibran. Es la vibración insignificante de donde procede el lenguaje pero que es anterior a él, son las intensidades incorpóreas de donde proceden los cuerpos pero que son anteriores a ellos, es la multitud de cuerpos impersonales de donde procede “el cuerpo individual” pero que es anterior a él. El arte hace subir a la superficie ese hervidero de fuerzas acéfalas y con ellas las miradas van más allá de sí mismas hacia un mundo todavía por venir cuya visibilidad se nos presenta como una escurridiza inminencia a punto de acontecer. Allí, a media voz, en medio de la voz, la voz otra de la obra —que escapa tanto de los cuerpos como de cualquier Yo—, susurra una verdad a la que no le falta nada: un mundo, a medias, puede ser, es, todo el mundo. En ese mundo, la obra de Geli toma cuerpo. Se trata de vivir allí. El tiempo del arte crea en la vida lo que la vida extravía en el tiempo que la crea. ¡Pavada de experimento!

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