Andrés Folch, de 19 años, fue de los primeros soldados en llegar a Malvinas y cayó sobre el final de la guerra, en la batalla de Puerto Argentino, el 14 de junio. Lo mató el mismo misil que a Julio Cao, otro soldado que fue identificado hace apenas unas semanas.
Nació en Tucumán (noroeste), pero vivió desde su niñez en el partido de San Martín, en los alrededores de Buenos Aires.
Esta información y todo el resto de lo que la familia pudo enterarse sobre su hermano menor lo obtuvieron por medios informales. Hasta hoy, el Estado argentino jamás se había hecho cargo de decirles qué había pasado con Andrés.
Fue uno de los 122 cuerpos sin identificar a los que el británico Geoffrey Cardozo enterró bajo la placa “Soldado argentino sólo conocido por Dios” en el cementerio de Darwin una vez terminada la guerra. Gracias al minucioso registro que el británico realizó entonces, más diez años de trabajo de un excombatiente y la investigación de un equipo forense liderado por la Cruz Roja, más de 90 de esos soldados ya tienen una placa con su nombre.
A esta lista se sumó Folch, por lo que restan 29 tumbas sin nombre. En marzo pasado, en un hecho sin precedente, padres, hijos, hermanos, tíos y demás familiares pudieron colocar por fin una flor en esas tumbas identificadas.
Andrés estaba como conscripto en el regimiento de la Tablada y nunca le informaron a la familia que había sido destinado a Malvinas. Tampoco que había caído. Cuando Carmen vio por televisión que los soldados volvían luego de la rendición, salieron a buscarlo por los cuarteles militares. Nadie les dijo nada durante días. La primera certeza la obtuvieron de un suboficial que les dio la mala noticia desde el otro lado de un alambrado. “No lo busquen más, cayó en las islas”, les dijo.
El resto de la historia la reconstruyeron a partir de los testimonios de otros soldados que estuvieron con su hermano en Malvinas y fueron encontrado con los años. Así se enteraron que Andrés -un chico simple que trabajaba en una fundición y hacía jardinería en el Barrio Sarmiento, del partido bonaerense de San Martín, donde vivían- había compartido los salamines y el chocolate que le mandaron en encomienda.
La familia también conserva las cartas que les mandó Andrés desde las islas. En una le pide a la abuela que le prepare el uniforme con el que pensaba volver a trabajar. En otra le dice al padre espera con ansia el asado con el que pensaba festejar con su familia su vuelta a casa.
“Esta misión humanitaria nos ayuda a cerrar heridas. Después de 35 años las familias de nuestros héroes tienen la posibilidad de ser notificadas fehacientemente acerca del lugar donde descansan en paz sus seres queridos”, dijo Claudio Avruj secretario de Derechos Humanos.