Poesía y balón.
Pintaron los colores en la ciudad. Esa ciudad que atraviesa diferencias, a veces de manera tan sutil, ahora dibujada por la belleza del colorido que nos regala el paisaje.
Los altavoces que encuentro para mi paladar conmueven tanto como esas fotos que sostenemos, cuando elegimos salir a transitar el camino, sin la ternura nada tendría sentido. Un par de pintas eslogan la escena, por delante, la vorágine quiere llevarlos puestos. Ellos, continúan motivando las horas. La dignidad jamás fue genérica.
Recorro algunos discos junto a la sensatez del viento, en una mosaica sitiada por pinturitas saludables, desde esos tejidos que me divierten convido el sabor donde ando. Cuando la escasez de garantías juega sus pertenencias, vienen los fundamentos del deseo a cometer su obra, por allí circulan los emblemas de la esperanza.
Las tazas con refrescos no alcanzan. Siempre están los motivos para las remeras, sin esos apuntes, la belleza exigiría la creación de alguna piel, de vastos horizontes para reír. La síntesis de esa camada de sensaciones amerita el reconocimiento de su lenguaje, lo explícitamente plasmado en hechos, las acciones consecuentes a lo que nos aguarda. Si el microclima del fútbol es la ternura, la atmósfera que enmarca su mundo así lo demuestra, esto solo es posible si el origen, su origen, es la poesía, la belleza misma. Existen valiosísimos aportes audiovisuales que destacan la riqueza de maravillas que se desarrollan en este sentir, algunos materiales (destacando la predisposición al tacto de la felicidad), argumentan a dichas obras como testimonios indispensables para mirar, analizar y debatir “…para ir los domingos… a las tribunas hinchando por un ideal…”*. La célebre escena a la que hago referencia, ubica cierta necesidad de palpar el sentir, desde donde emerge. Aunque esta concepción filosófica fue asumida con mayor intensidad desde un tiempo más cercano a nuestro presente, deja en evidencia como fundamento una conducta colectiva. La estética de la belleza se volvía hecho desde la periferia de las posibilidades, la crudeza con la que se expresa la canción de lo majestuoso acudía a los oídos ojerosos de la sociedad capitalista, tan carente de valentía para con el mundo.
Las voces que rondaban el abandono generacional al que había sido expuesto el acto romántico, emergían de un contorno, para aquel establishment de la cultura, extremadamente marginal; “de sumo roce con lo grosero”, la sutileza ya había sido apropiada para la indiferencia. Los cimientos construidos por una generación de genios de la tinta y la música, diezmada por la censura y sus resultados, encontró su continuidad en el fútbol. La esperanza latía hermosa desde lo subúrbico. Se reflexionaba sobre el ser en medio de la tiranía del olvido. Las sobras pensadas portaban un lenguaje temido por las vanguardias del control: el lenguaje de la poesía “… la rutina se olvida, solo existe el templo…”*, ahí la coherencia de la belleza en su armonía más ruidosa, en su música más elemental.
Lo sub o contra como elemento conector o postura de debate ante lo hegemónico, tocaba la puerta a los estereotipos cómodos de la opinión pública, que sintiendo el calor de esos actos comenzaba a plantearse respuestas. Ante el énfasis de las elites privilegiadas de negar o menospreciar lo popular como cultura, en la fase ciudadana de la dictadura de mercado comienza a desarrollarse una operación, quizás de las más macabras, para ubicar estas experiencias en claros intentos por domesticar la conducta socio-creativa. Con lo que sabemos representa la cultura de la domesticación en América Latina, el fútbol comenzaba a ser el lugar indicado para imponer posturas e intereses que sostengan directa e indirectamente dicha dictadura. Aunque los medios para garantizar la desconexión con lo saludable operaban, las propuestas para reivindicar la popular como acto cultural también, y se concretaba; “…algo raro, diferente… algo de los hinchas, todo…” *, hacia su aparición un programa de TV de culto para el mundo fútbol, el documento audiovisual de mayor implicancia en la cultura de la resistencia.
En épocas donde todo se volvía mercancía, la música de lo hermoso se negaba a padecer el olvido, su lugar no era lo horrible. Ante la muestra contundente de fundamentos donde la cruda realidad de un pueblo arrasaba las expectativas, la naturaleza de lo poético atravesaba el terror de la deshumanización, llevando las pancartas más insurgentes en sus bocas. La cultura desde la periferia sacudía el estándar de lo hegemónico en pleno consumismo neoliberal; el margen de lo establecido contenía los fundamentos culturales de una generación que desde el arte la coyuntura popular anuló las intenciones colonizadoras del poder. Resistir es posible solo desde la belleza. El sujeto social para la coherencia de resistir no encajaba, atravesaba visceralmente los parámetros de la inquisición del deseo. El plan sistemático de producción de anti romanticismos en la sociedad neoliberal de finales de siglo XX, se encontraba ante una nueva ebullición de lo a temer, las ansias por perpetuar lo anti bello se encontraba nada más -y nada menos- que ante los argumentos para creer, la utopía latía allí.
En su gran mayoría, los partícipes de estas experiencias provenían de los sectores excluidos y marginados en la fase final del capitalismo salvaje en Argentina. Pintaba así, el acceso no restringido a la desesperanza que iba a conducir a una verdadera catástrofe humanitaria como lo fue el neoliberalismo de los años noventa. El pueblo profundo adornaba su esperanza con los colores de la práctica cotidiana de su felicidad, elegía los paisajes del sentimiento más indispensable para sentirse parte de la especie. La democratización del arte desde la autogestión horizontalizada por la coyuntura aquella, daban inicio a la corriente de juglares urbanos que danzan en cualquier horario sin importarles los atributos bursátiles para sus ganas. Miles de mujeres, niños, niñas y hombres, desde sus más diversas experiencias, transitan la cita con lo majestuoso entre ritmos y canciones celebradas desde lo más profundo de sus vidas. Las murgas más barrosas, las orquestas más roncas calientan los instantes ante la perpleja opinión del frío del desprecio; aunque se practique un negacionismo criminal, el fútbol y la poesía saben entenderse autoalimentando su engranaje vital. La poesía circula por las calles de esos templos que se encargan de “desutopizar” lo mágico entre versos que suenan perfectos. Así, la generación parida desde las márgenes habita los pasillos de las tribunas, vive en las veredas más saludables del porvenir; practica la belleza de manera subversiva, ante todo. Viene entonces de la poesía, practica la coherencia de su belleza, ésta, los parió.
*Película el hincha.
*Cita de “el hincha” de Eduardo Galeano.
*El aguante, programa de tv.