Durante las últimas semanas, L-Gante es noticia por estar privado de su libertad. El artista, que saltó a fama con la cumbia 420, y que fue motivo de admiración por haber grabado su primer tema con una notebook del programa Conectar Igualdad y un micrófono de mil pesos, se encuentra detenido desde principio de junio acusado de privación ilegítima de la libertad agravada por el uso del arma de fuego.
L-Gante es parte de una nueva generación de músicos populares que conquistó al público y explotó en las redes sociales. Como muchas historias de artistas que adquieren fama de modo repentino, los escándalos a su alrededor empezaron a surgir proporcionalmente a sus seguidores en redes sociales. Por este motivo su nombre se volvió el predilecto en los programas de chimentos.
Un exitoso joven marrón, que proviene de una villa, despierta el interés de todo el mundo y actualiza el mito triunfante del pibe que surge de la nada y llega a la gloria. Durante su ingreso a la TV, el cantante generó sorpresa por su elocuencia, un atributo que parece pertenecer solo a las personas blancas.
Si ese joven exitoso se muda de una villa a un country, su vida es mucho más atractiva, y si fracasa se convierte automáticamente en el morbo predilecto. Más allá de los delitos que se le imputan a L-Gante, es necesario reconocer que todo lo que haga un joven marrón y villero, tiene un tamiz particular de representación en los medios.
Los artistas marrones merecen el mismo respeto que los artistas blancos. Pero los acuerdos sociales que tenemos para artistas blancos no se reproducen con los artistas marrones. En el fondo se sostienen prejuicios históricos y un desprecio racista. La noción de éxito, liberal y capitalista, pareciera estar ligada a las personas blancas, como si les fuera propio, natural y hereditario a la vez. Y entonces, como contrapartida, para los villeros la experiencia del éxito parece ser siempre un préstamo, de casualidad o como un estadío pasajero.
Sobre el cuerpo de Tini Stoessel, por ejemplo, no se habla con tanta liviandad ni zaña. Y si bien existieron varios episodios donde el peso de la artista fue un tema de conversación, se replicó hasta el cansancio el mensaje políticamente correcto de la nueva era “no se opina sobre el cuerpo de los demás”.
Sobre la salud y el cuerpo de Chano Carpentier, y sus diversos incidentes que incluyeron varios accidentes de auto siempre se habló con mucho respeto y cuidado. En uno de los últimos episodios las palabras de su madre instalaron durante un tiempo el debate sobre la Ley de Salud Mental de nuestro país.
En el caso de L-Gante, se comenzó a reproducir la noticia de que subió 15 kilos de peso estando en prisión y ello desató los chistes, memes y fotos adulteradas en redes. “L-Fante” fue el hashtag más usado para referirse al cuerpo de un joven de 23 años que está preso y que podría estar lidiando con situaciones de salud mental. La empatía es selectiva, y el humor es la expresión más palpable de esa selección.
En base a estas y otras tantas experiencias de artistas que en su momento de mayor éxito devienen en escándalos y problemas con la ley, podemos ver que las buenas prácticas periodísticas se conocen y se aplican para algunos casos, y se dejan de lado cuando los artistas son marrones, de las villas y populares.
Y estas palabras no buscan ser una defensa de la persona Elian Angel Valenzuela, ni de sus actos que deben ser juzgados. Tampoco busca construir una víctima marrón, porque sabemos que en todos casos habitan varias aristas en una persona y su devenir, de ahí la necesaria mirada interseccional para pensar los asuntos actuales.
Se trata de decir, un poco en voz alta, que se nota la incomodidad cuando los villeros marrones como L-Gante ocupan escenarios, tapas de revistas y country. Y que mucho más se nota el goce de algunas personas en el fracaso de esos pibes, porque “un fracaso” individual reafirma el prejuicio racista, ese universal negativo que se tiene sobre los marrones.