Conocí a Mariana Moyano en 678, el programa al que llegué por Jorge Diorio, a él lo tenía de los primeros debates de Gran Hermano. Para los jóvenes de esa época cada panelista era un personaje con atractivo particular, eran como los power rangers del periodismo.Había algo muy entretenido en el ejercicio de desmentir y en la pelea cuerpo a cuerpo contra las tapas diarias de Clarín y La Nación.
La periodista rubia-por ese entonces no le había puesto nombre, me parecía demasiado seria y menos simpática que las otras. Recuerdo que pensé -desde mi mirada adolescente- que era profesora de historia porque sus aportes tenían temas y nombres de otra época y otros contextos. Tiempo después del auge de 678, ya lejos de la TV, volví a encontrarme con Mariana, a leerla y a prestar mucha más atención a sus aportes. De algún modo ella siempre se las ingeniaba para aparecer y poner en un juego un color distinto en los ya trillados asuntos de la política argentina. Y esa distinción no respondía a un snobismo ni a un autobombo de periodista soberbio sino más bien a la condición necesaria para ir un poquito más allá o un poquito más acá en el tema de agenda.
Otra Mariana, amiga y comunicadora, me mandó el enlace de Anaconda con Memoria. Entre solo a ver quienes estaban haciendo un podcast con tamaño nombre y me volví a encontrar con ella. Escuche dos programas seguidos. Y luego todo el resto.
Me volví fan de Mariana Moyano sin darme cuenta, sin rendirle culto a su persona y sin conocerla. Cuando me enteré que mi amigo trabajaba con ella y con Ernestina en la radio lo primero que hice fue pergeñar un plan maquiavélico para ir a la puerta, fingir naturalidad, saludarla e invitarla a tomar una medida de whisky. Nunca lo hice. Lo segundo fue ponerme a disposición para ir a hablar de algo vinculado a Tucuman, a sabiendas que con Mariana podríamos empezar hablando del limón y terminar hablando del peronismo en muy pocos minutos. Casi sucede pero no pasó.
Me quedé con una lista extensa de preguntas para hacerle, porque su lectura de la coyuntura política es exquisita y, aunque no esté de acuerdo en muchas cosas, es admirable el esfuerzo por repensar aquellos aspectos que muchos otros han dejado de lado hace tiempo. Encontré una cálida madurez en sus planteos y siempre creí que también algo muy generacional y vinculado a su identidad de género. Voy a guardar esas preguntas y no pienso hacerle a nadie más, porque eran exclusivamente para ella. Para la rubia de 678, para la trabajadora talentosa e incansable, con muchas ideas y análisis, con pasión por el periodismo y por la Argentina.
Estoy seguro que cientos de personas recordaran sus clases, apostaría en dólares a que alguien hoy se está topando con su libro “Troll S.A” y mucho más a que el algoritmo va a hacer miles de oyentes caigan en la locomoción ondulatoria de su Anaconda con Memoria.
Voy a extrañar mucho tu voz Mariana, pero no solo eso y no solo yo. Vamos a extrañar la capacidad de envolver con tono pausado, de invitar a una argumentación como quien invita a un gran banquete, de describir con prolijidad y justicia poética los manjares para luego condimentar fuerte con una pregunta, una idea o un encono que mueva y suba aunque sea un poco la vara. Gracias por tanto Mariana, hasta pronto.