La realidad del acoso callejero es tan cotidiana que hombres y mujeres la hemos naturalizado. La práctica de decir cosas en la calle sobre los cuerpos de las mujeres tiene un trasfondo cultural que necesitamos revisar. En la Semana contra el Acoso Callejero, conversamos con tres mujeres y sus experiencias transitando el espacio público.
El acoso callejero está presente desde siempre. No recuerdo haber participado activamente en una situación de acoso a mujeres, pero si recuerdo que estuve presente, sentado en una esquina, viendo como amigos o compañeros decían cosas a las mujeres que pasaban. Recuerdo la risa en grupo y ese total desinterés por las caras de fastidio que expresaran esas mujeres.
Debo confesar también que durante algunos años me pareció un tema menor, no lo veía como un modo más de violencia contra las mujeres, creía que no les pasaba a todas o que en realidad era una cuestión de la sensibilidad de cada mujer. Derribar la naturalización machista sobre este tema me llevó años, porque el dejar un lugar de comodidad y privilegio es un ejercicio continuo, que siempre tiene sus idas y vueltas. Entiendo que el acoso callejero es nuestro, de nuestra sociedad, porque lo viven la mayoría de las mujeres, lo ejercen la mayoría de los hombres y todos participamos, aunque mas no sea mirando para otro lado.
Fue el transcurso como estudiante universitario la etapa en el que afiancé lazos de amistad con mujeres, y empecé a escucharlas de otro modo. De alguna manera, creo que mi orientación sexual me permitió presenciar charlas que comúnmente eran espacios “solo de mujeres”. En esas charlas pude percibir la sistematicidad del acoso callejero, y entender como esa violencia genera una cantidad de sufrimiento innecesario, y que además vulnera el derecho constitucional de la libre circulación.
Del 7 al 13 de abril, en distintas partes del mundo se lleva a cabo la semana internacional contra el Acoso Callejero, con el objetivo de visibilizar esta realidad. En nuestra provincia Acción Respeto Tucumán realiza una jornada de conecientización en la plaza San Martin a partir de las 18hs.
En una charla con tres mujeres: Bernarda (28), Einath (26) y Milay (27), les realice dos simples preguntas que cada persona que duda sobre esta realidad podría hacerle a las mujeres que las rodean.
¿Recuerdan a qué edad fue la primera vez que sufrieron acoso callejero?
Bernarda: Recuerdo de niña, a los 8 años, yo iba a la primaria del colegio San Javier. Volviendo a la casa de mi amiga había un tipo sentado en la vereda que se estaba masturbando. Mi amiga me dijo “ese es el sátiro”, era conocido en la zona de que el cada tanto se sentaba a masturbarse en la vereda, y había que cruzarse de vereda.
Siendo un poco más grande, pero aún en la primaria, un chabón pasó en bicicleta, sacó su pene y me lo mostró.
Cuando fui a la escuela Bellas Artes, en ese momento quedaba en la calle Buenos Aires, entre Rondeau y Bolivar, hubo muchas denuncias de abusos. Muchas se bajaban del colectivo en las calles General Paz o San Lorenzo. Había un tipo que las esperaba y las manoseaba cuando bajaban del colectivo.
Einath: El acoso callejero es tan habitual que no tengo recuerdos exactos de cuando comenzó. Lo que sí sé es que es constante, todos los días, día de por medio, siempre alguien dice algo.
Un día a la siesta, alrededor de los 12 años, cuando recién me dejaban salir sola al centro fuimos a comer hamburguesas. Cuando volvíamos pasó un tipo al lado y veo que mi amiga se ríe, y cuando miro el tipo había sacado su pene y lo estaba mostrando. Esa fue la primera vez que vi un pene en mi vida, y no me gustó nada.
De chica había todo un discurso, machista y naturalizado, en torno a esto. Me decían “que frígida, te han tocado el culo, ya está”. A mí no me parecía, y quedaba como ortiva, como frígida. Ahora entiendo todo, porque sentía lo que sentía.
En esa época te preguntaban “qué tenías puesto”. Yo todos los sábados voy a almorzar con mis abuelos. Una vez caigo con un mono, un enterito corto, porque hacía un calor tremendo, y mi abuelo me pregunta “¿así has venido?, después no te quejes cuando te digan cosas en la calle.” Todo esto está tan naturalizado que mi propio abuelo reproducía esa idea.
Milay: Me acuerdo que alrededor de los 14 años, cuando iba a colegio, salía por la av. Mate de Luna esperando el colectivo para volver a mi casa. Me acuerdo que usaba delantal. Un viejo que venía andando en bicicleta se frenó enfrente mío y dijo “que ganitas de chuparte la ura”. Haciendo un sonido con la boca que no me olvido más. Yo me puse nerviosa, me dio pánico, el tipo vio mi cara, se rió y se fue.
¿Recuerdan cuándo empezaron a reaccionar ante éstas situaciones?
Bernarda: En el colectivo. Recuerdo que tuve dos situaciones. Hay un tipo que se sube al 102, a veces desde la facultad de Filosofía y Letras o desde el centro hasta yerba buena, siempre está con equipo de gimnasia, con camiseta de boca generalmente. Se sube y nunca se sienta, a veces hay asientos vacíos pero no se sienta. Se para cerca de mujeres, se tapa con su bolso y empieza a tocarse. Lo vi por primera vez durante el secundario y luego cuando estaba en la facultad volví a cruzármelo, una amiga mía lo enfrentó.
Hace poco yo también lo encaré, le dije a una chica que estaba al lado “tené cuidado que ese chabón es un pajero, siempre hace esto de masturbarse aquí en el colectivo”. Me temblaba la voz, tenía ganas de llorar y la gente me miraba como si estuviera loca, el tipo se puso pálido, tocó timbre y se bajó.
La segunda situación fue un domingo cuando iba en el colectivo 102, al lado pasó otro colectivo de la misma línea y charlaron un rato. Cuando arrancó, en esos segundos que pasaron yo me iba peinando y al pasar por la ventanilla el chofer me dijo una obscenidad muy fuerte. Yo me puse como loca, tomé la patente del colectivo, y cuando fui a la estación a renovar el abono, le dije al hombre que me atendió lo que había pasado y me dijo que él no podía ayudarme, que tenía que hacer una nota y llevarla a la calle Cuba.
El otro día me llamó mucho la atención porque di exactamente la vuelta a la manzana haciendo compras. En ese circuito de cuatro cuadras fueron seis chabones los que me dijeron cosas, y yo a la mañana salgo de babucha y pantuflas. “Hola mi amor”, “besito”, “bes”… el de la moto, el que pasa en el auto.
Empezamos a contestar más, pero la elección de contestar depende de cómo es tu día. Porque estas tan violentada desde que salís a la vereda que, si 5 tipos te dicen cosas en 2 cuadras, imagínate con la energía con la que arrancas el día. Hay días que los contestas y días en los que te quedas callada y decís “no escucho nada”. Y también hay veces que te callas por miedo, porque a veces los tipos responden y te insultan y agreden más.
Einath: Empecé a reaccionar hace poco. Mi primera reacción fue hacer oídos sordos. Sin auriculares no me movía, porque era desesperante. Después fue salir un poco más tapada. Aunque finalmente termino por no importarme nada lo que digan de mi ropa.
Hace tres años, por las Piedras y Buenos Aires, había diareros que siempre me decían cosas. Una vez los encaré y les dije “qué mierdas me decís, pasó todos los días por acá, estoy harta de escucharte”. Todo el mundo se dio vuelta a mirarlo, y fue la primera vez que sentí que yo no era la loca por hacer eso.
El acoso es constante. En los boliches me tocaron el orto y nadie me creía, el portero del edificio donde vivía me decía cosas. Y hasta el día de hoy cuando paso, ya no me dice nada, pero me mira de modo lascivo.
Milay: Cuando empecé a cursar la facultad, una vez antes de salir de casa agarré una banana para merendar en el camino. En ese momento no tenía presente que las mujeres no podemos comer banana en la vía publica. Cuando subo al colectivo, la línea 4, desde que me subí en Crisóstomo y salta hasta la facultad, había un grupo de pendejos de secundario diciéndome cosas. Todo el camino me iban diciendo “petera”, de distintas formas. Cuando esto pasó, en el 2009, ni siquiera yo había dimensionado esto como violencia. Intentaba reírme, contarlo de modo gracioso, porque era un modo de procesar ese momento. No hay ninguna esquina donde no haya habido acoso callejero, en todos lados pasa. La única esquina en la que no pasa es aquella en la que no hay hombres.
La realidad del acoso callejero es tan cotidiana que hombres y mujeres la hemos naturalizado. La práctica de decir cosas en la calle sobre el cuerpos de las mujeres tiene un trasfondo cultural que necesitamos revisar. El resultado de esa práctica es el privilegio de haber pasado la pubertad y adolescencia sin estar expuesto a la sexualidad de los tipos que muestran el pene, se masturban o dicen obscenidades a las niñas, y el privilegio aún presente de poder camina solo por la calle sin tener miedo a sufrir algún ataque sexual. Me gustaría cerrar esta nota con palabras de Bernarda, e invitar a todos y a todas a aprovechar esta semana para hablar del tema con amigas, amigos, familiares y compañeros de trabajo, solo el escuchar y pensar todo de nuevo nos permitirá empezar a transformar la realidad:
“A mí me encanta caminar y andar por la calle. Muchas veces, en esas noches de verano que son hermosas para caminar, esperé media hora un taxi para hacer 3 o 4 cuadras, porque sé que no las puedo caminar sola de noche. Nosotras sabemos que hay lugares y horarios en los que literalmente no podemos caminar solas. Algunas veces cuando vienen amigos varones a cenar a casa, y se van caminando a las 2 de la mañana pienso en esa diferencia, y me digo que suerte!. Te pueden robar, sí, en todos lados, pero por lo menos no vas con el miedo constante a que te violen”.