El 8 de noviembre se celebra el Día Mundial del Urbanismo, fecha instituida por el argentino Carlos María della Paolera en 1949, con el objetivo de reconocer y promover el papel de la planificación en la creación y manejo de las comunidades urbanas.
Según Zaida Muxí y Joseph Maria Montaner (2011), “el urbanismo nació y se desarrolló como disciplina práctica de intervención sobre el territorio, para ‘ordenarlo’ con el fin de organizar el funcionamiento de la ciudad y el acceso a los bienes y servicios colectivos de sus habitantes y sus usuarios. Pero, también expresó desde sus inicios una vocación de transformación social, de mejoras de calidad de vida de las poblaciones más necesitadas, de reducir las desigualdades.” Ellxs mismxs agregan que “esta vocación política ha ido desapareciendo de gran parte del urbanismo actual”, naturalizando así los efectos perversos del capitalismo especulativo dominante con efecto directo en las ciudades, y por lo tanto en la vida cotidiana de quienes viven en ellas.
En este marco propongo una breve reflexión sobre la ciudad de San Miguel de Tucumán, capital de una provincia que, por su exuberante vegetación, yungas, ríos y montañas, fue reconocida como el “jardín de la república” y, aunque cueste recordar, la ciudad capital acompañaba esa descripción. San Miguel de Tucumán cuenta con el parque más grande del norte argentino, y hace algunas décadas la arquitectura colonial contrastaba con la de estilo moderno y junto a algunos edificios “altos” configuraban las calles, donde lapachos y naranjos sombreaban el caminar. La vereda y el microcentro eran lugares de paseo y de socialización. Había mercados y en la calle no costaba encontrar estacionamiento. Las plazas eran lugares de esparcimiento. San Miguel de Tucumán era una ciudad en expansión pero aún así bastante amigable para sus habitantes. No era perfecta, pero con el paso del tiempo tampoco floreció. Por el contrario, perdió la calidez, el verdor y la calidad edilicia que complementaban al jardín del país.
Con los años, las lógicas capitalistas tomaron las riendas del urbanismo, la ciudad se concibió como un producto más del sistema económico, y San Miguel de Tucuman no fue la excepción. El mercado inmobiliario encontró en la provincia más densamente poblada del país una oportunidad de expansión lo que marcó la llegada de las “pajareras” al vergel: los edificios en altura fueron una excelente inversión para la clase adinerada, pero una pésima vivienda para sus inquilinxs. Con la idea de “modernización” contemporánea uno de nuestros barrios más populares e históricos sufrió un proceso de gentrificación1, y en ese marco tuvo que despedirse del mercado de Abasto para dar la bienvenida a un hotel de origen extranjero. Sin embargo, ese edificio corrió con más suerte que otros: el Cine Parravicini se derrumbó llevándose tres vidas, para dar lugar a un estacionamiento de autos, la imponente casa Chavanne fue demolida para construir en su lugar un edificio en altura, y el Ex Banco Francés desde hace poco tiempo representa un nuevo vacío en el microcentro tucumano. Estos son solo algunos ejemplos de los muchos que podría mencionar.
En el jardín también hubo poda. Los árboles de varias peatonales se reemplazaron por pérgolas metálicas, y en el parque Avellaneda por la falta de mantenimiento de años anteriores, la gestión municipal decidió retirar varios árboles luego del desplome de un Eucalipto que hirió a cinco niñxs que jugaban en el sector.
A esta falta de mantenimiento no solo la padecen los árboles en la ciudad. Las veredas resultan intransitables para quienes van a pie y mucho más para quienes tienen alguna discapacidad física, cuidan infancias o acompañan adultxs mayores. A esto se suma la falta de señalética o su mal funcionamiento, que convierte la vida del peatón en una aventura de alto riesgo. En consecuencia, las personas que pueden reemplazan la movilidad de a pie por otras opciones: quienes tienen acceso a un vehículo privado se adhieren a calles cada vez más embotelladas, quienes hacen una apuesta por la movilidad sustentable se desplazan en bicicletas y su experiencia poco satisfactoria visibiliza la falta de infraestructura para este medio de transporte y la mayoría utiliza el transporte público, un servicio que en Tucumán, se padece debido a la mala calidad en el servicio que ofrecen los empresarios del sector y el estado de sus paradas. La calle ya no es el lugar de encuentro y mucho menos de paseo, las calles tucumanas se han convertido en un lugar solo de paso, que si se puede evitar, se evita. Esto, sumado a la monofuncionalidad y la falta de mixticidad2 en los usos de algunas zonas favorece a la inseguridad, problemática que en nuestra ciudad se intenta combatir con mayor presencia policial y vallado de parques.
Frente a esta ciudad degradada, hay una clase social que decide y puede instalarse fuera de la capital a los pies de las yungas tucumanas, allí donde el negocio inmobiliario es capaz de ofrecer un nuevo tipo de vivienda, dentro de un barrio cerrado que casi siempre se presenta como proyecto urbano, pero no es más que un simple proyecto inmobiliario cuyos costos de funcionamiento terminan perjudicando a la ciudad.
San Miguel de Tucumán ya no es hoy el jardín que supo ser, y tampoco fue capaz de adaptarse adecuadamente a los cambios y necesidades de su sociedad compleja y diversa. El capitalismo voraz y la falta de gestión pública no fueron ni son capaces de ofrecer a lxs ciudadanxs mejoras en su calidad de vida.
Frente a este contexto, y con la intención de construir ciudades amigables, sostenibles, accesibles e incluivas, desde el urbanismo feminista proponemos dejar de pensar las ciudades a partir de las actividades productivas funcionales al capitalismo, para empezar a (re) pensarlas desde las actividades reproductivas y de cuidado que son, en definitiva, aquellas indispensables para el sostenimiento de la vida. Proponemos poner a la vida de las personas en el centro de las decisiones urbanas, y hablamos de las personas en plural, porque nos referimos a todas ellas atendiendo a las diversidades etarias, étnicas, de género, físicas y económicas, con la intención de incorporar la variedad y no crear falsas hegemonías. Se trata de considerar que todas las personas utilizan los espacios de forma diferente y con distintas finalidades: por ejemplo, un adolescente con todas sus capacidades físicas utiliza la plaza para ciertas actividades en horarios y días distintos de los que puede elegir una mujer adulta mayor que se desplaza con la ayuda de un andador; sin embargo el espacio público debería a través de su diseño y equipamiento posibilitar el correcto desarrollo de las actividades de ambxs usuarixs.
Promovemos un tipo de vida urbana que garantice a las personas ciertas capacidades y elecciones para promover su autonomía; cada habitante debe, por ejemplo, poder elegir cómo desplazarse de un sitio a otro, en qué horarios y qué recorrido tomar, sin que ello se vea coartado por factores como por la inseguridad, la falta de accesibilidad o de transporte público. Militamos por “otra” planificación, una que tenga en cuenta la experiencia cotidiana de lxs habitantes. En este sentido resaltamos que no siempre son necesarias grandes inversiones, muchas veces basta con pequeñas acciones mejor pensadas: un banco en la sombra, un baño público, o espacios seguros que permitan a los individuos ser vistos y/u oídos.
Desde el urbanismo feminista no pretendemos que las ciudades se estanquen en el tiempo o no se transformen, por el contrario, sabemos y reconocemos que somos seres sociales y temporales, por ello es que defendemos ciudades que puedan contar su historia para desarrollar el sentido de identidad y pertenencia en una ciudad que nos represente realmente.
Entendemos que no existen fórmulas mágicas ni universales para construir ciudades, pero sabemos que todas las urbes necesitan transformaciones, adecuaciones y mejoras, como así también viviendas diversas y asequibles. Exigimos que las intervenciones urbanas se nutran de la diversidad y la complejidad, y que la práctica sea interdisciplinaria sobre la base de un urbanismo de abajo hacia arriba.
Como tucumanas sabemos que nuestra ciudad tiene potencial para ofrecer mejores condiciones de vida a su población. Valoramos todas aquellas obras que apuntan a la integración socio urbana, como así también a la valoración y preservación de nuestras reservas naturales. Es por esto que en el día de la fecha, y a la luz de una nueva gestión encabezada por una mujer, las urbanistas tucumanas feministas nos encontramos expectantes. Nos resulta inevitable preguntarnos: nuestra nueva intendenta ¿tendrá mano verde? ¿Florecerá nuevamente el jardín?.
1 La gentrificación sucede cuando un proceso de renovación y reconstrucción urbana provoca el desplazamiento de los habitantes más pobres de las áreas de intervención.
2 Llamamos zonas o calles monofuncionales a aquellas que ofrecen sólo determinadas actividades por lo que tienen días y horarios de mucha concurrencia y otros días y horarios de poca o nula. Este tipo de espacios no contribuyen a la ciudad como espacio de encuentro, conocimiento y reconocimiento. En contraste la mixticidad de usos garantiza la mixticidad social y ayuda a evitar problemas urbanos como la segregación y la inseguridad. Como ejemplo en nuestra ciudad podemos citar la zona bancaria y el predio de la Quinta Agronómica.