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La sección “Encuentros abiertos” del Festival de la luz convocó a cinco fotógrafos y fotógrafas a participar en la sede tucumana, entre ellos, Jorge Augusto Cruz. Desde La Nota te invitamos a conocer su trabajo, concebido desde una perspectiva tautológicamente autobiográfica y en contra del estigma social que aún resuena alrededor del VIH.
“La serie eme jota erre veintidós cero cinco mil novecientos noventa y cinco se trata de un proyecto creado con carácter de estudio abierto porque es un proceso que continúa y posiblemente se sostenga en el tiempo, en el mío”, dijo Jorge Augusto Cruz sobre el trabajo que presenta en el marco de Encuentros abiertos del Festival de la luz, albergado por las instalaciones del Museo de la Universidad Nacional de Tucumán.
Proyecto MJOCR22051995
El título de su trabajo sugiere una sistematización arbitraria para el lenguaje oral que usamos al comunicarnos en estos confines del mundo (sin ánimo de problematizar sobre la naturaleza de cualquier lenguaje que predispone un código arbitrario desde su concepción) porque incluso el mismo Augusto lo deletreó y combinó los número con la lógica del calendario a la hora de nombrarlo. Un nombre. Los nombres dan origen a la identidad de cada objeto o fenómeno percibido por los sentidos de las personas, pero hasta que los asociamos a ello permanecen en el plano de lo desconocido. “Esta sigla -que combina sexo binario (masculino o femenino), nombre, apellido y fecha de nacimiento- utilizan en el sistema sanitario nacional para identificar a un portador o portadora de VIH+, con el ánimo de no revelar su identidad, puesto que se trata de algo que suscita violencia y discriminación generalizada en nuestra sociedad, pero esta fuerte condena cultural parte, básicamente, de la ignorancia”, explicó Jorge para La Nota.
“Cuando me diagnosticaron VIH dejé de saludar a la gente con un beso por el desconocimiento que tenía acerca de la portación de este virus. Llegué al aislamiento por miedo a contagiar. Fue muy triste e innecesario. Inmediatamente comencé a registrar ese momento con fotos y, luego de informarme adecuadamente, dejé de lado todo sentimiento de malestar, al punto que hoy me siento empoderado y llevo una vida saludable como la de cualquiera. Derribar el prejuicio contra el VIH es una tarea de todos y todas. Ojalá llegue el día en que todas las personas que transiten el diagnóstico, lo vivan lejos de la ignorancia y la estigmatización social. Para ello, queda un largo camino por recorrer y eso involucra primerísimamente a las políticas sanitarias públicas”, agregó.
⇒“¿En quién pensamos cuando hablamos de VIH?”, por Bruno Bazán en La Nota
El azar que no parece azar
“Para esta oportunidad hice una selección de diez fotos, algunas tienen una doble exposición y fueron el resultado de un accidente, puesto que usé una película que había sido usada previamente con fotografías que me tomaron cuando tenía cinco años. En este sentido, me llevé una doble sorpresa. Primero, porque cuando las retiré del laboratorio no tenía idea que habían sido usado antes y, segundo, porque el contenido visual de las imágenes tenía una correspondencia muy fuerte con el presente; siendo muy pequeño me diagnosticaron síndrome de Silver-Russell y, desde los 2 hasta los 12 años, viajé constantemente a Buenos Aires, pasando largo tiempo en el Hospital Garraham, lugar donde me tomaron muchas fotos. La película que mencioné contenía fotografías hospitalarias y sin saberlo -al menos a conciencia- volví a usarlo en medio de un hospital, pero luego de todo un recorrido y bagaje interior que antes no tenía. De todos modos la coincidencia me pareció muy fuerte”, reflexionó el fotógrafo oriundo de San Pedro, Jujuy.
Resiliencia
“La doble exposición resignifica el material y también la percepción de vida que tengo hoy. El trabajo completo se aleja de la pulcritud técnica, de los marcos tradicionales y montajes en papel de algodón; las imágenes tienen ruido y también se alejan de la nitidez magistral que uno o una espera encontrar en un salón fotográfico, porque se trata de una serie de decisiones que potencian los contenidos. También trabajé con recursos digitales y el resultado fue la combinación de ambos soportes con un tercer recurso que es una flor real, colocada en una instalación al lado de la pared que sostiene las fotos. El día de la inauguración, la flor estaba recién cortada y atravesando su máximo esplendor en el momento previo. Pensé en ella con la intención de hacer una metáfora sobre la vida; se irá marchitando. A su vez la instalación dispone un sistema que permite un goteo en negro, jugando con la idea de una herida abierta. Este tipo de flor se marchita alrededor de los treinta días de cortarse de la planta, que es el tiempo que perdura la muestra. Cuando la flor marchite completamente, el goteo terminará y lo efímero de su existencia quedará al descubierto y en total evidencia”, finalizó Cruz quien actualmente reside en Buenos Aires y cursa la Licenciatura en Fotografía de la UNSAM, dirigida por Juan Travnik.