Durante dos meses, cuarenta cocineras y trabajadoras comunitarias de distintos territorios participaron en una formación que fue mucho más que un taller de comunicación digital. Fue un espacio para compartir historias, escuchar con atención y construir juntas. Porque hablar de comida, en este contexto, es hablar de hambre: del hambre que muchas han sufrido en carne propia y que hoy enfrentan desde sus territorios, transformando ollas comunes en trincheras de solidaridad.
La crisis alimentaria en Argentina, agravada por las políticas de ajuste del gobierno de Javier Milei, golpean con fuerza a los sectores más vulnerables. Los comedores y cocinas comunitarias, que siempre han sido esenciales, están ahora al borde del colapso. Las recetas de ayer no son las mismas de hoy: los guisos se hacen con lo mínimo indispensable, con los ingredientes que las organizaciones logran conseguir o con las migajas que el Estado les reparte. Mientras la inflación descontrolada y los recortes en los programas sociales despojan a miles de familias de una alimentación digna, las cocineras comunitarias resisten, organizadas y con amor, para que ningún plato quede vacío.
El trabajo en una cocina comunitaria requiere mucho más que ingredientes. Una olla, agua, leña; pero también buen humor, empatía, responsabilidad, previsión y creatividad. Las cocineras desarrollan habilidades indispensables como la organización, el diálogo y el ingenio para cocinar con lo que hay. En sus manos no solo se preparan alimentos, también se maceran ideas y se construyen lazos. Ninguna comida obtiene su sabor solo de sus ingredientes; hay algo en el afecto, en el trabajo compartido, que transforma cada plato en un acto de resistencia y esperanza.
Para muchas de estas mujeres, cocinar fue una necesidad desde niñas: alimentar a sus hermanos o a sus hijos cuando las urgencias apretaban. Algunas empezaron a trabajar a los 12 años y aprendieron como pudieron. Ahora, cocinar es también un acto político y comunitario. Durante el taller, escribimos un recetario colectivo que recoge no solo secretos de cocina, sino también historias de vida, lucha y aprendizaje. Las cocineras compartieron sus saberes, sus estrategias para resolver problemas y su capacidad de adaptarse, siempre con la firme convicción de que alimentar a otros es un derecho que no debería depender de un contexto de carencias.
La comida en comunidad es mucho más que alimento. Es el punto de partida de una organización social y política que trabaja por un futuro más digno y justo para todas las personas. Entre risas y lágrimas, entre recetas y sueños, se cocinan las ideas que darán sabor a un mundo mejor. Comer es un derecho, y estas mujeres están en primera línea para defenderlo, día a día, en cada olla.
Este proyecto fue posible gracias al apoyo de Meedan, con el trabajo de la Cooperativa Tropa Circa y La Nota Tucumán, con la participación de Mauro Gatti, Ayelén Cabo, Sol Osorio, Carlos Juárez, Milagro Mariona, Guadalupe Rearte, Bruno Bazán, Mariana Rodriguez Fuentes, Kikín Díaz, Lala Sosa y Estefanía Cajeao. Agradecemos a Julio Rasuk, Santos Discépolos y al Sindicato de Canillitas por el apoyo al proyecto. Al Frente Popular Darío Santillán por el compromiso y la participación y cada una de las mujeres que participaron del espacio.