Un paseo en bicicleta por el Parque 9 de Julio se transforma en una mirada profunda sobre los márgenes, los derechos sexuales y laborales y sobre los debates que interpelan a la sociedad.
Me enteré por una historia de instagram sobre un incendio en el Parque 9 de Julio. Entre al enlace de Twitter con un video de pocos segundos. Me dormí. Durante la jornada del sábado estuve pensando en eso. “¿Estará todo quemado?”. La noticia no parece relevante en este contexto.
Hace unos días compré una bici. En una ciudad donde los paros de colectivos duran semanas, la compra pasó a ser de primera necesidad. Para estrenarla decido salir al parque un día sábado, no sé con claridad qué está prohibido y qué no este fin de semana. Llevo la cámara en la mochila y mi D.N.I. Dejo el celular cargándose. Le digo a mi pareja que si no vuelvo en una hora llame a Milagro. Ella sabe qué hacer en estos casos.
-No puedo creer que estamos teniendo está conversación.
-Ya sé, yo tampoco, pero me pueden llevar, no sé – le digo.
Llego al parque rápidamente. Vivo cerca, pero no voy seguido. Sin bicicleta ni razones para ir por esa zona hacía meses que no entraba. Había poca gente, pero no estaba desolado. Lo primero que hice fue ver a quienes estaban comprado café en los bares del parque, algunas personas sentadas un poco incomodas en canteros, otras esperando de pie el pedido.
Los hombres que limpian autos estaban ahí, ahora parecían ser mucho más que antes. O quizás son la misma cantidad pero hay menos gente y resaltan más.
Di una vuelta hasta encontrar la zona quemada. Un poco más de una cuadra de pasto quemada en el pulmón de la ciudad. Veo un carro de cartón a media cuadra, 3 personas acomodando el cartón en el pequeño carro. Y a lo lejos veo a 3 policías.
Decido sacar la cámara pero tengo miedo, estoy con una bici nueva y una cámara de fotos. Siento que me ven, guardo la cámara y arranco nuevamente.
En el medio me cruzo con una mujer. Sus ojos estaban perfectamente maquillados, tenía barbijo y una botella de agua. Me saluda y me dice que hace mucho calor.
Sé que está en busca de clientes, sospecho que me habla porque me vio pararme y andar despacio en la bici. Me miro las manos y me doy cuenta que no tengo nada con la bandera del orgullo.
– Buenas tardes, sí, hace mucho calor
– ¿Qué haces dando vueltas por aquí?
– Vine a sacar fotos a la parte quemada
Acelero, no sé qué decir. A la media cuadra me acuerdo de AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina), de las redes, de hacer algo. Paro en la esquina para pensar. No puedo pensar mientras estoy andando en bicicleta, hace años que no me subía a una.
Me acuerdo del debate sobre abolicionismo y trabajo sexual, hace poco hablé con una amiga abolicionista. ¿Qué le digo? “¡Hola como andas sos trabajadora sexual o prostituta? Acercarte a tal que te puede ayudar”. ¿Qué certezas tengo, en qué puedo ayudar? Cuando levanto la mirada veo que un hombre venia rápidamente en mi dirección, tengo miedo al robo, arranco de nuevo.
Doy una vuelta al parque para ver si la encuentro de nuevo. Me cruzo con otra mujer que estaba en la búsqueda de cliente. Era de día pero el aire del parque tenía más noche que todas mis noches de cuarentena.
Me acerco a una zona y veo filas de autos estacionados y unas familias paseando. Me meto contramano en una calle y veo que los autos estacionados estaban ocupados. Hombres, sexo y sexo entre hombres. Sospecho que el parque mantiene viva la homosexualidad de los `80.
Me distrae la situación, doy una vuelta esperando ver que más había allí. Veo de nuevo una posta de hombres que lavan autos y un niño jugando solo frente a un árbol.
No encuentro mucho más que eso. Y recuerdo que estaba buscando a esa mujer para decirle algo. Dí dos vueltas y no la encontré. Intente pasear por el parque un rato más, simplemente andar en bici. Pero ya no podía seguir ahí.
Vi los márgenes de la sexualidad en el Parque 9 de julio a plena luz del día, y no pude dejar de pensar en las personas que habitan esos márgenes. Y no entiendo como es el ejercicio ciudadano de ver y no ver todo el tiempo.
Me quedé con ganas de acercarme y preguntarle algo a la esa mujer de voz cálida y ojos perfectamente maquillados. No me gusta charlar con extraños y no tenía nada muy concreto para ofrecerle, pero creo firmemente que siempre se puede hacer, aunque esta vez recordé tarde esa creencia.
Vi a estas mujeres paradas en la esquina, cerca de la policía y de familias. Y me da miedo el pensar cómo la policía debe estar “cuidando” el lugar y cuánta plata o sexo les debe estar sacando a estas mujeres. Cuán lentos son ciertos debates morales en comparación con la existencia concreta de estas personas.
Y vi a estos hombres en autos, explotados de deseo sexual, padres de familia quizás, y no entiendo como todo sigue así, como en un eterno retorno de lo mismo. Morbo, represión y negación. Todo tan a la luz del día pero sin ejercicio de derechos sexuales, ni ejercicio de derechos laborales.
Fui al parque porque creí que iba a encontrarlo devastado por la quema. Y encontré la quema, pero no era tan grande como pensé, y encontró todo lo otro. La realidad siempre más compleja que las fotos que sacamos sobre ella.