Lo dichos homofóbicos de Carlos Tevez generaron gran repudio e incluso le valió una denuncia ante el Inadi. En el día en que el Apache podría jugar su primer Superclásico en su tercer ciclo en Boca, algunas reflexiones sobre el rol de la familia, la heterosexualidad y la violencia, por Bruno Bazán.
Esta semana se viralizó un vídeo en el cual Carlos Tevez, uno de los jugadores de fútbol más conocidos y queridos de nuestro país, habló sobre sus tareas como padre en la crianza de su hijo Lito, dejando a la luz algunas ideas homofóbicas.
El apache, como lo apodaron hace ya varios años, siempre fue buscado por los medios de prensa. Su procedencia humilde y su personalidad espontánea son condimentos atractivos, mucho más en el ámbito del fútbol donde suelen primar las entrevistas acartonadas con frases hechas. Tevez no acostumbra a esquivar las preguntas, sean de índole personal, deportiva o políticas, su frescura y transparencia están siempre a la orden del día.
Cuando el periodista deportivo Gastón Recondo le pregunta si su hijo es consciente de la vida que lleva adelante su padre, Carlitos cuenta como hace para no dejar de tener los pies en la tierra, y en este caso con respecto a Lito. Es en ese contexto en el que desliza la siguiente frase: “A Lito lo llevo al barrio conmigo. Es chico todavía, pero imaginate… La madre, los abuelos, el único varón, ¿viste? Si no lo llevo al barrio a que le den un par de cachetazos, está ahí de doblar la muñeca”. Recondo, hábil e indulgente entrevistador, intenta moderar las palabras de Tevez diciendo que el futbolista quería evitar que su hijo sea “frágil ante la adversidad”, a lo cual el futbolista responde reafirmando el sentido de sus dichos: Tevez quiere un hijo heterosexual y cree que forma parte de su responsabilidad de padre que así sea.
La heterosexualidad se define como el deseo sexual por las personas del género distinto al que uno siente. Si bien es una de las múltiples formas que puede tomar nuestro deseo, en nuestra cultura durante mucho tiempo pareció ser la única forma correcta. Ser heterosexual se vio como el modo legítimo y natural de vincularnos sexual y afectivamente.
Podemos ver esos modos de nuestra cultura si recordamos la gestación, el nacimiento y los primeros años de algún bebe en nuestra propia familia. Apenas se divisa un pene en la ecografía, se comienza a desplegar una serie de discursos y prácticas sobre la vida de ese niño, sus primeros años serán dominados por el color celeste y sus variaciones.
Instantáneamente imaginamos cuál será su futuro y como llevará adelante su vida. La abuela que quiere al primero nieto varón porque va a continuar con el apellido (no importa que la ley de registro del nombre ya haya cambiado). El padre que sueña con transmitir las mismas prácticas de recreación, que sea del mismo club de fútbol que él. La madre que empieza a averiguar junto a otras madres de hijos varones para saber todo lo referido a la crianza de niños, porque no es lo mismo que tenga pene a que tenga vulva. Y si él bebe patea mucho, seguro será jugador de fútbol, porque ese es un sueño familiar mucho más aceptado que el que sea bailarín de danza clásica.
Si bien la mayoría de las personas creen que la heterosexualidad es algo natural, las tareas que la familia y la cultura lleva adelante para que los niños sean heterosexuales se parecen mucho más a una aceitada fábrica industrial que a la tranquilidad de la pachamama. Recordemos ahora, nosotros, los varones, ¿a qué edad nos preguntan por primera vez si teníamos novia? Mi primer recuerdo es de los 5 años de edad, un tío que cada vez que me veía me preguntaba si ya tenía novia.
Que los niños y las niñas tengan casa, comida y cuidados forma parte de las tareas explicitas que deben llevar adelante los adultos a cargo. Pero, además de estas, existen otras responsabilidades. Que sean heterosexuales forma parte de esas tareas implícitas que la cultura patriarcal destina a los padres.
Alguna vez la psicología pensó que podía dirigir el deseo de las personas para reafirmar la masculinidad en los niños y la feminidad en las niñas, eso llevó a que miles de profesionales torturen a niños y niñas intentando eliminar aquello que los muestre como posibles migrantes de la patria heterosexual.
Esas viejas ideas quedaron rondando en nuestro sentido común. En el caso de los niños, por ejemplo, un gesto afeminado, un ademán o un juego con muñecas, es motivo suficiente para que alguna persona de grupo familiar se alarme y busque fomentar actividades y prácticas masculinas para contrarrestar el peligro. Sucede que no se puede enseñar ni direccionar el deseo. Por eso, la fábrica de heterosexuales en realidad no genera hombres a los que les guste las mujeres sino produce identidades atravesadas por la violencia, resaltando una masculinidad particular, que todos conocemos como machos. Y sometiendo a las otras masculinidades a la carrera por llegar a ser un macho.
Carlos Tevez quiere ser un buen padre, y esa paternidad necesita que su hijo también sea macho. Los machos son buenos y exitosos, los machos pueden besarse entre ellos si es que llegan a ser lo suficientemente machos para que nadie dude de su orientación sexual. Incluso algunos machos afirman que pueden tener sexo con otros hombres y seguir siendo machos, porque la identidad se desprende del deseo afectivo sexual, y transmuta en violencia, en modos de opresión que van desde la sutil mirada que se burla de la femineidad hasta las palizas a hombres homosexuales a la salida del boliche.
No se pena exclusivamente la orientación sexual, sino el alejamiento de ese ideal de macho. Es muy posible que en muchas familias se llegue incluso a aceptar la homosexualidad, pero se siga rechazando a los afeminados. Por ello Tevez, y muchos otros jugadores de fútbol, pueden tener apasionados besos en la boca con Maradona. Ambos son tan machos y exitosos, y que ahí en la cima pueden aflojar las clavijas de su masculinidad y besar a otro hombre sin que el mundo lo reproche.
El amor de los padres por sus hijos muchas veces puede ser un modo más de opresión y causar grandes dolores. Ojalá Lito nunca escuche las desafortunadas declaraciones de su padre, ojalá ningún joven sienta que debe preguntar: “Papá, ¿a quién debo besar?”. Ojalá todos los niños puedan crecer en libertad, con educación sexual, el amor y la protección de sus grupos familiares.
Es necesario cuestionar a todas las personas que crean que los varones necesitan ser más violentos en la infancia para ser buenos hombres en la adultez. Los varones que fueron criados a los golpes no son ni más ni menos heterosexuales gracias a ellos, en el peor de los casos son hombres más violentos. Los gays que recibimos burlas, insultos y golpes no abandonamos la homosexualidad luego de ello. Ser hombre y heterosexual no puede ser un pase libre hacia la pedagogía de la torpeza.
Cuando una celebridad habla por fuera de lo políticamente correcto, hablan muchas personas a través de ella. Retomar esa vieja expresión de muñeca quebrada y hacerla parte de una pedagogía de igualdad resulta mucho más interesante que solamente repudiar a Tevez, a quien solo le pediría algo más de memoria y empatía, que recuerde que el mismo fue discriminado y que entienda que su labor como padre no será medida por la orientación sexual de su hijo.