Ando pensando en la verdadera revolución

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Este relato fue escrito y editado en el taller Marea Emocional. Fati inicia el camino de la reflexión en voz alta, esa reflexión sobre el cuento mismo, hablando de la amistad. De sus amigas salta el charco a este construcción vincular y otro charco hacia lo político, lo colectivo y lo revolucionario. Quizás, la verdadera revolución la tenemos al lado nuestro y es cuestión de abrazarla

Fátima Magdalena Lencina

Estoy en un pueblo que se llama San Antonio, en la provincia de Jujuy, Argentina; en una casa vieja hecha de adobe y no llega la internet. El pueblo es muy pintoresco, hay muy pocas casas, por la plaza pasa un arroyo y lo más interesante es que a su paso llena una enorme pileta pública que está a un costado, ahora en invierno, no tiene agua y sirve de guarida. Ahí hay tres pequeñas jugando con un elástico.

Justo llega un mensaje de mi amiga que está en España al grupo que tenemos con otra amiga, que es de Salta, pero vive en Tucumán, y que desde hace un tiempo está inactivo. Solo, cada tanto, alguna manda un mensaje. Lo armamos al tiempo de conocernos por casualidad y trabajo, en un lugar remoto y pobre de San Miguel de Tucumán, la Costanera.

Todes tenemos un grupo de WhatsApp de tres, aunque digan que dos están bien y tres son multitud. Nosotras no somos multitud y estamos bien. ¿Qué onda los grupos de tres personas? ¿Funcionan? Busqué en un blog información y encontré respuestas de las más interesantes. El usuario AG dice que “Siempre y cuando esas tres personas no sean 2 chicos (heteros o gays) y una chica (hetero) o 2 chicas (hetero o gays) y un chico (hetero). 🤣”; J.L, en cambio, considera que “3 es un número peligroso porque se descompone en 2+1. una pareja ante una cuestión dada o están de acuerdo o no lo están. Si lo están, muy bien, y si no, empate. Deberán aclarar qué hacen. Pero dos contra uno es muchísimo más problemático, porque el que se queda en solitario se siente ninguneado”. Para contradecir estas ideas tan binarias, románticas y sexoafectivas voy a defender la idea de que hay muchos grupos de tres que han perdurado en el tiempo sin serlo: los tres chiflados, Sabrina y sus dos tías, Las chicas superpoderosas, Los ángeles de Charly y mi grupo de tres. Hay algo en ser más que dos.

Existe una ilusión de seguridad concentrada en el número dos. Este número no deja mucho margen: vos me elegís a mí y yo a vos, cincuenta y cincuenta. Nada más. En cambio, pasa algo cuando somos tres. Aparecen las inquietudes, como ser a quién se da un poquito más, con quién hay más afinidad; aparece la duda de saber quién es la elegida, y qué lío si una sabe más sobre lo que siente otra de las integrantes del trío que la tercera o si la otra le contó primero el chisme de la semana o sí… Vaya una a saber tantas cosas que se juegan cuando hay más de una persona con quién compartir. Ahí me parece que está la magia.

Siendo más que dos, hay más brazos para sostener y preguntas que nos expanden por dentro. Salimos de la polaridad. Más de una vez nos encontramos con una de mis amigas peleando porque somos totalmente distintas y, a la vez, muy parecidas. A ella le gusta el blanco y a mí el negro, y así. En un viaje que hicimos discutimos media hora en el super porque a ella le gusta la yerba tradicional, sin un yuyo agregado, y a mí la compuesta con manzanilla (y si es posible le agreguemos alguito de burrito). No había paquete chiquito y llevar una grande cada una para un finde era un despropósito, también la idea era compartir todos los gastos, pues estamos en crisis y cada tanto hay que hacer vida comunitaria. Entonces, la otra amiga, con su voz suave y su forma pausada, tan distinta a nosotras dos, intervino: “¿Qué les parece si llevamos esta? Tiene solo un yuyo, que ni se le siente. Y yo le pido manzanilla a mí mamá y le ponemos aparte”. Siendo tres funciona porque siempre hay quien saca a las otras de las disputas chiquitas, cuando el ego se sale por todos lados y no nos da la posibilidad de ceder. Con la tercera al rescate se desenredan los nudos y todo vuelve a fluir.

Mi amiga dice que nos extraña y que hace mucho tiempo no sabe de nosotras, que está volviendo en el metro y que hace mucho no siente la cercanía de encontrarse de verdad, supongo que se refiere a los mates, las risas y las miradas profundas con conversaciones locas que calman la angustia cuando no se sabe qué hacer con la propia existencia. Mi otra amiga le dijo que extrañaba la cotidianeidad, que su madre vino a verla, trajo muchos mimos, cariños y mercadería, cosas que todos últimamente andamos necesitando. Y, no me refiero solo a los artículos comestibles y de limpieza, que están carísimos, sino también al amor.

Mis amigas son el amor.
Siempre nos encontramos hablando de cómo cada vez se nos hace más complejo sobrevivir, del aumento de las expensas y de lo que lloramos cada vez que nos aumentan el alquiler. La crisis. Pero en esas mismas charlas, nos encontramos y nos abrazamos para sentir que la vida es menos áspera de lo que se está tornando.

La violencia y la incertidumbre política y económica que propone este gobierno, sumado a la complicidad e inoperancia de los demás actores políticos, quiere arrasar con todos y todas, y no dejar nada a su paso. Nos bombardean con acciones y discursos violentos y las instituciones se vuelven más hostiles y cerradas. Entre toda esa maraña, estamos nosotras, trabajando cada vez más y cada vez más pobres y agotadas.

Hace un tiempo me invade una sensación de cansancio y descreimiento. No veo noticias y me asquea cada persona que se apropia de la palabra intentando representar a la comunidad sin pensar en la comunidad, no me interesan las formas de hacer política de los últimos años, tampoco los encuentros multitudinarios. No quiero organizarme con nadie a menos que sea con mis amigas, tomar un té o una birrita o hacer una comidita en casa, porque la cosa no está como para salir a comer afuera.

Mis amigas andan repartidas por el mundo o en mil trabajos, por eso, se hace cada vez más complejo organizar algo. Una de ellas me dijo el otro día, después de meses de cancelar encuentros, que si algo le está dando la crisis es la capacidad de ser multifacética, porque pasa de trabajo en trabajo que nada tienen que ver, menos con lo que ella estudió.

Entre tanta penuria y hastío son pocas las certezas, una de ellas es que la mirada cómplice de mis amigas me acomoda y marca el rumbo. El otro día salí a uno de esos planes que siempre hacíamos las tres: ver una obra y después comer en algún barcito hippie. Pero como estaba sola, las busqué por todos los rincones. Otra certeza es que las extraño, y lo sé porque lo siento en el cuerpo. Es algo así cómo el huequito que se forma cuando intentás tragar el primer mate amargo de la mañana en otoño y con los pies descalzos que te hacen sentir el frío del piso en todo el cuerpo y la ausencia de la cama calentita. Es algo así como estar desprotegida y al mismo tiempo sentir que todo está bien, una especie de melancolía linda, la de los días grises.

Todo vuelve a tener brillo y lo gris que pintaba el paisaje se despeja un poco y la humanidad vuelve a tener sentido cuando con mis amigas nos encontramos e inventamos algo de tiempo. Esto es lo que más escasea últimamente, más que la plata, porque hay un mandato que nos hicieron compartir a todos y a todas: la administración del tiempo. Y la idea de que mientras menos tiempo tengás, más exitoso sos. Entonces andamos coleccionando e intercambiando reuniones cual figuritas de Dragon Ball para impresionar y parecer que la tenemos re clara.

Pero en dicha administración irrumpe la amistad, porque sale de la lógica productiva, ¿qué ganancia material y económica puede brindar el verse con alguien para hablar de sentimientos, soñar y reírse sin sentido? Quizás lo único que obtenemos es una cosa rara que se siente en el pecho acompañada de una extraña satisfacción y alegría que se experimenta solo con esas pocas personas que elegimos y nos eligen.

La amistad es ese territorio seguro que nos posibilita mostrarnos como somos, la mayoría de veces, y andar seguras. Mostrarnos tontas o ridículas, contar que no tenemos ni idea de lo que vamos a hacer con nuestra vida, que el trabajo que tenemos —sí es que tenemos el privilegio de tener uno— es una mierda y que no todo sale tan bien como hacemos figurar en las historias de Instagram. A la amistad la hacen esas poquísimas personas que se alegran cuando les contamos que nos queda una materia para terminar esa carrera que nos hace sufrir, que nos aplauden de pie cuando estrenamos la obra que hace meses venimos ensayando o que nos festejan que podemos renunciar a esos laburos que no queremos.

Ando pensando que hay que tratar de construir terrenos de encuentros y escuchas. Llegar a acuerdos, no sé si muy grandes pero sí posibles, ya que el tiempo y la vida se están haciendo intransitables y no tenemos muchas salidas. A no ser que paremos, nos miremos y decidamos construir una vida más linda juntos, siendo más grandes los grupos que de tres. Ando pensando que capaz que es esta la verdadera revolución, que tal vez un poco de eso es lo que nos anda faltando: querernos un poquito como queremos a nuestros amigues y a elles quererlos bien.

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