Este relato se escribió en el taller “Narrar Mi Memoria: cuerpos e identidades”, del espacio de Marea Emocional, en el año 2023. El 25 de noviembre es el Día Internacional de la Lucha Contra la Violencia hacia la Mujer. Constanza se anima a relatar una situación de violencia médica, violencia de género y de abuso. Nos sumamos al pedido de “basta” y damos la palabra a quienes han callado, han culpado y han violentado. Porque en silencio, nunca más.
Por Constanza Venturelli
En el otoño de 2019, mi época preferida del año, yo acababa de volver de Buenos Aires y la vida se me empezó a ahogar en un segundo después de un cumpleaños. Empecé a cuestionar mi existencia a cada minuto y lloraba sin tener razones. Me encerraba muy seguido con una copa de vino, las luces bajas, el suelo sin barrer del departamento de la Lavalle y un cuadro de Marilyn Monroe viéndome la cara brillosa.
Unas semanas antes, Eugenia, una compañera del secundario, cumplía años y, como ya no nos gustaba tanto la idea de salir a bailar, nos juntamos en la casa de Ani, otra compañera. Era viernes y tampoco quería desvelarme porque siempre estaba haciendo muchas cosas, multitasking, y al otro día tenía un curso. Me encantaba atormentarme con actividades para callar mis pensamientos suicidas.
Como en cualquier cumpleaños, había mucha comida: hamburguesas, papitas, chizitos, sanguchitos. No había torta, pero había brownie loco. No quise comer mucho porque al otro día tenía clases y quería estar bien, no había podido escribir lo que tenía que presentar y eso me atormentaba, eran solo dos clases por mes y no quería perder la oportunidad.
De lo de Ani volví temprano. Estaba sola en el departamento y me acosté a dormir como a las 12 de la noche porque tenía que estar al pie del cerro a las 9. A la 1 me sonó el celular y atendí. Era mi amiga Andrea, me preguntaba cómo estaba. Los pensamientos suicidas se empezaron a volver tan reales, que me asusté, por suerte el balcón tenía una tela metálica para que los gatos no se tiraran por ahí y yo tampoco. Me paré de la cama y todo empezó a moverse, tomaba agua, me mojaba la cara, me miraba al espejo para asegurarme de que estaba presente. La cabeza no me ayudaba y el corazón tampoco, quería salirse del cuerpo. No quería llamar a mis viejos ni preocuparlos, así que me dispuse a bajar sola el ascensor y pedirle a Franco, el guardia, que me acompañe al hospital a dos cuadras. Me preguntó qué me pasaba, atiné a decirle que me sentía mareada, pero nada más. No quería que me trataran de drogadicta, de todas maneras, al llegar a la guardia iba a tener que decir lo que me pasaba.
En la caminata, Franco me contaba que era bombero voluntario y que entrenaba todos los fines de semana, que hacían simulacros y que comían rico, pero yo no podía escucharlo porque el cerebro me rumiaba. Llegamos, me tomaron el nombre y me hicieron pasar a la sala de espera, mientras, él seguía relatando sus días de entrenamiento, me mostraba fotos y se quejaba de su sueldo como guardia de seguridad del edificio.
Me llamó por el apellido un médico de unos sesenta años, retacón, el pelo gris, la bata blanca y el estetoscopio colgando en el cuello. Ingresé al consultorio y me preguntó qué me había pasado. “Comí un brownie que tenía marihuana, doctor”, le dije un poco culposa. Me sentía cristiana pecadora, el fracaso familiar por haber terminado en una guardia por un malviaje. El señor retacón me hizo subir a la camilla no sé para qué, yo estaba volada y de a ratos no entendía qué hacía ahí y quién era el desconocido. Me subí a la camilla, cerró las dos puertas del consultorio, con llave, me levantó la remera y me puso el estetoscopio entre las tetas y me las empezó a tocar. El médico me estaba tocando. Por suerte, pude sacarle las manos de encima al desconocido. Bajé de la camilla como pude, él bajó la cabeza, firmó un papel y me mandó a enfermería. Hubo un silencio largo.
Franco seguía esperándome en la puerta, quise contarle, pero no pude decir nada. La enfermera me miró con cara de pocos amigos, me puso un inyectable de algo que nunca hizo efecto y nos fuimos caminando esta vez en silencio. Sabía que era abuso, que había sido abusada y que no podía ponerlo en palabras.
Ya en mi departamento, me acosté en mi cama y empecé a llorar, no solo por los pensamientos suicidas, sino también porque un médico matriculado me había tocado sin mi consentimiento. Abrí Facebook, publiqué lo que me había pasado y lo cerré. Tipo tres de la mañana la llamé a mi amiga Ema y, apenas atendió, le pregunté si podía venir, le dije que tenía taquicardia y que no me podía dormir, que había comido un poco de ese brownie. Ema intentaba calmarme diciéndome que todo iba a estar bien, estaba preocupada por lo del médico porque encima ella también estudiaba medicina y le daba bronca tener un colega tan repugnante.
La taquicardia paró recién a las 9. No fui al curso, no hice nada. Me quedé en silencio. Abrí el Facebook y la publicación estaba llena de todo tipo de comentarios. Cuando leí que un varón me decía que yo no podía denunciar porque estaba drogada y nadie me iba a creer, es más, le iban a creer a él por ser profesional de salud, la borré. Era cierto, ¿quién me iba a creer? ¿quién era yo para denunciar?
Averigüé sobre él. Tenía familia, hijas y era recibido de la Universidad Nacional de Tucumán. Me memoricé su cara y repetí el hecho en mi cabeza un montón de días, de meses y de años. No volví a verlo hasta hace poco. Cinco años después, cuando llegaba a la parada del colectivo por la calle Córdoba, esa calle angosta que parece que se encoge mientras avanzas, en la esquina del Correo que parece un castillo de película medieval y frente a las oficinas del ANSES, lo crucé. Está vez sí lo miré fijo y ya no era un desconocido. Era el médico que había abusado de mí. Estaba con la bata blanca y un portafolio. El tiempo se detuvo para los dos. Le sostuve la mirada porque quería saber si reconocía aquella fragilidad, pero bajó la mirada. Sé que reconoció mi entereza, sé que pude oler la cobardía de un insensato.
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Si conocés a alguien que esté pasando por una situación de violencia de género, acompañale a denunciar.