22 veces Paola Tacacho: construir la justicia, abrazar la paz
El 30 de octubre se cumplen 5 años del femicidio de Paola Tacacho. Ese día, un grupo de militantes y la familia de Paola presentan un documental que recupera su historia y su lucha por una vida libre de violencia.
La pandemia está a la vuelta de la esquina, la muerte también. Cuando sucedió el femicidio de Paola Tacacho, yo vivía en un departamento a una cuadra de los trágicos hechos. Todo es cerca de Tucumán, por eso siempre arde.
Recuerdo el barbijo mal puesto, la comunicación escasa y las paredes del departamento asfixiándose. La noche del 30 de octubre salí a comprar y vi las calles cortadas, las bocinas de los autos aturdían. Me enteré por mensajes de WhatsApp de lo que había sucedido. El femicidio de Paola Tacacho fue como una explosión en pleno Barrio Norte y, aunque siempre hay gente que prefiere mirar para otro lado, la onda expansiva llegó incluso a la Corte Suprema de la provincia, logrando destituir al juez Pisa. Salta, Tucumán y la Universidad Nacional de Tucumán se entrelazan —como pasa en la vida de miles de personas— en la historia de Paola.
Ese recuerdo pandémico vuelve ahora con el estreno del documental “22 veces Paola Tacacho”, una obra que recupera no solo su historia, sino también el eco social que provocó en Tucumán. Las feministas nunca son tantas como parece, ni son tan malas como la fama que les hacen los poderosos, ni tan buenas como la idealización de las ficciones. Son personas de carne y hueso, con aciertos y errores, pero con una condición particular: están empecinadas en hacerle frente y ponerle fin a las violencias machistas.
Paola Tacacho denunció 22 veces a su agresor, su exalumno y luego femicida, pero los vínculos de la familia del asesino y el entramado del poder judicial no hicieron nada para protegerla. El Estado no actuó. Falló. Pero, como dice la madre de Paola, “en este caso el Estado tiene nombre y apellido”. Las responsabilidades institucionales deben ser asumidas, tanto por quienes ocupan cargos judiciales como por una sociedad que, demasiadas veces, elige no ver.
A cinco años del femicidio —y de la pandemia— un grupo de feministas tucumanas nos trae parte de esta historia en un documental sincero, sencillo y estremecedor. Faltan décadas de estudios sociales y antropológicos que reconstruyan ese camino de postas que existe entre aquellas “viejas locas” que denunciaban la desaparición de sus hijos y “las locas” de todas las edades de hoy, que denuncian las violencias patriarcales. El corazón de las Madres de Plaza de Mayo está inscrito en el ADN argentino, en la lucha de estas mujeres por justicia, y sobre todo, en la tenacidad para construirla allí donde aún no se la conoce.
Mariela y toda su familia son parte de esa historia de lucha contra la impunidad. Paola Tacacho está presente en la memoria de sus estudiantes, sus amigos y también en todas aquellas personas en las que resuena el llamado de las feministas a no mirar hacia otro lado.
El documental “22 veces Paola Tacacho” es una muestra más de que el cine local es necesario y urgente, porque recordarnos las injusticias, el dolor más terrible y las luchas colectivas es un modo de construir justicia y abrazar la paz. También es un ejemplo de que el cine nacional va a sobrevivir. Tenemos profesionales formados y un saber hacer que no se puede recortar. Todo lo contrario: se contarán más historias con la misma urgencia con la que se corta una calle para gritar las injusticias.

El documental nos comparte un sentimiento poco visto en los últimos años, y tiene que ver con los sentimientos de los familiares después de un proceso judicial. Nada hace repensar más las prácticas punitivas de nuestra sociedad que escuchar a una familia de una víctima de femicidio luego de un juicio. Nada devuelve la vida del ser querido; la idea de sufrimiento ajeno tampoco alcanza. Y es por eso, quizás, que los otros modos de justicia que los feminismos tejen se vuelven vitales: que no vuelva a ocurrir, que el Estado dé respuesta, que podamos interpelar y modificar todo, incluso la noción de justicia en sí.
La paz que viene después de las lágrimas y de gritar “presente” por aquellas cuyas vidas fueron arrebatadas no es sinónimo de quietud, sino de movimiento. Quizás también en esas rondas de Madres de Plaza de Mayo se inició el movimiento infinito de caminar y marchar buscando justicia, construyendo democracia, recordando a los que ya no están. Es raro decir que uno se siente bien después de ver un documental que cuenta la historia de un femicidio, pero es así: porque entrelazada con la historia de Paola está la voz de una madre que, desde la profundidad de ese amor, puede replantear la idea de justicia y de resistencia. Y también porque están las voces feministas, que siempre son particulares y colectivas al mismo tiempo.



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