Todos los femicidas tenían amigos

El lugar de los varones en las marchas forma parte de un debate que tarde o temprano toda organización social, partido o grupo llega a darse. “Nuestra tarea es hacia adentro, más silenciosa y artesanal de lo que implica asistir a una marcha, cantar o aplaudir”, expresa el autor en esta nota.

Este 8 de marzo las organizaciones feministas marchan una vez más. En Tucumán, Argentina y América Latina la convocatoria es al Paro Nacional de Mujeres, Travas, Lesbianas y Trans. Este es el tercer año que al 8M, Día internacional de la Mujer Trabajadora, se transita con un llamado a un paro de actividades en los lugares de trabajo.

Cada año crece la organización de estos eventos, y, junto a ello, crecen los reclamos y se multiplican los cuestionamientos sobre muchos temas que el sentido común nos hizo naturalizar. Entre ellos, el lugar de los varones en las marchas forma parte de un debate que tarde o temprano toda organización social, partido o grupo llega a darse. La mayoría de los espacios en donde el debate se lleva a cabo termina optando por alguna medida que ponga límites a la participación de los varones.

¿Por qué no deberíamos participar varones?

Los argumentos a favor de limitar el acceso a varones son variados. Uno de ellos tiene que ver con el motivo de la convocatoria, no es cualquier fecha ni cualquier marcha, es una de las pocas fechas en la que el llamado a todas las mujeres y femineidades es claro y distinto. La agenda de reivindicaciones y consignas lo muestran: ese día marchan por una serie de reclamos en las cuales los varones estamos incluidos, el más terrible de esos, es el reclamo por el número de femicidios que ocurren, que cientos de varones comenten durante todo el año.

Esa cifra no se detiene, semana a semana, mujeres, travas, lesbinas y trans cuentan el femicidio de otra compañera más. Y los que llevan adelante este delito son hombres: varones, cisexuales, heterosexuales, y la mayoría de ellos con una vida perfectamente normal hasta el día en el asesinan a una mujer.

Lo aceptemos o no, habitamos un género que ejerce violencia sobre aquellas personas que convocan a juntarse y marchar el viernes 8 de marzo. Si fuera otro el motivo de la concentración no nos costaría tanto entender el pedido expreso de compañeras de no asistir a ese evento.

Claramente muchos varones que están leyendo esta nota pueden decir “yo no soy ningún femicida ni golpeador”, y probablemente tenga modos de demostrarlo. Pero en este tema no se trata solamente de una cuestión individual, sino primordialmente de una cuestión social y comunitaria. Todos los femicidas tenían amigos antes de cometer esos crímenes, y muchos siguen siendo protegidos por esos amigos incluso luego de cometerlos. Cada uno a su manera pudo circular socialmente por entornos sin que se pueda poner en evidencia las múltiples violencias que hacían evidentes los problemas.

Sí, muchos de nosotros estamos seguros que no somos ni seremos golpeadores. Pero eso no alcanza para considerarnos libres de culpa y cargo y querer participar codo a codo con las feministas en las marchas.

La ley 26.485 de Protección Integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales, nombra los tipos y modalidades de violencia. Los tipos de violencia son: física, psicológica, sexual, económica y patrimonial, y simbólica. Y las modalidades son: violencia doméstica, violencia institucional, violencia contra la libertad reproductiva, violencia obstétrica y violencia mediática.

Si entendemos el alcance de cada una de estas violencias y de sus modalidades, entenderemos que es prácticamente imposible que podamos afirmar que ninguno de nosotros llevamos adelante ningún acto de violencia contra mujeres y femeneidades. Ya sea por acción y omisión, todos presenciamos, producimos y/o reproducimos algún tipo de violencia.

Crecimos viendo como la televisión y los medios exponían a las mujeres como objeto y se burlaban de ellas como paso de comedia. Crecimos discriminando, burlándonos y excluyendo a travestis y trans. Crecimos con un mandato social que nos hizo silbar, chistar o acompañar a otro varón en esa práctica cuando pasaba una niña, adolescente o mujer por la vereda.

Todos los hombres que acosan a mujeres en la calle, tienen amigos.

Todos los hombres que violentan psicológicamente a sus parejas, tienen amigos.

Todos los hombres que filtran fotos y videos de sus ex novias, tienen amigos.

Y ninguna de estas prácticas parece dejarlos solos. La fraternidad que nos enseñaron nos hace encubrir, callar o mirar para otro lado cuando vemos a otro hombre ejercer algún tipo de violencia contra otra mujer.

¿Qué hacer este 8 M?

Junto con el pedido de no participación en las marchas se desprende un interminable debate en las redes sociales. Siempre aparecen imágenes y textos con recomendaciones para los hombres. La mayoría de esas recomendaciones hablan de ese estereotipo de hombre en el cual ninguno quiere identificarse explícitamente.

Parece imposible evitar que este tema termine siendo un debate más de “la guerra de los sexos” o “la guerra de los géneros”. Esa charla improductiva entre varones y mujeres que solo genera pérdida de tiempo. Una de las estrategias del patriarcado para seguir reproduciéndose es poner a hombres y mujeres a discutir sin sentido, precisamente porque ese debate se arraiga en argumentos que nos muestran cada vez más generalizaciones y estereotipos que nos impiden reflexionar en profundidad sobre aquello que efectivamente somos y hacemos.

El Instituto de Masculinidades y Cambio Social realizó un punteo de cosas para hacer este 8M:

El paro y movilización está siendo organizado y convocado por y para mujeres, lesbianas, travestis, trans y personas no binarias. Los varones cis que apoyamos sus reivindicaciones podríamos aportar:

NO haciendo paro ni marchando. No participando de espacios a los que no somos convocados, registrando que NO es NO.
Ofreciéndonos a cubrirlas en sus tareas. Escuchando que esperan o necesitan de nosotros.
Generando espacios de encuentro, debate, conversaciones entre varones cis sobre las prácticas que reproducimos y hacen a las violencias, opresiones, injusticias y desigualdades contra las que ELLAS y ELLES paran y marchan.
Problematizando nuestros micromachismos, ejercicios de privilegios y lazos de complicidad masculina.
Nuestro mejor aporte para que el patriarcado caiga, es que dejemos de sostenerlo.

Este punteo puede resultarnos útil, o quizás no. O quizás encontremos que no se acerca a lo que estamos necesitando. Un punto fundamental para este tema es la reflexión y la pregunta. La primera de ellas podría ser ¿Por qué quiero marchar? ¿Por qué no existe el mismo interés de varones heterosexuales, individualmente o en organizaciones, por participar de las marchas del orgullo LGBT?

¿Estoy seguro que ninguno de mis amigos violentó a una de las mujeres, travas, lesbianas y trans que marchan este 8 de Marzo? ¿Estoy seguro que mi presencia como varón no habilitará que marche también otro varón que violentó a una compañera este fin de semana? ¿Ya hablamos entre varones del uso del preservativo? ¿Cuántos de tus amigos se negaron a usarlo en una relación sexual? ¿Cuántos se lo quitaron a la mitad de una relación?

Preguntarnos, pensar, hablar entre nosotros, cuestionar las prácticas que otros varones vienen reproduciendo y que sabemos que no están buenas, pero las dejamos pasar. La violencia nos atravesó, nos educó, nos formateó de tal modo que como hombres hay miles de cosas que nos cuesta hacer. Nadie quiere verse en ese rostro femicida, pero precisamente por ello nuestra tarea es hacia adentro, más silenciosa y artesanal de lo que implica asistir a una marcha, cantar o aplaudir.

No creo que siempre ni en todas las situaciones la tarea sea seguir fomentando espacios de socialización exclusivos de mujeres y de varones, precisamente porque ese modo binario de educarnos es parte del problema. Pensemos esto como un estadío, como un necesario momento de cuestionarnos en serio, tanto en lo pequeño de lo cotidiano, como en nuestro modo histórico de ser. Para, quizás, poder unirnos todas, todos y todes en modos no violentos de ser y de vincularnos.

Susy Shock, una trava, sudaca, poeta de las mejores, lo dijo muy claro hace un tiempo, y ojala seamos cada vez más lo que digamos: “No queremos ser más esta humanidad”.

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