Ser médica rural en el sistema de Salud Público de Tucumán

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SIPROSA y una sanidad insalubre. Josefina Sidan es médica rural en los Valles Calchaquíes. El agobio de la pandemia, la precarización laboral, el sistema médico hegemónico, entre otras cosas, la llevaron a reflexionar sobre una profesión que la apasiona pero que las condiciones de ejercicio actuales la decepcionan.

Soy Josefina Sidan, médica egresada de la Facultad de Medicina, en la Universidad Nacional de Tucumán. Médica rural.

Escribo evocando el olor a cedroncito mezclado con arcayuyo en el mate cebado, desde los recuerdos por caminatas en los cerros cargando una mochila con medicación, vacunas y tensiómetro.

Escribo desde las risas estudiantiles amontonadas en la caja de una ambulancia, desde los cabritos y las ovejas domésticas que se comportan como perros, desde las doñas amasando pan, arando la tierra, masticando algarrobo.

Escribo desde la memoria fotográfica de paisajes secos y luminosos, de cardones y espinas.

Escribo desde el sabor a uva vallista, jugosa y libre de agrotóxicos, desde el vino patero, desde la mistela con ruda, desde el aguardiente del 1 de agosto.

Escribo desde la rabia y la indignación, desde la vergüenza y la desidia, desde la bronca. 

Escribo desde la desilusión y la impotencia. 

Escribo desde mis pocas ganas de ejercer la medicina y de pertenecer a un sistema que violenta, que estafa, que miente.

Escribo desde la resaca de una pandemia que fagocitó los restos de vocación que me quedaban.

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Ser personal de salud, en el sistema público de Tucumán, constituye una sistemática y recurrente violación de derechos humanos básicos. El derecho al respeto, a ambientes laborales dignos, a condiciones de trabajo que no entorpezcan los procesos de atención a pacientes, y, principalmente, el derecho a sueldos acordes a la situación económica actual. 

Derecho a no ser amenazada, a no ser maltratada. Derecho a no perder tiempo en interminables reclamos que nadie lee, que nadie soluciona y que a nadie le interesa.

La realidad es que el Sistema Provincial de Salud, SIPROSA, no presenta real interés en el bienestar de sus empleadxs, mientras seamos mano de obra productiva que pueda suplir los baches que van dejando en toda la provincia.

La carrera de medicina en la Universidad Nacional de Tucumán dura 7 largos y difíciles años. Previo a eso, la Facultad de Medicina tiene un riguroso (y arcaico) sistema de ingreso: pocos cupos y muchísimos postulantes, iniciando ese primer contacto con el mundo universitario de la manera más cruel: compitiendo a muerte por un lugar en el aula, atravesando un proceso en demasía estresante en la vida universitaria, sin pertenecer siquiera.

Durante la carrera, son pocas las materias que son abordadas con una perspectiva situada en territorio rural, campesino, barrial. Lectura de muchos autores europeos, casi en su totalidad varones, obviamente. 

En los últimos años, comenzamos a tener contacto con personas de carne y hueso, pacientes reales que son atendidos en los hospitales públicos de Tucumán, donde circula un excelente pool de profesionales especialistas, resolviendo patologías y atendiendo personas dolientes de todos lados del continente.

Ese primer contacto con seres humanos y sus dolores, sus síntomas, sus signos, es un gran filtro para el estudiantado. En mi caso, constituyó un despertar a mi vocación, a mi voz: me gusta estar con la gente, mucho más que recetar, mucho más que revisar, mucho más que la pantomima y el espectáculo que constituye para el colectivo social ser médica. La bata blanca no me interesa. Y que me digan doctora o Jose me tiene sin cuidado. No merezco respeto por ser médica, lo merezco por cómo ejerzo mi profesión y lo que hago con el privilegio que tengo de haber accedido a la Universidad. 

En los dos últimos años de carrera tenemos contacto con la comunidad, rotando en CAPS -aledaños a San Miguel de Tucumán- y en territorio rural en el último año. Esa pasantía (Amaicha del Valle, en mi caso), desató en mí una curiosidad que no acababa. Descubrir lo que la gente tenía para enseñar, aprender de sus costumbres, de sus medicinas, de su manera de ver la vida y el mundo, resultó, desde ese momento, una propuesta tentadora. Viajar a la montaña a ser médica era haber resuelto un gran acertijo en mi vida, haber allanado un camino que a otrxs a veces les cuesta años descifrar: había encontrado un norte.

Ruta de entrada a Amaicha del Valle Tucuman

En mis años de trabajar como médica rural, he podido aprender a ser un poco curandera, un poco nieta, un poco psicóloga, un poco amiga, un poco compañera, un poco feminista, un poco de todo lo que el sistema no se ha movido por ser. He aprendido, y aprendo aún, lecciones importantes de vida que nada tienen que ver con los lujos, ni con las banalidades de un consultorio inmaculado: el saber académico no es el único saber. Se aprende muchísimo de la gente y sus vidas.

Con esta valiosa lección internalizada, me he aventurado en la apuesta política de trabajar en el SIPROSA, pensando que, para cambiar las cosas, hay que hacerlo desde adentro. 

Trabajar en el sistema público en Tucumán, en territorio rural, implica hacerles frente a los numerosos gastos que conlleva movilizarse a esas zonas, a veces en colectivo, a veces en auto, a veces a dedo. Muchxs medicxs rurales no cobramos zona ni viáticos por desplazarnos.

Las guardias en los Valles son movidas en época de turismo, cuando los visitantes explotan de excesos de comidas, de bebidas y de apuros. 

En épocas corrientes, lxs pacientes van a la consulta y conversan mucho primero. Te cuentan de sus vidas, de sus trabajos, de sus problemas. A veces te llevan un dulce de membrillo, de cayote o una mermelada de tuna. Quesito y pan casero, huevos de su gallinero, nueces. 

Te piden tu número telefónico y te mandan mensajes en navidad, en año nuevo, en el día del amigx. 

El olorcito a humo y campo me pone de buen humor, me recuerda el porqué, el para qué.

En un mundo globalizado, tecnológico, cibernético y capitalista, el progreso come las rutas en los territorios que no tienen fondos para sobrevivir. Tafí del Valle constituye el único centro turístico bien preparado de nuestros Valles Calchaquíes, pero se olvidan que más arriba del Ñuñorco también vive mucha gente que es mano de obra mal pagada, indispensable para la rueda del mundo productivo. Mucha gente que también vota.

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A quienes hayan recorrido la ruta más allá del Infiernillo, sabrán que transitar esas zonas, sin señalización, sin pintura y sin indicaciones, es sumamente peligroso, más aún de noche o de madrugada, cuando los animales se cruzan por el camino, la neblina no te permite ver nada y los precipicios no se delimitan, ya que no hay manera de adivinar dónde empieza el asfalto y dónde termina la montaña.

Aun así, existimos aquellxs que hacemos esas travesías, aun viviendo en otros lugares, porque estamos convencidxs de que otro modelo de salud es posible, más allá de las infestadas guardias de las ciudades, llenas de policías y pacientes impacientes. 

Paciente: que tiene paciencia. Paciencia: la ciencia de la paz.

Un profesor de semiología nos solía preguntar en clase: ¿cuál es el peor dolor? Nosotrxs, inocentes veinteañeros, nombrábamos el dolor de muela, de cabeza, de oído, de panza. Y él nos decía: el peor dolor es el que le duele a unx. He llevado esta premisa en mi cabeza casi toda mi carrera, el dolor que cada unx siente no es medible en escalas, solo unx sabe lo que atravesó en la vida para llegar a ese momento en que el cuerpo dice BASTA. Las guardias de ciudad están estalladas de gente doliente e impaciente, donde se atiende un promedio de un paciente cada 8-10 minutos. He llegado a atender más de 100 pacientes en 12 hs, sin sumar las urgencias y emergencias que llegan sin cesar.

Las guardias rurales son diferentes. Yo llevo el mate amargo al consultorio, pongo musiquita y espero las consultas. Converso, explico, escribo 5 o 6 recetas con indicaciones, consejos, dibujos de órganos para que cada paciente entienda de dónde viene su dolor y porqué se produce.

A veces escribo planes nutricionales, aunque no soy nutricionista. A veces les paso números de teléfonos de especialistas en Tucumán, porque allá no se tiene acceso a muchxs. A veces, realizo articulaciones con colegas que trabajan en hospitales, ex compañerxs de buena voluntad y de buen corazón, que siempre me dan una mano para hacerles un lugarcito a los pacientes del Valle, para un estudio imagenológico, una medicación que no se consigue o una cirugía que no se termina de resolver. Buenas voluntades articulando con buenas voluntades, porque el sistema no gestiona ni articula como es debido.

A veces, simplemente, escucho los lamentos de las mujeres de los Valles que bajan a dar a luz a San Miguel de Tucumán, viajando más de 4 horas en trabajo de parto, porque allá no se cuenta con una maternidad segura. Esos mismos bebés son registrados con domicilios ajenos a sus comunidades.

Y a veces registro lesiones, hematomas y heridas producidas por situaciones de violencia de género, abusos sexuales infantiles o violencias de cualquier índole. Muchas veces he tenido que salir disparando a buscar a mujeres que están siendo violentadas por sus maridos. 

La medicina rural implica ser un poco de esto, un poco de aquello, con fallas y aciertos, porque también hay fallas, y malos días, consultas cortas, días de sueño, de calor y de frío. Porque también somos seres humanos, venimos soportando dos años intensos de pandemia, de teléfonos estallados de llamadas pidiendo asesoría, de llantos y pérdidas, de ataques de pánico, de calor bajo el equipo de protección personal. Dos años de lidiar con la falta de insumos, la sobremedicalización del covid, la falta de criterio, la falta de alcohol, la falta de barbijo, la falta de ganas de brindar un sueldo acorde a la situación económica actual.

El Siprosa, en esta pandemia, no ha estado a la altura de las circunstancias.

¿Y por qué cuento todo esto? Porque no tengo miedo. Porque apuesto a otro modelo de salud, sin tanto protocolo científico y más protocolo humano. Sin tanta pastilla que siga enriqueciendo los grandes laboratorios que pagan los viajes de aquellxs medicxs que las recetan, entorpeciendo los procesos de curación de algunas enfermedades y dolencias, que cada unx puede realizar con conciencia, orientación y educación. 

Creo y milito una medicina sin tantos tranquilizantes, con conciencia del cuerpo y sus patologías. La medicina es el arte de sanar, sanar el cuerpo y sanar la mente, sin disociación. Apostar a un modelo médico no hegemónico es también renunciar a las demandas formativas del sistema académico formal, que te obliga y casi empuja a hacer residencias hospitalarias fuertemente ligadas a prácticas militares, con regímenes verticales, sin descanso y mal pagadas. No me da el cuerpo ni la cabeza para soportar tantos años de malos tratos, totalmente normalizados por mis colegas. 

Actualmente, un residente en cualquiera de los grandes hospitales de San Miguel de Tucumán cobra un promedio de 350-400 pesos la hora, con guardias excesivas sin descansos post guardias, entrando a trabajar a la madrugada y saliendo casi de noche, sin contar las horas extras, que no se les paga, cuando los pacientes se complican. Estxs mismxs residentes, que pasan más de 24 horas sin dormir, son lxs que pueden llegar a atenderte en un momento de suma urgencia, de sumo dolor. Yo no querría que mi vida y mi salud dependan de alguien que esta extremadamente agotadx. ¿Ustedes sí? En su andar cotidiano, ¿piensan con claridad después de un día y medio sin dormir?

Un sueldo promedio por cuatro guardias mensuales de 24 horas en los Valles Calchaquíes oscila entre 50 a 60 mil pesos. Descontando los 15 mil pesos aproximadamente que se gasta en ir y venir, el promedio de paga que da Siprosa es de 400 pesos la hora.

Sí, necesitamos dinero para sobrevivir, pero también necesitamos trabajar en condiciones dignas y sentir pasión por lo que hacemos. Nos han quitado todo.

Apostar a la ruralidad es también hacer una apuesta de vida: el modelo médico hegemónico avalado por un sistema precarizador, amenazador, urbano, violento, fuertemente tranza con la industria farmacéutica y negador sistemático de la medicina alternativa, NO VA MÁS.

Estas lógicas, fuertemente violentas, solamente logran desvincular al personal sanitario que podría ser útil en los territorios, pero que se cansa de sostener sin ayuda del Estado. Y, ¿qué es el Estado, sino un conjunto de personas, de carne y hueso, que consciente e intencionalmente hacen mal su trabajo para pagar menos a sus empleadxs, deshabilitando cualquier canal posible de resolución, de diálogo? Expedientes y quejas que nadie lee, perdidas en cajas que acumulan polvo, que envejecen y se oxidan, igual que este sistema y sus dinosaurios miembros. La salud es un negocio y una mafia.

Elsevier health ha elaborado un estudio llamado el “Informe clínico del futuro”. Allí, se recoge la opinión de medicxs de todo el mundo, en más de 111 países, con respecto a la medicina actual y la que se viene. Este estudio arrojó datos espeluznantes: 1 de cada 3 medicxs está considerando dejar su función antes del 2025, y la mitad planea dejar de ejercer para siempre. Me asusta y me alivia leer esto, al parecer no soy la única. La mitad de mis colegas de medicina quieren dejar de ejercer la profesión. Otra parte detesta profundamente su trabajo. Y un mínimo número de especialistas pueden cobrar honorarios acordes a sus estudios. 

No me parece justo.

No me parece sensible.

Y principalmente, no está bien: está mal.

El que nos hayamos acostumbrado a que el sistema sanitario funcione así es PERVERSO.

El futuro de la salud está cambiando, la pandemia vino a reforzar también una preocupación colectiva con respecto a nuestro futuro, nuestros proyectos y las ganas de no seguir ejerciendo esta profesión, tan hermosa y vapuleada.

Por último, todo mi amor y respeto a aquellxs medicxs, enfermerxs, camillerxs, kinesiologxs, terapistas, conserjes, cocinerxs, nutricionistas, psicologxs, administrativxs y choferes de ambulancia que han entregado la vida y la salud mental, poniendo el cuerpo por sueldos vergonzosos, siendo reales héroes y heroínas invisibles y maltratadxs por una sociedad y un sistema que se olvidaron que no se vive de aplausos.

Con un poco de luz en esta crisis viral, televisiva, ambiental, económica y salarial, abracen y aprovechen a las personas que tienen cerca, porque muchas familias hoy lloran sus ausencias, mártires silenciosos que entregaron la vida atendiendo, curando y sanando. Algunxs han sido profesores míos y han sido perseguidxs y hostigadxs por el sistema, han dado la vida apostando a la atención pública gratuita y de calidad. 

Deseo lo mejor en este camino de rearmarnos como sociedad amorosa y empática. Y deseo que también se pongan en nuestros zapatos y apoyen nuestras luchas. Gracias personal de salud por sostener, sin reconocimiento algún, la crisis sanitaria y decadencia de todo el sistema. 

Será tiempo de cambiar los paradigmas de salud, porque maltratar al personal sanitario que apuesta a la salud pública, solo favorece el modelo de salud privado.

Será tiempo de cambiar los paradigmas de salud, porque necesitamos profesionales mejor remuneradxs que contemplen y atiendan amorosamente a los pacientes, desde un lugar respetuoso y cuidado.

Será tiempo de cambiar los paradigmas de salud, porque este modelo médico hegemónico TIENE QUE ARDER.

Josefina Sidan
Médica-UNT
MP 10057

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1 comentario
  1. Excelente tu nota Jose querida!!!
    Aplaudo tus palabras porque sé de tu responsabilidad y esfuerzo.
    Ojalá SIPROSA dé curso a tus pedidos.
    Valoremos a los médicos de zona rural.!!!!
    Abrazos Dra Josefina Sidan.

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