¿Se acuerdan cuando decíamos Día de la Raza?

Los recuerdos sobre los actos escolares son un lugar de encuentro generacional. Con mayor o menor producción, prácticamente todas nuestras infancias tienen experiencias y anécdotas sobre los actos escolares.

¿Recuerdan a la negra mazamorrera, la dama antigua, Colón, los indios, los tres reyes magos y demás personajes de los actos escolares? El relato colonial quedó inscripto en nuestras vidas como parodias afectuosas, quedaron los registros fotográficos, de cuando había un fotógrafo por acto y vendía  las fotos de a una a la salida de la escuela.

En los recuerdos compartidos se encuentra la forma particular de ver al mundo, la que nos enseñaron. Las políticas públicas con visiones colonialistas e higienistas se hicieron  carne en las escuelas argentinas. Nos dijeron que se llamaba raza, que los seres humanos éramos distintos según nuestra razas,  nos dijeron que Colón descubrió América, nos dijeron que había una madre patria, que la mayoría de los argentinos descendemos de los barcos y nos vistieron de modo tierno, involucrando a toda la familia en la construcción del Acto Escolar. Nos aferramos con cariño a esos recuerdos. El delantal blanco, la belleza blanca y el relato blanco europeo.

La invisibilización de la violencia colonial se hizo la segunda piel, para blancos y no blancos. Las parodias escolares sobre los ahora reconocidos como pueblos originarios responden, por lo menos durante la década del 90, al imaginario nativo americano cherokee  de Estados Unidos y no al pasado de nuestras tierras.

Esos cuentitos repetidos hasta el hartazgo y tomados como lección “La Santa, la Niña y la Pinta”, Colón como un hombre bueno que busca ampliar los horizontes de la cultura, el descubridor.

Los indios siempre fueron los otros, la otredad. Los blancos siempre fueron  argentinos y los marrones una suerte de ciudadanos de segunda, los no tan lindos, los burlados, los pobres, las empleadas domésticas, los bolivianos y todo aquello que no formaba parte de ese discurso oficial que gran parte de la sociedad le gusta seguir manteniendo y represento como Pueblo Argentino.

La discriminación, los estándares de belleza, el decir “negro de mierda” a cualquier cosa, pero aclarar que se hablaba del alma y no de la piel, formaban parte de ese otro discurso que acompañaban a estos actos.

En el año 2010 por decreto de la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner se cambió el nombre Día de la Raza por el de Día del Respeto por Diversidad Cultural. En lo que significó un cambio de percepción y un gran gestó institucional por parte del Estado Argentino para con las comunidades de los pueblos originarios.

La políticas públicas del Estado Argentino para con los pueblos originarios tiene una historia de sangre y violencia. Todo lo que se hizo luego parece poco para revertir lo contundente e irreversible de la invención y ejecución de una civilización sobre otras.

El respeto por la diversidad cultural suena bien, hasta que empezamos hablar de derechos concretos y de territorio. Nada despierta de modo más rápido la violencia colonial que el reclamo por derechos, por tierras para sembrar y comer, por vivienda.

Un puñado de personas blancas detentan papeles que les da derecho a disponer de gran parte del suelo argentino, y esa realidad es difícil incluso de plantear y exponer cabalmente. Un número aún considerable de personas tratan a las trabajadoras domésticas como objetos y las someten a trabajo esclavo.

¿Cuántas norteñas marrones están en capital federal viviendo para servir?  ¿A qué edad las llevaron a esas casas? Seguramente muchos dirán que son prácticamente parte de la familia, y probablemente lo sean. Porque el discurso de inclusión familiar para con las mujeres racializadas funciona, porque el sometimiento no es solo violencia y ya aprendimos que el amor también somete. “Es como mi segunda mamá” dicen varios jóvenes blancos  criados por trabajadoras domésticas, pero solo será su segunda mientras pueda trabajar y pocas veces repartirá la herencia. 

Pensar el futuro de nuestro país y un respeto a la diversidad cultural efectiva es una tarea concreta. Pero debemos dejar de construir, desarmar, hacernos cargo de que nuestro  sentido común todavía es colonialista y blanco. Que el progresismo blanco se parece mucho a Xuxa cantando:

A jugar a los indios pero sin armas con qué pelear.

Vente para mi tribu, yo soy cacique, tú eres mi igual.

Indio hacer barullo, indio tener orgullo,

píntate la cara que la danza va a empezar

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