Nadie conoce malos padres

Pensar nuestras crianzas y las masculinidades que habitamos representa abrir la puerta o la ventana de esa casa cerrada y fría que es la masculinidad.

Por Bruno Bazan

La mala mamá, la mamá obsesiva de la crianza, la pesada del grupo de mamis del colegio, la mamá luchona, la mejor de todas, la mamá moderna, la mamá clásica y un largo etcétera conforman la representación social que tenemos sobre la maternidad. En cambio cuando hablamos de paternidades apenas se esbozan ciertas categorías generales: padre ausente o presente, “se hizo cargo” o “desapareció”.  Y así pasamos a otro tema, a sabiendas que detrás de esas etiquetas se esconden millones de experiencias distintas. 

No hay reprobación explícita en los medios de comunicación, ni en el barrio, ni en los grupos de trabajo sobre aquellos hombres que abandonan a niños y niñas. Y si las hay, nunca llegan a ser tan contundentes como con las mujeres. Nadie, en sentido estricto, conoce a malos padres, solo abundan los relatos individuales del padre al que cada una/o  le tocó en suerte. 

 No existe aún en nuestro país un marco normativo que acompañe a los padres en caso de que quieran formar parte importante del nacimiento y crianza de su sus hijos. Históricamente en Argentina hubo dos días de licencia por paternidad, desde hace poco tiempo algunos trabajadores pueden contar con dos semanas y luego el padre debe volver a trabajar. Esto se debe a múltiples razones, porque no pasó en su cuerpo el evento obstétrico,  porque no se espera que ese hombre haga nada más por la persona recién nacida, porque se quita valor a las tareas de cuidado, porque se sabe que las mujeres mantienen las tareas de cuidado en redes afectivas y  porque no puede el sistema de trabajo capitalista exceptuar por mucho tiempo la fuerza de trabajo de un hombre solo por su paternidad.  

Este escenario estructural nos presenta un punto de partida bastante desigual para pensar crianza basadas en cuidados compartidos.  Las nuevas masculinidades, como propuesta política y teórica de los tiempos que corren, parecen avanzar a paso detrás de las masculinidades hegemónicas y de los estereotipos que nos brinda el mercado. 

El día del padre por nuestras latitudes se celebra con asado, alcohol  y regalos interesantes para el hombre, esto es porque mercado celebra la masculinidad y no la crianza. Porque no nos detenemos a indagar las paternidades, sino a celebrar al macho, entendido en los términos más costumbrista en lo que se pueda entender “lo macho”. La propuesta de marketing de la picada con cerveza, vinos o ropa para “caballeros” es la contracara de la imposibilidad de poner en palabras el universo de sentimientos que construyeron nuestras crianzas.

Antes que alguien lo diga enojada/o, no todas las paternidades fueron malas, claro está. No se trata de hablar mal de todos los padres del mundo. Se trata de pensar porqué nos faltan palabras para pensar la paternidad, porque recién vemos llorar a nuestros padres cuando llegan a ser adultos mayores, porqué los recuerdos de crianza con nuestros padres se tratan más de gestos que de diálogos. 

Pensar nuestras crianzas y las masculinidades que habitamos representa abrir la puerta o la ventana de esa casa cerrada y fría que es la masculinidad. Relatarnos, reconocernos  y reconstruirnos con los errores de la paternidad, con el dolor del abandono, con el miedo y el pudor, es una tarea necesaria para poder pensar otros modos de crianza.  Nada de esto es nuevo, miles de padres lo hicieron y lo hacen, pero es necesario pensar dialogo públicos, sociales, colectivos. Hacer crecer ese universo menos sexy de la masculinidad, superar el discurso vacío de la caballerosidad y extender la complejidad de la crianza, la posibilidad de errores y el manejo del mundo complejo que supone criar a seres humanos. 

A todas las paternidades que pudieron agrietar el estereotipo de masculinidad, ¡Feliz día!

Foto de portada: Equipo ELA

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