Mientras algunos ya se olvidaron del mundial, hay quienes aún esperan una epopeya, una de esas a las que estamos acostumbrados, afirma Gregorio Fernández en una nueva entrega de Mundialitis.
Alguna vez, Maradona redefinió la belleza bajo el sol azteca.
De todas las epopeyas, es una de las favoritas en gran parte del planeta.
En esos casi doce segundos, llevó a cabo la denominada “mejor jugada de todos los tiempos”.
Antes de ese preciso instante, nació en una villa, sufrió, sonrió, y fue sometido a los flashes, a los elogios, y a los comentarios inquisitivos.
Para colmo, tuvo el descaro de hacerlo en un mundial. Días después, levantó la copa, la pincelada que definió una de las más lindas obras.
Con el tiempo asistimos a muchas otras historias que dejaron su marca.
Mi dilecta madre aun pregunta por qué Zidane le pegó un cabezazo a Materazzi, por citar un ejemplo.
Hoy por hoy, la participación del elenco argentino en el presente mundial de fútbol no resulta, precisamente, merecedora de convertirse en un grato recuerdo.
Contra lo que se esperaba, revela otra excusa más para caminar, y observar gestos adustos en quienes transitan la calle.
No es común, como en ocasiones anteriores, asistir a la parafernalia propia con que, por estos lares, se recibe a un mundial.
La derrota contra Croacia desnudó falencias en el juego, errores colectivos, entre otros detalles poco alegres.
Posteriormente, la marea de comentarios inundó la cotidianeidad.
Gran parte de ellos, relacionados a intereses que nada tienen que ver con el futbol.
Algunos olvidaron el mundial. Tiraron su fixture en un cajón, no prestan atención al devenir de su prode mundialista.
Sin embargo, hay quienes apuestan a la epopeya.
Son quienes hablan de lo bien que juega Messi. Quienes destacan su amor al juego, su compromiso, sus ganas de ser quien levante el trofeo.
Los mismos que recuerdan todo lo que ocurrió para lograr el ticket a Rusia. Lo que costó.
Confían, sueñan con una epopeya.
Un final feliz.
Una última pincelada.
