LA LUCHA UNIVERSITARIA

OPINIÓN| En el marco de la cuarta semana consecutiva de paro docente en las 57 Universidades Nacionales del país, y en los 50 colegios universitarios, el docente e investigador de la UNT, Pedro Arturo Gómez, reflexiona sobre las acciones necesarias para defender la educación pública y el trabajo docente. 

 

por Pedro Arturo Gómez

Docente e investigador de la UNT

¿Qué hacer? ¿Cómo, de qué manera? ¿Mediante qué recursos? Son preguntas inherentes a la condición humana. Estos interrogantes se hacen más punzantes en circunstancias que afectan a factores elementales como la obtención, preservación y ampliación de derechos, entre los cuales se hallan aquellos que hacen a condiciones dignas de trabajo. La educación es otro derecho fundamental, de modo que cuando surgen situaciones que lesionan los derechos laborales de las educadoras y educadores, los campos del trabajo y la educación entran juntos en dramática emergencia. En Argentina, estas situaciones de emergencia se han vuelto estructurales, en un reflujo permanente que al son de las constantes tormentas de la economía asciende hasta la cresta de olas como las que hoy hacen zozobrar a las universidades nacionales. En el año del Centenario de la Reforma Universitaria, las trabajadoras y trabajadores de la educación superior argentina entramos en la cuarta semana de la huelga que involucra a 57 universidades y 50 colegios universitarios, en un año en el que nuestro poder adquisitivo ha caído un 8% con respecto a 2015. Ante ese deterioro y con la inflación de 2018 calculada en un 32%, se necesita un acuerdo paritario de, por lo menos, un 30% de aumento salarial, sin que hasta el momento el Gobierno haya hecho ninguna oferta razonable. El contexto es el de las exigencias impuestas por el acuerdo con el FMI, donde una de las variables del ajuste es el salario del empleado público.

Cuestión de acciones

Éste es el marco en el que las preguntas por las acciones necesarias tienen hoy su eje en la defensa de nuestra vida laboral, una interrogación que se tensa aún más ante la renovada extensión del paro. Como es habitual, las actitudes por parte de la comunidad docente con respecto a la medida de fuerza van desde quienes se comprometen con la lucha -peleándole también a los altibajos y oscilaciones de la propia voluntad- hasta aquellas y aquellos que se mantienen al margen del conflicto, ya sea porque la docencia no es su principal fuente de ingresos, por alguna identificación ideológica con el poder de turno, por el principio del “yo no hago paro”, o por una mezcla en distintas dosis de estos motivos y de algunos otros, como el miedo o la indiferencia. En estas filas de negación a la huelga son recurrentes pronunciamientos que aluden -en consonancia con imaginarios muy arraigados- a la vocación docente como fuerza casi mística capaz de trascender las injusticias laborales, a un estar de acuerdo con los fundamentos de la demanda pero no con el método del paro, y al perjuicio sobre el estudiantado. Las principales autoridades universitarias -decanos y rectores- suelen abrevar en este repertorio de argumentos, adoptando posiciones más próximas a las de una patronal bienintencionada, aunque renuente. Muestra representativa de esto son las recientes declaraciones del Rector de la UNT, ingeniero José García, en las que tras enunciar su anhelo de que “los universitarios ganen un sueldo mucho más digno”, se despacha expresando su desacuerdo con la huelga, menciona que debería haber “un proceso de reflexión para que el estamento estudiantil no sufra el deterioro de la calidad educativa” y remata diciendo: “como docente nunca acaté una huelga”.

¿Será que para este Rector la huelga es sólo una orden que se acata o no, orden de quién, de quiénes? ¿Un mero mandato o imposición gremial? Si la lucha de los trabajadores de la educación superior pública por salarios dignos es legítima -y sin duda alguna lo es, como el mismo funcionario lo reconoce ante una crisis gigantesca que no sólo afecta a los sueldos docentes, sino también al presupuesto integral de las unidades académicas- entonces, ¿qué acciones son las más eficaces a la hora de un reclamo con posibilidades efectivas? ¿Seguir dando clases como si nada, ancladas y anclados en la reflexión afligida? Frente a las ofertas inaceptables por parte de los dueños del poder, ¿hay un método, un conjunto de tácticas o estrategias que no sean las de la lucha más enérgica? Son interrogantes que deberían interpelar a todas y todos quienes esgrimen la contradictoria fraseología de “estoy de acuerdo con el reclamo, pero no con el paro”. Y si el argumento es el daño que sufren las y los estudiantes, de una vez por todas debería quedar en claro que el estudiantado no es víctima del paro sino de las circunstancias que lo provocan.

El ”nosotros” de la lucha

Mientras funcionarios de un Gobierno que no da respuestas satisfactorias salen a propagar información falsa para desacreditar el reclamo docente, y el periodismo cortesano les impone un cerco mediático a las diversas manifestaciones de la lucha, éstas también recorren esos otros circuitos de la protesta como son las redes sociales. Entre los múltiples pronunciamientos que afloran en los dispositivos de la conectividad, viene desarrollándose una cadena de publicaciones donde autoras y autores se presentan en primera persona haciendo referencia a los pasos y el sentido de su formación en la universidad pública, como base argumental para reiterar las proposiciones del reclamo. Sin embargo, en el conjunto de quienes adhieren de una u otra forma a la demanda, no han faltado los brotes de desacuerdo con respecto a este procedimiento de la “primera persona del singular”, al que le diagnostican signos de exhibicionismo narcisista. Estas objeciones se muestran más atentas a sus pruritos que a las evidencias de que estamos tratando de construir y sostener una lucha. Entre los instrumentos para esta construcción, una herramienta posible son estos enunciados que encarnan en una primera persona testimonial la formación educativa universitaria, con referencia a los valores de la educación como derecho, no como algo abstracto sino en cuanto experiencia vivida. La acción colectiva organizada no es un conjunto en el que se disuelve la subjetividad individual, sino un foco donde convergen los sujetos, a partir de una toma de conciencia contestataria, para reconocerse en una identidad -precisamente- colectiva. El sentido de esta operación discursiva autorreferencial -que algunos con trazo grueso han etiquetado como del curriculum vitae- es remitir la lucha de las trabajadoras y trabajadores de la educación universitaria a las historias de vida personalizadas, esas historias que son el cimiento de la acción colectiva, para que más y más docentes se reconozcan en esa identidad, interpeladas e interpelados por esa invocación identitaria, como vía para sumarse a un “nosotros” en lucha. Un “nosotros en lucha” con el cual también se identifican estudiantes y profesionales a través de sus testimonios personalizados.

Y a propósito de las actitudes del estudiantado ante esta crisis, además de las esperables reacciones de inquietud y rechazo, surgen y se expanden los posicionamientos en favor del paro docente, con acciones que van desde la participación a través de marchas, asambleas y tomas de facultades, hasta decisiones novedosas como la de no asistir a las clases que se den durante el paro, dictadas por profesoras y profesores que no adhieren a él o que -bajo la presión de sus tribulaciones o buenas intenciones- apelan a prácticas usuales como dar clases sin firmar asistencia.

Por supuesto, a pesar del convencimiento sobre las causas y razones legítimas de nuestra demanda, un paro que ya se extiende casi por un mes es fuente de aflicciones que carcomen nuestra entereza. Pero es ahí donde debemos afirmarnos y fortalecernos en el “nosotros” de la acción colectiva organizada, un “nosotros” que fracture la alienación, el temor y la indiferencia, guiados por una particular solidaridad con quienes de nosotras y nosotros se hallen en la mayor precariedad salarial. Claro que la huelga es una situación que agobia, pero más agobiantes e inaceptables son las indignas condiciones que el Gobierno le impone a nuestro trabajo de educadores universitarios, un trabajo con el cual deberíamos estar identificadas e identificados no sólo con su ejercicio, sino también con todas las acciones que hagan falta para defenderlo.

 

 

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